sábado, 6 de abril de 2013

9 de abril



Marcha el pueblo rumbo a la PAZ con Justicia Social y Dignidad


                                                              

Por Plinio Bernal 
                                       
 El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán forma parte del voluminoso prontuario criminal de  las clases dominantes colombianas, a las que el líder sacrificado denominaba “oligarquias”,  término  que expresa el carácter retardatario, excluyente y corrupto de esa clase social que monopoliza el poder y la riqueza en detrimento de la mayoría del pueblo . Las versiones sobre un supuesto e improvisado acto individual , desprovisto de connotaciones políticas, y las falsificaciones que se han hecho sobre el carácter y  alcances del movimiento insurreccional del 9 de abril de 1948, son manipulaciones dirigidas a encubrir a los verdaderos autores de ese horrendo magnicidio que cegó la vida del más importante líder político  colombiano del siglo XX, y que provocó el recrudecimiento de la violencia, convirtiendo a Colombia en  escenario de una guerra no declarada, en la cual fueron inmolados más de 300 mil ciudadanos.
 
El asesinato del caudillo liberal no fué el primero ni el último de los crímenes políticos cometidos por esa oligarquía, heredera  del siniestro legado de Santander, el   inspirador del cobarde atentado septembrino contra el Libertador y del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho y, quien comparte con José Antonio Páez y Juan Flórez,  el vergonzoso honor de haber dividido la República de la Gran Colombia, embrión de la gran patria latinoamericana que el Libertador aspiraba a construir para oponer a las ambiciones expansionistas del imperialismo norteamericano.

La guerra de los Mil Días. El asesinato del General Rafael Uribe Uribe. “La Masacre de las Bananeras” en la que fueron fusilados por el ejército  más de 3 mil trabajadores que se encontraban en huelga, son parte de ese sangriento recorrido que desembocó en el  estallido popular del 9 de Abril de 1948. La bravura exhibida por ejército para exterminar a sus inermes compatriotas y para reprimir la rebeldía popular, se convertía en cobardía cuando era necesario asumir la defensa de los intereses nacionales. El despojo de la provincia de Panamá por parte de los Estados Unidos, fue uno de los más vergonzosos capítulos de la historia colombiana.¡!Por 25 millones de dólares la oligarquía entregó esa importante provincia colombiana.!!  
                                       
                                      A SANGRE Y FUEGO”

El asesinato de Gaitán no fue el desencadenante de la violencia como lo afirman algunos historiadores del establecimiento. Esta ya se había convertido en práctica habitual del régimen que la institucionalizó a través de la consigna de “A sangre y fuego” lanzada en el propio Congreso Nacional  por el Ministro de Gobierno, José Antonio Montalvo; pero sí  la intensificó, avivando los odios y provocando los más execrables actos de barbarie.  

El 9 de Abril de 1948 se extinguieron los residuos de democracia que aún quedaban. La izquierda y los sectores progresistas que se habían congregado alrededor del líder liberal, fueron brutalmente perseguidos. La oligarquía liberal, beneficiaria de la muerte de Gaitán, cumpliría  el papel de celestina. Eduardo Santos, Lleras Restrepo, Darío Echandía, enemigos del líder liberal, usurparían la jefatura del partido y ayudarían a apagar el incendió, evitando que el régimen fuera depuesto por las enardecidas masas populares empeñadas en asaltar el palacio presidencial. Coludidos con el régimen terminarían siendo cómplices de sus crímenes, avalando sus arbitrariedades y compartiendo la versión difundida por el régimen de que el magnicidio había sido obra del comunismo,versión salida de la embajada norteamericana, que sirvió de pretexto para propiciar la ruptura de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, para justificar las represalias contra la izquierda y  ocultar la mano siniestra de la CIA, que, como se comprobó después, fue la inspiradora del crimen.   

La saga del 9 de abril, continuaría desangrando al país. “A sangre y fuego” se combatiría a los opositores. El terrorismo adquiriría el estatus de política de Estado,  legitimado por la abominable sombra del Estado de Sitio permanente, instrumento jurídico al que recurrieron las oligarquías para suspender  las libertades  y  encarcelar, torturar, desaparecer y asesinar a centenares de miles de colombianos considerados subversivos o sospechosos de serlo. Bajo la inspiración de la Doctrina de la “Seguridad Nacional” y la lucha contra “la amenaza del comunismo”, el ejército se convertiría en una fuerza de ocupación dedicada a perseguir a los opositores del régimen. Centenares de miles de humildes y pacíficos campesinos serían  asesinados, forzados a huir, a abandonar sus tierras o buscar refugio en otros países. Otros tomarían las  armas para defender sus vidas. Así nació la guerrilla. Hombres y mujeres del pueblo tuvieron que cambiar el curso de sus vidas, reemplazando el azadón por el fusil, y como en el caso de Pedro Antonio Marín, renunciar a su vocación y a su propio nombre, para convertirse en  “ Manuel Marulanda Vélez”, el legendario guerrillero comandante de las FARC.          
      
