Por toni solo
Fuente: http://tortillaconsal.com/tortilla/es/node/12242
Fuente: http://tortillaconsal.com/tortilla/es/node/12242
8 de diciembre 2012 / Las secuelas
de la histórica sentencia de la Corte Internacional de Justicia del 19 de
noviembre de este año han confirmado tendencias ya existentes en la región y
también han planteado preguntas provocativas. En su reciente encuentro con el
Presidente Santos de Colombia, el Presidente Daniel Ortega de Nicaragua
confirmó su liderazgo como destacado estadista regional. La reunión consolidó
el compromiso de los países de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA)
con una transformación pacífica pero siempre revolucionaria en América Latina.
Para el Presidente Juan Manuel Santos, aquella reunión en México con
el Presidente Ortega de Nicaragua fue un primer paso hacia la estabilización
tras la reacción confusa y desacertada de su gobierno ante el reciente fallo de
la Corte Internacional de Justicia. Ese fallo ratificó la jurisdicción de
Colombia sobre la isla de San Andres y las isletas y cayos adjuntos, pero
también restauró a Nicaragua sus derechos históricos sobre grandes áreas
marítimas adyacentes. La pregunta ahora es si el Presidente Santos es capaz de
asegurar que su país cumple de buena fe el fallo de la CIJ para así ayudar
consolidar la integración regional.
A nivel internacional, Colombia se ha aliado durante mucho tiempo con
los poderes imperiales de Norte América y Europa. Asimismo, sucesivos gobiernos
colombianos han cultivado relaciones amistosas con los genocidas criminales
sionistas que han negado la paz durante más de 70 años tanto a su propio pueblo
como a los Palestinos. Algunos observadores se refieren despectivamente a
Colombia como el Israel de América del Sur, un estado forajido, dependiente del
apoyo militar de los Estados Unidos para sobrevivir.
El gobierno de Estados Unidos, sus aliados europeos y los gobiernos
serviles y pérfidos de Egipto y Arabia Saudita han hecho posible que los
asesinos en masa sionistas hayan sostenido su limpieza étnica del pueblo
palestino. Una enorme mayoría global rechaza ese genocidio contra el pueblo
palestino. Por su parte, durante décadas, Colombia ha elegido imitar a sus
patrones estadounidenses y europeos, dejando a un lado los principios
fundamentales del derecho internacional y de los derechos humanos, tanto a
nivel regional como a nivel nacional.
Pero ahora la situación internacional es muy diferente. La oligarquía
de los Estados Unidos promueve políticas profundamente antidemocráticas que
condenan al pueblo estadounidense a una sujeción política y económica
permanente. Eso ha quedado más claro que nunca, en términos políticos, desde
los ataques terroristas del 11 de septiembre 2001 y, en términos económicos,
desde 2005 cuando el endeudamiento privado en el país se volvió insostenible.
En Europa, la naturaleza fundamentalmente antidemocrática de la Unión Europea,
implícita en el Tratado de Maastricht de 1992 se hizo explícita en el Tratado
de Nice del año 2000.
Los acontecimientos recientes en Estados Unidos y en Europa solo
ofrecen confirmación de las tendencias que han sido más y más evidentes desde
los años 1990s. Los antiguos poderes dominantes de Norte América y de Europa se
encuentran en declive categórico en relación a sus rivales como Brasil, China,
India y Rusia y también relativo a poderes regionales como Venezuela e Irán.
Por ese motivo, la oligarquía corporativa estadounidense ha dirigido la
política exterior del gobierno estadounidense hacia alianzas con fuerzas
regionales dominantes en países como Egipto, Sudáfrica e Indonesia y en otras
partes para así frenar el declive en su influencia global.
Las élites gobernantes de los Estados Unidos y sus decrépitos aliados
Francia y Gran Bretaña prefieren trabajar con tiranías que con democracias. Es
por ese motivo que apoyan a monarquías, déspotas y oligarquías parecidas a las
suyas en todo África, Asia y Europa. Por el mismo motivo, ellas han armado y
financiado el terrorismo genocida en Libia y en Siria para así destruir las
bases del poder de dos gobiernos amistosos con China y Rusia. Los poderes de la
Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) compensan su relativo
declive económico por explotar su enorme capacidad militar de terrorismo del
Estado.
Todo esto ha sido evidente desde la bárbara agresión contra Iraq y el
sádico asesinato de Muammar al-Gaddhafi y miembros de su familia durante la
criminal destrucción de Libia. Es descaradamente obvio en Siria. Lo que es
nuevo es que la crisis económica en los países de Norte América y en Europa ha
provocado dudas entre los aliados regionales de aquellos países sobre si se
puede o no confiar en una eventual recuperación del capitalismo corporativo de
consumo de los Estados Unidos y sus aliados en Europa. Es allí donde reside al
amplio interés geopolítico en cómo Colombia va a manejar la recuperación por
Nicaragua de su territorio marítimo usurpado por Colombia durante más de 80
años.
Basado en las actuales tendencias en la región, los próximos veinte
años verán una América Central que profundiza sus procesos de integración – con
o sin el apoyo de la oligarquía zopenca que tiene secuestrada a Costa Rica. Ese
proceso de integración creará un bloque político y económico de más de 40
millones de personas, más o menos la población de Colombia. En América Central
y del Sur la pobreza y la desigualdad disminuyen marcadamente. América Latina y
el Caribe están aprovechando las crecientes relaciones de comercio y de
cooperación con Asia y con África a la vez que mantienen estables sus enlaces
tradicionales con Norte América y con Europa.
En Colombia, es clara la posición de los aliados incondicionales del
imperio, como el expresidente Alvaro Uribe. Ellos quieren conducir su país al
mismo callejón sin salida en el que se encuentran los Estados Unidos y los
países europeos: corrupción corporativa impune, militarismo derrochador y
enriquecimiento de las élites a costo del empobrecimiento de las mayorías.
Aparte de la cínica élite que simpatiza con Álvaro Uribe, cualquier colombiana
o colombiano capaz de pensar por si mismo sabe que el futuro tienen que ser
otro.
Colombia tiene que cambiar para poder garantizar un futuro de paz y
prosperidad para su pueblo. No hay razón por qué los países latinoamericanos
tienen que anclar el futuro bienestar de sus pueblos a las estrellas mortecinas
de Norte América y Europa. Esta realidad regional y global da lugar al
optimismo en cuanto a que las autoridades colombianas aceptarán la adjudicación
territorial del fallo de la CIJ del 19 de noviembre de este año.
Una nueva constelación se configura a nivel internacional para que
América Latina se trace un curso propio hacia un futuro mejor para todos sus
pueblos. El Mercosur crece y será transformado con la membresía de Venezuela,
Bolivia y Ecuador – todos países del ALBA. A pesar de la tergiversación
ideológica entre las élites de Colombia, Chile y Perú, son pocas las personas
que niegan que los mejores intereses de esos países serán reivindicados por la
consolidación de la integración de América Latina.
Bajo el liderazgo del Frente Sandinista de Liberación Nacional,
Nicaragua ha demostrado a América Central que el ALBA puede asegurar que la
región deje atrás su historia de dependencia y empobrecimiento. De la misma
manera, el capacidad de estadista del Presidente Daniel Ortega ha creado una
oportunidad para que el gobierno colombiano fije un nuevo rumbo para Colombia
al mismo momento en que surgió la posibilidad de poner fin a la guerra civil en
el país. Le queda al Presidente Juan Manuel Santos demostrar la estatura moral
requerida para ayudar a completar la emancipación de la región de la mano
muerta del dominio norteamericano y europeo.