Insólita declaración por
parte del Ministro del Interior Fernando Carrillo, que
representa el gobierno
que no quiere pactar el cese de fuego con la guerrilla, ni
siquiera una tregua para la Navidad. |
Por José María Carbonell, Cambio Total Revista
Acaba de concluir la primera ronda de conversaciones
en la Mesa de La Habana entre la guerrilla colombiana de las FARC-EP y los
delegados gubernamentales colombianos. Y entre las declaraciones del
coordinador del equipo gubernamental sobresale la de “no está en juego ni la
Constitución ni el modelo”.
Eso ya lo
sabemos los colombianos desde hace muchos años. Nunca un delegado gubernamental
va a tener la potestad para discutir el modelo que le da su propia
supervivencia. Con contadas excepciones, excepcionales excepciones, nunca se
han sentado del lado gubernamental a pactar un cambio constitucional, en
ninguna parte del mundo. Cuando ese hecho político trascendental se da es
producto de Acuerdos Políticos o de victorias militares.
La Constitución
del 91 –por ejemplo- fue un acuerdo político entre diferentes fuerzas
–guerrilleros entregados y política-militarmente vencidos, y los defensores del
modelo capitalista-, que se preveía sería un espacio para firmar la Paz
definitivamente en Colombia con las FARC-EP. Se vislumbró un nuevo país y una
nueva institucionalidad, mas todo quedó en nada. La Constitución del 91 fue un
maquillaje aplicado a la vieja cara estatal burgués y sus representantes
continuaron haciendo política de la manera tradicional, corrompida.
Se perdió ahí
una verdadera oportunidad histórica de acabar civilizadamente, políticamente,
el conflicto interno en el preciso momento en que el entonces presidente César
Gaviria Trujillo ordenó el Bombardeo a Casa Verde –sitio de reunión del
Secretariado Nacional de las FARC-, por el egoísmo vanidoso Gavirista de querer
pasar a la historia como el creador de la Nueva Constitución, la cual ha
demostrado el paso de las años no ser más que una “modernización” de la “Constitución
del 86”, modernización echada atrás por los sectores más reaccionarios de la
vida nacional, es decir, casi toda la oligarquía en el poder.
El pueblo
colombiano está claro, las FARC entre ellos, de que un cambio total en el país
sólo será posible por la más amplia movilización popular que rompa los
cimientos de la caduca estructura colombiana, el capitalismo que bajo la
mentira de la “más vieja democracia” adelanta el más cruel y salvaje Terrorismo
de Estado. Por ello no preocupan las altisonantes declaraciones de de la Calle.
La oligarquía, su gobierno, y sus representantes están muy satisfechos nadando
en la “corrupción imperante” y las políticas que desde allí adelantan. Reformas
tributarias para favorecer a los ricos, planes para favorecer a los
terratenientes (AIS, etc), y para el pueblo: Nada más que guerra y muerte para
los suyos.
El pueblo sabe
que él es la única fuerza que rebasará y destruirá los límites impuestos y como
dice un investigador colombiano no para colocar “nuevos ladrillos al viejo
edicifico, sino construir uno nuevo, desde los cimientos”. Esa fuerza tendrá
que manifestarse de todas las maneras posibles constituyéndose en la
transformadora de la vida nacional, construyendo una Nueva Institucionalidad,
nuevas estructuras y superestructuras, y lógicamente los actores de esa nueva
forma de hacer política serán nuevos líders no contaminados por la “vieja forma
de hacer política”, la corrupción.
Tranquilo,
señor de la Calle, que el pueblo sabe para dónde va...