La muerte de Gaitán, no solo provocó la desaparición del hombre que abanderaba la lucha “ por la restauración moral del la república”, sino que mató las esperanzas de  cambio que había logrado despertar en las masas desposeídas del país. El pueblo que colmaba las plazas para escuchar sus vibrantes discursos contra las oligarquías, y que se había transformado en una enorme y creciente fuerza política que avanzaba hacia el poder, quedó abruptamente decapitado. Miles de sus seguidores quedaron tendidos en las calles y veredas del país. 
                                     
 Pero los peores tiempos estaban por venir. La política de “a sangre y fuego” sería instrumentalizada por las oligarquías liberales y conservadoras, ya no para zanjar sus rivalidades políticas, superadas a través del pacto suscrito entre sus cúpulas,  sino para preservar sus privilegios económicos, reprimir a la oposición de izquierda y a los movimientos sociales que se atrevían a desafiar su hegemonía. La lista de sus crímenes es larga: Guadalupe Salcedo, el guerrillero liberal que organizó la resistencia campesina en los llanos, fue asesinado después de acogerse a la amnistía. Sus propios jefes lo mandaron a asesinar. La misma suerte corrieron otros miembros de la insurgencia que ingenuamente cayeron en la trampa de la “Paz, Justicia y libertad” ofrecida por la dictadura militar instaurada el 13 de Junio de I953.

 Camilo Torres Restrepo, el sacerdote que organizó el Frente Unido, movimiento que aglutinó a amplios sectores de oposición, tuvo que cambiar la sotana por el uniforme guerrillero. Perseguido implacablemente por el régimen y las jerarquías eclesiásticas, sería asesinado por el ejército en “Patio Cemento”, Santander del Sur, no sin antes dejar sembrada la semilla de la revolución, que fructificaría en la “Teología de la Liberación”,  movimiento de cristianos comprometidos con la causa de los pueblos, cuya  influencia alteró las anacrónicas posturas de unas jerarquías alinderadas con la política represiva del régimen.

A pesar de sus enormes costos en vidas y en bienes, el asesinato Gaitán le reportó enormes beneficios políticos a la oligarquía, pues sacó del escenario al hombre que  amenazaba sus privilegios y, cuyo inevitable triunfo, hubiera significado una derrota para la política terrorista que venían practicando. Así mismo dejó al pueblo liberal sometido a la voluntad de una dirigencia cuyas posiciones eran adversas a los ideales del líder inmolado. Coautoras del magnicidio la oligarquía liberal y conservadora terminarían fusionadas en el Frente Nacional, engendro político  creado para repartirse equitativamente el país, y compartir los ideales de la política de “a sangre y fuego” promovida por la caverna conservadora.

La historia de Colombia seguiría siendo escrita con sangre. La violencia ya no sería entre los dos partidos tradicionales, sino entre los de arriba y los de abajo. Entre la oligarquía y el pueblo. La ausencia de libertades, el fraude electoral, la compra de votos y la manipulación mediática  convertirían las elecciones colombianas en  festivales de corrupción y violencia. Ambos procedimientos serían utilizados a discreción, obligando a sus opositores a buscar otras formas de lucha política. “El que escruta elige”, cínica frase de un político liberal describe muy bien el modelo electoral colombiano.

Las cifras de la violencia son muy altas. Y sobre todo espantosas por la crueldad y la sevicia. Es una contabilidad compuesta por desaparecidos, mutilados, desplazados, torturados, refugiados, asesinados y encarcelados. Y el principal victimario es el Estado, que ha utilizado todo su poder para ejecutar esos abominables crímenes, para patrocinarlos, encubrirlos y lograr que otros países contribuyan a financiarlos. Pretextos no faltan. La amenaza del comunismo, la defensa de la democracia, el narcotráfico, el terrorismo, la civilización occidental, o cualquier otro pretexto fabricado para tal fin, sirven para recabar y obtener la “ayuda humanitaria” de la civilizada Europa. Así a través de estos procedimientos de prestidigitación mediática, el Estado que comete todos estos crímenes, termina convertido en vìctima y recibiendo ayuda para combatirlos.

La tragedia colombiana solo puede ser entendida conociendo su historia y su compleja y escabrosa realidad. Una mirada superficial no alcanza a ver el dramático cuadro social de este país ni sirve para comprender su aterradora historia. “Cien años de soledad” no tiene nada de realismo mágico, ni es una versión surrealista de Macondo: es la historia real de un país gobernado desde su nacimiento “a sangre y fuego”. Quienes se aventuren desde lejos a opinar sobre esa “realidad”, haciendo interpretaciones basadas en lecturas de “academia”, solo tendrán una “visión turística” de este país. Que lo haga la extrema derecha, se justifica, pero que lo hagan los revolucionarios o quienes se reclaman demócratas  es  una ingenuidad política o una postura oportunista, que en el fondo solo sirve para legitimar y justificar la política de “a sangre y fuego” del régimen.

Las almas caritativas que claman por la paz de Colombia, deben acompañar ese deseo con exigencias políticas que la sustenten. La paz solo se puede conseguir asumiendo sus costos. Y quien debe asumir los costos mayores es el Estado, que debe reconocer su responsabilidad histórica, respondiendo por los crímenes cometidos, y poniendo en práctica, una política que demuestre su voluntad de paz. 

Exigirle a la FARC que haga la paz sin contraprestaciones, que abandonen las armas y desfilen ante las cámaras entregándolas a Juan Manuel Santos, es una exigencia absurda, inspirada en la supuesta derrota total de las  FARC , que los medios, los politólogos y los estrategas militares del régimen repiten, o resultado de la ignorancia que tienen acerca de su capacidad  real, las profundas raíces que tiene en diversas regiones del país y su enorme destreza para sobreponerse a los reveses militares. Esa ignorancia solo sirve para hacer  cálculos equivocados, fabricar falsos triunfos militares y sabotear el proceso de paz.