Marco Palacios: "No hay fuerza
capaz de descarrilar el proceso de paz colombiano"
El
historiador Marco Palacios (Bogotá, 1944), profesor de El Colegio de México,
inició su carrera con una tesis doctoral sobre El café en Colombia 1850-1970,
pero lleva los últimos 20 años tratando de descifrar el cubo de Rubik de la
relación entre legitimidad y violencia.
Agencia Prensa Rural
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Café,
esmeraldas, coca y violencia, sobre todo, la violencia parece definir la imagen
de Colombia. El historiador Marco Palacios (Bogotá, 1944), profesor de El
Colegio de México, inició su carrera con una tesis doctoral sobre El café en
Colombia 1850-1970, pero lleva los últimos 20 años tratando de descifrar el
cubo de Rubik de la relación entre legitimidad y violencia, entre la dificultad
para lograr un consenso nacional y construir un Estado democrático y la
permanencia de los conflictos armados en su país. Su último libro, Violencia
pública en Colombia 1958-2010, aparece cuando están en curso conversaciones de
paz en La Habana entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la
guerrilla de las FARC, un proceso sobre el que se muestra optimista.
Pregunta.
¿Dónde está el origen del larguísimo conflicto colombiano?
Respuesta.
Las raíces de la continuidad del conflicto son la desigualdad básica que se
expresa en el cierre social que implica el latifundio en una sociedad que
apenas empieza a urbanizarse y el cierre político o de representación que
implica un sistema clientelista de origen colonial hispánico, que se adaptó de
maravilla a la institucionalidad liberal.
P. Durante
décadas Colombia ha vivido una especie de guerra civil suspendida. ¿Tiene su
causa, como en otras repúblicas americanas, en la lucha por la legitimidad, por
saber quién tiene derecho a gobernar, desde la independencia?
R. Ahí
subyace una pregunta que no hemos conseguido resolver satisfactoriamente: ¿A
quién obedecer cuando no hay rey?, que resonó en 1808 por el mundo hispánico y
que venía precedido de aquel “se obedece pero no se cumple” de la época
colonial.
P. En su
libro destaca la dimensión internacional en el fracaso de la consolidación del
Estado colombiano y, concretamente, culpa a EE UU y a la guerra fría.
R.
Coincido con quienes hablan de una larga guerra fría en el hemisferio que liga
los intereses nacionales estadounidenses, tal como los van definiendo los
sucesivos gobiernos del gran vecino del norte, y los intereses de los grupos en
el poder en nuestros países. Las manifestaciones típicas de la guerra fría,
como el anticomunismo a ultranza, comienzan a verse muy claramente en la década
de 1920. Claro que en las épocas posteriores a 1945, cuando el telón de acero,
o de la década de 1960, con la “amenaza castro-comunista” en el hemisferio
occidental, la guerra fría adquirió el sentido que ahora le damos: la gran
confrontación bipolar en todos los ámbitos de la vida.
P. Hay
otro efecto de la guerra fría del que se habla menos. ¿Cree que el espejismo de
la Revolución Cubana robó a una generación de colombianos para la democracia?
R. La
Revolución Cubana fortaleció las posiciones extremas de los grupos dominantes
y, de paso, sí, sacrificó a dirigentes jóvenes muy brillantes, que creyeron en
la pureza de los ideales de la revolución, y encontraron la muerte en las
guerrillas. Otros optaron por el retiro definitivo de la acción política.
P. A pesar
de años de guerra contra las drogas, el narcotráfico colombiano sigue. ¿Qué ha
cambiado?
R. El
negocio sigue próspero, descentralizado en cartelitos, pero la violencia ligada
a él ha bajado considerablemente. Ese es el gran cambio.
P. ¿Ha
afectado la violencia al crecimiento económico colombiano?
R. Los
ingresos del narcotráfico distorsionan la economía, como a la sociedad en
conjunto, pero, pese a la violencia, no frenan el crecimiento. Sólo le dan otra
dirección y otras formas de redistribución de la renta nacional; amplían la
escala de lo que se considera ser rico en Colombia.
P. ¿Cuál
es su balance de la política de Seguridad Democrática del presidente Álvaro
Uribe?
R. La
Seguridad Democrática consistió fundamentalmente en debilitar a las guerrillas.
Forzó a los narcotraficantes a bajar los niveles de violencia, pero empobreció
la calidad de la democracia colombiana. Por ejemplo, el grueso de los 16.000
paramilitares desmovilizados se recicló en campañas electorales de tinte
uribista. Lo cierto es que Colombia es hoy, como antes de Uribe, el primer
exportador mundial de cocaína y aunque la tasa de homicidios viene descendiendo
desde 1993, sigue siendo de los países más violentos del hemisferio.
P. ¿Cree
que las negociaciones de paz con las FARC tendrán éxito?
R. Hay
elementos que llevan a pensar en que pueden terminar bien. Un factor muy
importante es que no hay una fuerza ni dentro ni fuera de Colombia con
posibilidades efectivas de descarrilar el proceso. Si las FARC están realmente
dispuestas a desmovilizarse, entrarán a la política normal. Cómo les irá en esa
nueva situación, será otra historia. Pero en el presente hay una oportunidad
genuina de pacto.
P. ¿Qué
puede aprender México de la experiencia colombiana contra el narco?
R. Es
bueno partir de las diferencias, algunas muy obvias: México no tiene guerrilla
y Colombia no tiene frontera con EE UU. La experiencia colombiana muestra que
fue posible que un Estado débil destruyera dos grandes carteles, el de Pablo
Escobar y el de los hermanos Rodríguez Orejuela. De cómo se logró esto podría
aprender México. Pero aquí hay una situación propia. Ahora, la estrategia del
nuevo Gobierno puede abrir oportunidades de pacificación. Parece atender mejor
que antes la complejidad del problema. Han creado un nuevo clima de opinión
favorable y tienen amplio respaldo de las fuerzas políticas. Habrá que ver, sin
embargo, cómo responde el Gobierno y las agencias estadounidenses así como los
intereses agazapados en continuar la violencia.
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