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miércoles, 1 de mayo de 2013
martes, 30 de abril de 2013
Lo que murió con Castaño
![]() |
Carlos Castaño, paramilitar, asesino |
Una
reflexión "pura" de uno de los ideólogos del "Puro Centro
Democrático"
Agencia
Prensa Rural / Martes 30 de abril de 2013
El
exministro del Interior -durante el mandato de Álvaro Uribe- Fernando Londoño
Hoyos y protagonista del robo de Invercolsa , publicó hece siete años en el
diario El Colombiano de Medellín, esta alegoría nostálgica del paramilitarismo.
Una prueba más de que el paramilitarismo si fue y es una política de Estado y
de que el establecimiento compartía claramente las masacres de miles de
colombianos inermes y el sicariato del narcoparamilitarismo por todo el país.
El
siguiente es el texto completo de la columna:
Lo
que murió con Castaño
Por:
Fernando Londoño Hoyos
Hace
mucho tiempo supimos que Carlos Castaño había sido asesinado por los sicarios
de las autodefensas. Ahora sabemos que lo mató su propio hermano -la vieja
historia de Caín y Abel, otra vez- quiénes fueron los verdugos y en cuáles
atroces condiciones cumplieron su encargo siniestro. Lo que hoy corresponde
examinar es otro asunto bien distinto, y de mucha mayor entidad, a saber, qué
murió con Carlos Castaño.
Las
autodefensas existen porque existe la guerrilla marxista, valga decir, el
ataque. Esa perogrullada suele pasarse por alto, y no por accidente. En su
origen, están, pues, atadas a dos hechos fundamentales: el oprobioso vejamen al
que estaban sometidos los campesinos colombianos, y la ineptitud del Estado
para garantizarles la vida, la honra y los bienes, que es exactamente aquello
para lo que el Estado existe.
Pero
las cosas se complicaron, por donde peor complicadas pudieran verse. Y es que
aparecieron en la escena de nuestra tragedia los mafiosos, disfrazados de
campesinos. Lo mismo que andaban en las selvas celebrando con la guerrilla la
más vil de las alianzas posibles, ahora aparecían en las zonas agrícolas más
ricas, posando de hacendados y de mártires. Para defender el producto de sus ganancias
miserables, se tomaron las organizaciones que los campesinos habían montado
para ejercer el sagrado derecho a defenderse. Y así quedó planteada nuestra
desventura: la guerrilla era fuerte por el auxilio de la cocaína, y las
autodefensas se hicieron fuertes por la cocaína. En el fondo, esa sería la
guerra entre hijos de la misma despreciable madre, auspiciada por la ineptitud
del Estado para hacer lo suyo.
Quien
tenga alguna duda sobre este planteamiento puede recordar el reportaje que
Carlos Castaño le concedió a Claudia Gurisati, uno de los documentos
periodísticos más importantes que se hayan producido en Colombia. Carlos
Castaño, intelectual hecho a pulso, en el desorden metodológico y conceptual
que puede suponerse, era la ortodoxia plena de las autodefensas originales, que
de mal grado admitían valerse del narcotráfico, y solo como de un instrumento
indispensable para sobrevivir. Pero que no perdían y no querían perder el norte
de su naturaleza política antisubversiva y anticomunista.
Pero
el dinero es mal aliado, hasta de las causas más limpias. Y además es poderoso
y capaz de envilecerlas y de dominarlas. Que fue lo que pasó con las
autodefensas, que se convirtieron de señoras en siervas, y trocaron su vocación
política por su concupiscencia por la riqueza fácil. Y ahí se armó la gresca
entre los que en medio de los excesos y contradicciones de las autodefensas no
querían renunciar a su sentido prístino, y los que preferían convertirlas en
mafias fabulosamente rentables.
Lo
que murió con Carlos Castaño fue el significado político de las autodefensas,
su sentido como medio para enfrentar las Farc y sostener el derecho de
propiedad en el campo y con ese derecho una manera de concebir la vida. Los que
mataron a Castaño querían recoger el legado detestable de Pablo Escobar, de
quienes fueron amigos y servidores algunos de los que hoy se llaman, tan
injustamente, paramilitares.
