Venezuela sin Chávez
Marcelo Colussi
Plantearse cómo sería, por
ejemplo Estados Unidos sin Barack Obama, o Alemania sin Angela Merkel; o si se
quiere, extremando las cosas, cómo serían Bourkina Fasso o Turkmenistán sin sus
actuales mandatarios (que seguramente los lectores de este opúsculo ni sabremos
quiénes son), ya nos da una pista: lo más probable es que cualquiera de estos
países, ricos y poderosos o pobres y olvidados, no sufrirán ninguna alteración
con los jefes de Estado que sucederán a los actuales. No es lo mismo en el caso
del país caribeño. Venezuela sin Chávez puede implicar cualquier escenario:
guerra civil, guerra interna en las filas del PSUV, retroceso en las conquistas
populares, quizá avance y profundización en el proceso socialista. Pero de lo
que podemos estar seguros es que, sin Chávez, las cosas no van a continuar sin
cambios.
Lo que viene sucediendo en la
República Bolivariana de Venezuela desde hace casi una década y media no admite
parangón; el proceso en marcha –una transformación de las relaciones
político-sociales que, sin ser una revolución al estilo de los socialismos
conocidos, permite un nivel de vida sustancialmente mejorado para las grandes
mayorías populares–, sin que entremos a evaluarlo aquí en relación a otras
experiencias socialistas conocidas, todo ello se liga indisolublemente a la
figura de Hugo Chávez.
Sin la menor duda, la figura
de Chávez es ya un ícono de fines del siglo XX e inicios del XXI. Fue él quien,
luego de los terribles años en que se implementaron los planes de capitalismo
salvaje eufemísticamente llamados “neoliberalismo” o “globalización
neoliberal”, volvió a poner en agenda una actitud de protesta, desaparecida
para entonces en cualquier gobernante. Fue él quien, a su muy particular modo,
trajo nuevamente a escena las ideas de socialismo. Fue él quien, con sus
políticas redistributivas, volvió a dar protagonismo a los sectores populares
de su país natal, contribuyendo así, directa o indirectamente, a un resurgir
del campo popular latinoamericano. Negar o subestimar su papel en todas estas
nuevas dinámicas es imposible.
Es por todo ello, por su
protagonismo, por su discurso contestatario e irreverente contra el
imperialismo, por su apelación al socialismo, a un nuevo socialismo que tomara
distancia de los errores del socialismo burocrático y centralista de muchas de
las experiencias del siglo pasado, pero socialismo al fin –término que había
sido anatematizado por el discurso oficial dominante–, es por todo esto, por
haber contribuido a devolver las esperanzas en transformaciones sociales y
desempolvar ideales que se suponían terminados, que su peso específico no es
similar al de ninguno de los presidentes que mencionáramos más arriba. Si
desaparece el primer mandatorio de Bourkina Fasso o de Estados Unidos, sin
dudas nada de base va a cambiar, ni a lo interno de sus respectivos países, ni
en la arena internacional. La desaparición de Chávez como figura central de la
política venezolana por supuesto que va a traer cambios. En su país y,
seguramente, también en la región (¿seguirán el proceso de paz las FARC en
Colombia, por ejemplo? ¿Qué harán ahora los países del ALBA?)
¿Por qué tantos son los
cambios que se avizoran entonces? El protagonismo de Hugo Chávez en el proceso
en curso en Venezuela es total. Lejos está de ser un autócrata, un dictador,
como la prensa de la derecha quiere presentarlo maliciosamente; pero sin dudas
su presencia es omnímoda. “No puedes ser
el alcalde de Venezuela”, fueron palabras de sana advertencia que le diera
en alguna ocasión Fidel Castro; definitivamente, no se equivocaba. La vida
política del país petrolero comenzó a depender cada vez más de la figura
absoluta del comandante. Sin dudas, eso le confería una autoridad moral
increíble, pero abría dudas que el proceso nunca se encargó de despejar: ¿puede
una revolución asentarse enteramente en las espaldas de una sola persona?
¡Absolutamente no! Eso es un peligro, una terrible bomba de tiempo que, tarde o
temprano, tiene que estallar.
Y lamentablemente parece que
ahora está llegando ese momento. Ojalá el comandante Chávez supere este amargo
trance de su enfermedad, que se reponga y que siga al frente de la Revolución
Bolivariana. Vayan mis más profundos deseos en ese sentido. Pero al mismo
tiempo de este acompañamiento moral, entiendo que es imprescindible abrirnos
una genuina y profunda autocrítica en el campo de la izquierda. ¿Podemos seguir
callados ante los mismos errores de siempre? ¿No es necesario plantearse los
procesos de transformación social aprendiendo de las faltas cometidas
anteriormente?
Quizá Chávez regrese pronto
al ejercicio de su cargo de presidente. Lamentablemente, las cosas no parecen
apuntar en esa dirección. Por lo pronto, ya ha nombrado “sucesor”. El solo
hecho de esa designación debería abrirnos una pregunta: ¿sucesor? Pero, ¿no
suena a monarquía eso? En Corea del Norte sucedió lo mismo, y por eso
justamente, desde la izquierda, criticamos este tipo de cosas: ¿y el poder
popular, el poder de las bases?
Puede entenderse la
designación de Nicolás Maduro como un intento de aglutinar las fuerzas tras una
persona nombrada por el líder a quien, por simple respeto, todos los sectores
afines deberán apoyar. Podríamos entenderlo como estratégico quizá (beneficio
de la duda, para ser bondadosos). Sin entrar en el análisis de los pormenores
de los juegos de poder posibles a lo interno de las filas chavistas, esto mismo
de un “sucesor” ya debería prender las alarmas: ¿se trata de recomposiciones
palaciegas, de ver quién cuenta con más cuotas de poder, si Nicolás Maduro o
Diosdado Cabello, de ver qué papel juegan las Fuerzas Armadas? ¿Y dónde está
entonces la construcción de lo que se suponía debe ser la savia de una
revolución socialista: el poder popular, desde abajo?
Hay quien dice, quizá desde
un pronunciado optimismo, que ahora se abren las puertas para la verdadera
profundización de la revolución socialista. Otros, por el contrario, avizoran
un desmoronamiento del proceso como castillo de naipes. La derecha, por
supuesto, se ha de estar restregando las manos, muy feliz, esperando la caída
estrepitosa del “régimen”. Como sea, lo que se avecina no augura sino luchas,
más sacrificios para el campo popular, probablemente situaciones de alta
conflictividad.
Me sumo a las fuerzas que
apoyan el pronto restablecimiento de Chávez y, en el peor de los casos, una
continuidad del proceso sin su figura dentro de los marcos de la actual
democracia, en paz, sin reaccionar a las provocaciones que vendrán de la oposición.
Pero no dejo de mencionar que no podemos seguir repitiendo el mismo esquema de
culto a la personalidad que puede llegar a resultar nefasto, aunque
aparentemente pueda verse como una garantía de avance.
Quizá la angustia que en las
filas del proceso bolivariano pueda estar provocando el probable alejamiento
del líder dejan al desnudo las debilidades de un proceso que tenía mucho de
montaje: una revolución genuina, aunque llene masivamente plazas con adeptos
uniformados de rojo, no puede depender de un solo personaje. ¿Será cierto que,
sin Chávez, se abren las posibilidades para comenzar a construir el socialismo?