sábado, 27 de abril de 2013

Paz como política de Estado. Rodolfo Arango

Rodolfo Arango*




Enterrada la posibilidad de prolongar el período presidencial a seis años, y remota la reelección con promesa de retiro a la mitad del segundo cuatrienio, surge la pregunta de cómo hacer para tornar la paz de “política de gobierno” en “política de Estado”.

¿Cómo sacar la decisión de paz o guerra del ámbito electoral? La fidelidad de los grupos que compiten por el poder al mandato constitucional de la paz como derecho y deber supone actitudes y decisiones altruistas que algunos protagonistas no parecen dispuestos a asumir. En esto radica el reto del gobierno: blindar el proceso de paz con independencia de quien ocupe la presidencia u obtenga las mayorías del Congreso entre 2014 y 2018.

Una consulta popular antes de terminar el año, cuyo resultado es de obligatorio cumplimiento, podría elevar el acuerdo de paz a política de Estado. Luego vendrían las reformas constitucionales y legales para desarrollar lo pactado. Pero un acuerdo refrendado por el pueblo antes de las elecciones del próximo año está todavía lejano. Mientras las partes negociadoras deliberan, ultramontanos pasean los cuarteles. Para neutralizar las ansias de solución total, Gobierno y Farc necesitarían de altas dosis de cordura y generosidad.

El desafío no es fácil. Se trata de desincentivar la comprensión de “lo político” como la distinción entre amigo y enemigo. Esta idea conflictiva de propios y ajenos, de buenos y malos, no sólo es abrazada por el uribismo; es compartida por amplios sectores de la insurgencia. Al fin y al cabo compartimos una misma cultura hegemónica, blanca, machista y católica. Los partidarios de una solución radical, que elimine —incluso físicamente— a los supuestos enemigos o diferentes, se basan en una concepción de la naturaleza “caída” del ser humano. Sólo la justicia divina o revolucionaria podría ahorrarnos el valle de lágrimas o el sufrimiento causado por nuestra “falsa” conciencia. Resultado de esta visión teológica es la búsqueda de un pueblo homogéneo, puro, presuntamente democrático, por compartir una idea unitaria del bien común.

Contrapuesta a la comprensión antagónica de lo político, invitando a la reflexión en momentos neurálgicos, se encuentra la idea aristotélica de la política. Dice el Estagirita en su Ética a Nicómaco que “la tarea de la política consiste, sobre todo, según parece, en promover la amistad; y, por eso, se dice que la virtud es útil, pues es imposible que sean amigos entre sí los que son recíprocamente injustos. Además, todos decimos que la justicia y la injusticia se manifiestan especialmente en relación con los amigos; y se reconoce que el ser humano mismo es, a la vez, bueno y amigo, y la amistad una cierta propiedad moral; y si uno desea hacer que los hombres no se traten injustamente, basta con hacerlos amigos, pues los verdaderos amigos no cometen injusticias entre sí”.

Si bien es mucho pedir que farcanos o elenos y uribistas se hagan amigos, aunque metamorfosis de unos en otros se han visto en el pasado, la fuerza civilizatoria de la discusión y del diálogo puede contribuir a convencer a unos y otros de que no son tan diferentes. ¿Qué mínimos en el acuerdo permitirían elevar la política de paz a política de Estado para un eventual presidente uribista o un Congreso de mayorías afines al líder supremo?

Adenda: Es hora de que el Congreso de la República avance en el camino civilizatorio y reconozca la posibilidad de contraer matrimonio civil a las parejas del mismo sexo.

* Columnista en El Espectador