Cuando
en los acuerdos de paz se toleraron los mellizos, los bernas, los macacos y
valoyes, la suerte quedó echada. Y cuando se olvidó proponer como condición
primera y esencial la entrega de la droga, sus caminos, sus medios, sus
cómplices, para acceder a un beneficio jurídico cualquiera, se abrieron las
compuertas del desastre. Castaño murió físicamente, Ernesto Báez ha sido
silenciado y Mancuso pareciera ser el próximo Castaño. Mientras los cultivos de
coca subsisten, los laboratorios pululan y nadie toca las desafiantes riquezas
de los supuestos negociadores de la paz, que apenas son delincuentes horrorosos
en busca de impunidad.
Castaño
murió. Ya lo sabíamos. Es hora de que resucite su elemental pero preciso
ideario, la única manera de recuperar el alcance y la legitimidad de la paz que
se viene discutiendo.
domingo, 7 de abril de 2013
Luiz Inácio Lula da Silva se suma a la movilización por la paz del 9 de abril
El
arma más poderosa en la lucha por la paz es el diálogo": Lula
Canal Capital / Domingo 7 de abril de 2013
http://youtu.be/zab5Ex-N9-I
Se prevé que unas 500 mil personas se movilicen en la Marcha por la Paz
La
Marcha por la Paz busca respaldar el proceso que adelanta el Gobierno con las
FARC. Conozca los puntos de salida en Bogotá este 9 de abril
Caracol Noticias / Domingo 7 de abril de 2013
Recorridos para la Marcha por la Paz, La
Democracia y la Defensa de lo Público
martes, 25 de diciembre de 2012
Marco Palacios: "No hay fuerza capaz de descarrilar el proceso de paz colombiano"
Marco Palacios: "No hay fuerza
capaz de descarrilar el proceso de paz colombiano"
El
historiador Marco Palacios (Bogotá, 1944), profesor de El Colegio de México,
inició su carrera con una tesis doctoral sobre El café en Colombia 1850-1970,
pero lleva los últimos 20 años tratando de descifrar el cubo de Rubik de la
relación entre legitimidad y violencia.
Agencia Prensa Rural
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Café,
esmeraldas, coca y violencia, sobre todo, la violencia parece definir la imagen
de Colombia. El historiador Marco Palacios (Bogotá, 1944), profesor de El
Colegio de México, inició su carrera con una tesis doctoral sobre El café en
Colombia 1850-1970, pero lleva los últimos 20 años tratando de descifrar el
cubo de Rubik de la relación entre legitimidad y violencia, entre la dificultad
para lograr un consenso nacional y construir un Estado democrático y la
permanencia de los conflictos armados en su país. Su último libro, Violencia
pública en Colombia 1958-2010, aparece cuando están en curso conversaciones de
paz en La Habana entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la
guerrilla de las FARC, un proceso sobre el que se muestra optimista.
Pregunta.
¿Dónde está el origen del larguísimo conflicto colombiano?
Respuesta.
Las raíces de la continuidad del conflicto son la desigualdad básica que se
expresa en el cierre social que implica el latifundio en una sociedad que
apenas empieza a urbanizarse y el cierre político o de representación que
implica un sistema clientelista de origen colonial hispánico, que se adaptó de
maravilla a la institucionalidad liberal.
P. Durante
décadas Colombia ha vivido una especie de guerra civil suspendida. ¿Tiene su
causa, como en otras repúblicas americanas, en la lucha por la legitimidad, por
saber quién tiene derecho a gobernar, desde la independencia?
R. Ahí
subyace una pregunta que no hemos conseguido resolver satisfactoriamente: ¿A
quién obedecer cuando no hay rey?, que resonó en 1808 por el mundo hispánico y
que venía precedido de aquel “se obedece pero no se cumple” de la época
colonial.
