El gobierno colombiano planea construir una represa que inundará una zona del norte Antioquia
¿Cuál será el fin que se esconde tras de futura represa?
Hambre en el río de los millones
Por
Página12
Autor:Katalina Vásquez
Guzmán
Campesinos y mineros
fueron caminando 170
kilómetros a Medellín como acto de protesta por la
construcción de un megaproyecto energético a raíz del cual deben abandonar sus
hogares. Viven en una casa que les prestó una ONG.
Desde Medellín
En un pasillo oscuro
están las ollas, las maletas, los carteles ya sucios y la gente tumbada en el
piso: algunos en colchonetas, otros dentro de carpas, y unos más sobre cobijas
o directamente en el suelo frío. Hay mujeres, niños menores de diez años, una
chica embarazada y, sobre todo, hombres de cuerpos robustos y pieles morenas,
campesinos y mineros que llegaron a Medellín como acto de protesta por la
construcción del proyecto hidroeléctrico más ambicioso en la historia de
Colombia: Hidroituango. Caminaron unos 170 kilómetros desde
los valles y montañas que serán inundados, completamente, en 2018.
La represa
tendrá capacidad para 2720 millones de metros cúbicos de agua y costará 5508
millones de dólares. Aunque se trata de una obra pública, pues es Empresas
Públicas de Medellín (EPM) la que invierte los dineros, son contratistas
privados los que la construyen. La empresa brasileña Camargo Correa corre con
el 55 por ciento de las operaciones del que será el mayor proyecto energético
del país. No es el primer negocio multimillonario de Camargo con EPM: Porce III
fue otro megaproyecto de jugosas ganancias para Brasil. "Es por nuestro
río, por la defensa del territorio, porque queremos trabajar la tierra y vivir
en el campo que estamos aquí. Nos ofrecen ocho millones de pesos (unos cuatro
mil dólares) por renunciar a todo, a todo, para dejárselo a unos pocos, para
traer eso que llaman desarrollo. ¿Desarrollo para quién? ¿Para los
contratistas? ¿Para EPM? Yo lo que quiero es trabajar el río como me enseñó mi
pa, y eso mismo heredarles yo a mis hijos. Cuando se acaben los ocho millones
ya sin tierra, ya sin río, no hay nada, sólo venir a vivir en miseria a la
ciudad", cuenta don Jesús, sacándose el sombrero y sacudiendo los zapatos,
disponiéndose a dormir en un plástico negro.
Hay hambre, dolores de
cabeza, ampollas en los pies y hacinamiento en esta casa del centro de Medellín
que les prestó una ong cuando el pasado 22 de marzo tuvieron que abandonar el
campus de la Universidad de Antioquia. Tras cinco días de marcha, allí se
juntaron con los estudiantes para movilizarse por las calles, exigir el diálogo
con Sergio Fajardo, gobernador de Antioquia, con los funcionarios de EPM (que
el 13 de marzo no asistieron al debate público sobre el tema) y denunciar en
los medios los ataques de la policía antimotines a sus campamentos en la
montaña. "Nos botaron la comida, los 'cambuches', las cositas, todo, y nos
tiraron esos gases; a un familiar lo hirieron en un testículo con una esquirla,
y ahí fue que salimos corriendo con ancianos y todo por unos voladeros (colinas
pendientes), nos aporreamos, y cuando paró la balacera porque fue que el
ejército respondió al principio pensando que era la guerrilla la que estaba
explotando esas cosas, ahí sí ya fue que salimos y decidimos movernos un
kilómetro más", habla Genaro "cansado pero motivado, porque si nos
quitan todo y protestamos, nos atacan, entonces con más indignación y ganas
seguimos resistiendo pacíficamente". Al respecto, el secretario de
Gobierno de Antioquia, Santiago Londoño, dijo que la fuerza antimotines sólo
actuó cuando los que protestaban estaban obstruyendo la vía pública pues
"es un delito", pero que desconoce sobre los ataques a los campamentos
y los excesos de autoridad al despojarlos de sus alimentos. Genaro vivía de las
migajas que las minas de oro arrojan al río Cauca. "Semanalmente podíamos
ganar 500 mil pesos (250 dólares), o si no había plata, uno se iba por pescado,
por plátano, y ya, sin estrés. Hoy se siente el hambre en el río", agrega
el hombre.
Los medios
locales, sin embargo, informaron que la marcha en Medellín fue una mera
protesta estudiantil, y la extensa caminata desde el norte de la provincia de
Antioquia hasta llegar a la capital sólo apareció en un diario nacional.
"Sabemos que el corresponsal de Teleantioquia (canal público) tiene la
orden de no pasar información sobre Hidroituango. Llamamos y escribimos a El
Espectador sin respuesta. EPM visita las salas de redacción de los medios para
controlar la información que salga. Nuestra protesta ha sido invisibilizada y
criminalizada. A EPM no le conviene que se divulguen las múltiples
irregularidades e incumplimientos en el de-sarrollo del proyecto", le dijo
a Página/12 Isabel Zuleta, líder del Movimiento Ríos Vivos, que se opone al
gigante hidroeléctrico no sólo por los impactos ambientales "sino por la
clara violación a los derechos humanos, al trabajo, a la vida, a la protesta, a
la organización social". Zuleta y otros once manifestantes fueron víctimas
de detención ilegal el pasado 16 de marzo, y fue entonces que los campesinos en
los campamentos decidieron llegar a Medellín. Un día después, fueron liberados.
Para Zuleta, una de
las explicaciones que el Estado y particularmente EPM le debe a la comunidad es
por qué el conflicto armado (el desplazamiento, los homicidios, las amenazas,
las masacres) aumenta cuando se anuncia el interés en construir la súper
represa en esta zona rica y biodiversa, en los años ochenta. En las décadas siguientes
se vivieron cruentas tomas guerrilleras y masacres paramilitares en esa región,
dejando miles de desplazados que aumentan con la construcción de la presa. El
gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, dijo al diario El Tiempo que esa zona
del país tiene una presencia histórica de las FARC, y también vínculos y
relaciones sociales de los rebeldes con la comunidad. "Nosotros vamos a
romper esas relaciones, primero con un proyecto de esta envergadura y con toda
la inversión social", declaró al diario. Isabel Zuleta reclama: "Si
Hidroituango es un arma de guerra entonces que lo digan como tal, y que el
Estado asuma las consecuencias sociales, culturales, políticas y la
restauración de derechos que eso implica".
Hoy unos 130
campesinos continúan hacinados en una casa de Medellín, mientras tres familias
se declararon desplazadas forzosamente para acceder a las ayudas que otorga el
Estado a las víctimas. Las autoridades locales no prestan ayuda humanitaria al
grupo de civiles, a pesar de los requerimientos escritos a Dapard y a la
Alcaldía de Medellín. Jaime Carrión, subsecretario de Derechos Humanos de la
ciudad, le dijo a este diario que por ley los campesinos deben declarar ante el
ministerio público para recibir ayudas. De lo contrario, deben financiar las
necesidades acarreadas por su decisión autónoma de moverse y protestar. La
aventura de los marchantes continuará a Bogotá si mañana el gobernador Fajardo
se niega, una vez más, a hablar con ellos.