viernes, 28 de junio de 2013

La política de las consecuencias. Por Francisco Gutiérrez Sanín

Francisco G.S.
Por: Francisco Gutiérrez Sanín, El Espectador

27 Jun 2013 / En su artículo sobre “Las razones contra la constituyente”, Eduardo Posada Carbó (El Tiempo, 21/06/2013) dice lo siguiente: “Me parece así mismo débil argumentar contra la constituyente porque dizque se convertiría en el escenario de una contrarreforma orquestada por la extrema derecha. Aceptado el mecanismo, ¿cómo objetar de antemano la eventual decisión de quienes logren tal vez conquistar las mayorías?”.

Débil es la contraargumentación de Eduardo. En primer lugar, se dirige contra lo que se llama en inglés un straw man, un argumento que no ha propuesto nadie, para después desbaratarlo. Por supuesto que la secuencia no consiste en plantear la constituyente, y después decidir si efectivamente se convoca o no de acuerdo a los resultados. Eso no sólo sería antidemocrático, sino sencillamente tonto. No. La idea es ver cómo están distribuidas las preferencias dentro de la población, para imaginar los escenarios probables que resulten de la convocatoria, y después preguntarse por la conveniencia o no de usar el mecanismo. La política concreta es normativa, pero también, necesariamente, estratégica y orientada a las consecuencias. Ningún analista serio, ni ningún político práctico, puede darse el lujo de plantear una propuesta sin detenerse a pensar cuál es el resultado probable de lo que está promoviendo. Cuando las Farc dicen que en la constituyente cabrían los uribistas, eso está muy bien, porque expresa un espíritu democrático, y además simple y llano realismo. Porque, francamente, no veo cómo sacar del sistema a la mitad, o quizás más, de la población (y aunque fuera posible, sería completamente indeseable). Pero una cosa es que quepan —cosa indudable, tanto desde la perspectiva de la democracia como desde la del simple realismo—, y otra es ofrecerles a líderes con proclividades autoritarias y violentas un escenario donde puedan torcer las reglas de juego a su favor y desmontar políticas públicas cruciales para el desarrollo y la paz de este país.

Eduardo ofrece un gesto de escepticismo frente a este peligro: “dizque se convertiría en un escenario de una contrarreforma orquestada por la extrema derecha” (“dizque” significa, de acuerdo con la Real Academia, “murmuración, dicho”; en la otra acepción, “supuestamente”). Creo que vale la pena convertir el gesto en un argumento explícito. Se puede poner en duda: a) la existencia de una extrema derecha en Colombia, y/o b) que ella se oponga al esfuerzo de redistribución de tierras, a la reparación de las víctimas y a la paz. Con mucho gusto abordaré, si Eduardo lo quiere, un debate sobre cualquiera de los dos puntos. Creo que hay una masa enorme de evidencias sobre el primero. La parapolítica estuvo claramente sobrerrepresentada en el uribismo en la primera década de este siglo, y éste adelantó una política que consistentemente llevó a posiciones claves dentro del Estado a elementos extremos, y a menudo conectados orgánicamente con la criminalidad. Algunos de los líderes destacados del uribismo desarrollaron una ideología que abiertamente hacía la apología del proyecto paramilitar. Por ejemplo, Fernando Londoño (quien fuera, según recordará Eduardo, ministro del Interior) escribió una columna de apología a Carlos Castaño, sosteniendo que sólo lo había dañado su cercanía con el narco. “Es hora —concluyó— de que resucite su elemental pero preciso ideario [el de Castaño, FG], la única manera de recuperar el alcance y la legitimidad de la paz” (ver http://www.semana.com/nacion/articulo/la-polemica-columna-fernando-londono/341657-3).

Que la fuerza política que ha anidado a toda esta gente ha hecho de la oposición a la Ley de Víctimas, a la paz con la guerrilla y a los esfuerzos de reparación adelantados desde el Estado y la sociedad el punto central de su programa es también público, y se puede documentar fácilmente. No se trata de una murmuración, o de un caprichoso supuesto.