P. En su
libro destaca la dimensión internacional en el fracaso de la consolidación del
Estado colombiano y, concretamente, culpa a EE UU y a la guerra fría.
R.
Coincido con quienes hablan de una larga guerra fría en el hemisferio que liga
los intereses nacionales estadounidenses, tal como los van definiendo los
sucesivos gobiernos del gran vecino del norte, y los intereses de los grupos en
el poder en nuestros países. Las manifestaciones típicas de la guerra fría,
como el anticomunismo a ultranza, comienzan a verse muy claramente en la década
de 1920. Claro que en las épocas posteriores a 1945, cuando el telón de acero,
o de la década de 1960, con la “amenaza castro-comunista” en el hemisferio
occidental, la guerra fría adquirió el sentido que ahora le damos: la gran
confrontación bipolar en todos los ámbitos de la vida.
P. Hay
otro efecto de la guerra fría del que se habla menos. ¿Cree que el espejismo de
la Revolución Cubana robó a una generación de colombianos para la democracia?
R. La
Revolución Cubana fortaleció las posiciones extremas de los grupos dominantes
y, de paso, sí, sacrificó a dirigentes jóvenes muy brillantes, que creyeron en
la pureza de los ideales de la revolución, y encontraron la muerte en las
guerrillas. Otros optaron por el retiro definitivo de la acción política.
P. A pesar
de años de guerra contra las drogas, el narcotráfico colombiano sigue. ¿Qué ha
cambiado?
R. El
negocio sigue próspero, descentralizado en cartelitos, pero la violencia ligada
a él ha bajado considerablemente. Ese es el gran cambio.
P. ¿Ha
afectado la violencia al crecimiento económico colombiano?
R. Los
ingresos del narcotráfico distorsionan la economía, como a la sociedad en
conjunto, pero, pese a la violencia, no frenan el crecimiento. Sólo le dan otra
dirección y otras formas de redistribución de la renta nacional; amplían la
escala de lo que se considera ser rico en Colombia.
P. ¿Cuál
es su balance de la política de Seguridad Democrática del presidente Álvaro
Uribe?
R. La
Seguridad Democrática consistió fundamentalmente en debilitar a las guerrillas.
Forzó a los narcotraficantes a bajar los niveles de violencia, pero empobreció
la calidad de la democracia colombiana. Por ejemplo, el grueso de los 16.000
paramilitares desmovilizados se recicló en campañas electorales de tinte
uribista. Lo cierto es que Colombia es hoy, como antes de Uribe, el primer
exportador mundial de cocaína y aunque la tasa de homicidios viene descendiendo
desde 1993, sigue siendo de los países más violentos del hemisferio.
P. ¿Cree
que las negociaciones de paz con las FARC tendrán éxito?
R. Hay
elementos que llevan a pensar en que pueden terminar bien. Un factor muy
importante es que no hay una fuerza ni dentro ni fuera de Colombia con
posibilidades efectivas de descarrilar el proceso. Si las FARC están realmente
dispuestas a desmovilizarse, entrarán a la política normal. Cómo les irá en esa
nueva situación, será otra historia. Pero en el presente hay una oportunidad
genuina de pacto.
P. ¿Qué
puede aprender México de la experiencia colombiana contra el narco?
R. Es
bueno partir de las diferencias, algunas muy obvias: México no tiene guerrilla
y Colombia no tiene frontera con EE UU. La experiencia colombiana muestra que
fue posible que un Estado débil destruyera dos grandes carteles, el de Pablo
Escobar y el de los hermanos Rodríguez Orejuela. De cómo se logró esto podría
aprender México. Pero aquí hay una situación propia. Ahora, la estrategia del
nuevo Gobierno puede abrir oportunidades de pacificación. Parece atender mejor
que antes la complejidad del problema. Han creado un nuevo clima de opinión
favorable y tienen amplio respaldo de las fuerzas políticas. Habrá que ver, sin
embargo, cómo responde el Gobierno y las agencias estadounidenses así como los
intereses agazapados en continuar la violencia.
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