lunes, 22 de abril de 2013

La Marcha por la Paz nos mostró el camino de la reconciliación




  Por Matías Aldecoa*

"Nosotros somos revolucionarios que luchamos por un cambio de régimen. Pero queríamos y luchábamos por ese cambio usando la vía menos dolorosa para nuestro pueblo: la vía pacífica, la vía democrática de masas. Esa vía nos fue cerrada violentamente con el pretexto fascista oficial de combatir supuestas ¨Repúblicas Independientes¨…"

Programa Agrario de los Guerrilleros de las FARC-EP

(Julio 20 de 1964)

La Movilización por la Paz, la Democracia y la Defensa de lo Público realizada el último 9 de abril rebasó las expectativas tanto en lo nacional como en lo internacional, constituyendo un logro importante de las fuerzas convocantes y el aislamiento de los sectores que se oponen a la paz por convicción o por intereses creados.

Más allá de lo masiva, que lo fue (el secretario privado del Distrito Capital estima que en Bogotá y otras localidades del Distrito se movilizaron en total 1´150.000 personas), lo más importante que la caracterizó y la hace única en los últimos 65 años, es que de su convocatoria hicieron parte -además de otros movimientos y partidos políticos-, los dos adversarios que sostienen una guerra a muerte desde 1948: el Estado representado por el actual gobierno, heredero oligárquico de los Gómez, Ospina, López, Lleras y Turbay; y las FARC-EP quien encarna desde hace 49 años el acumulado, la rebeldía y el levantamiento popular originado con la muerte del gran líder liberal asesinado el 9 de abril de 1948: Jorge Eliécer Gaitán.

De lo anterior podemos inferir, si tomamos en consideración otros aspectos, que es probable que hayamos empezado a andar el camino de la reconciliación. Es muestra de que se ha construido confianza en la mesa de conversaciones en La Habana entre el gobierno nacional y el secretariado de las FARC-EP.

El hecho que el presidente Santos coloque en el centro de la política nacional de su gobierno el tema de los diálogos, señala su decisión de apostar su capital político a la paz. Ello obviamente no nos da la certeza de que está dispuesto a jugársela por una paz democrática y con justicia social. Pero sí implica enfrentar al sector guerrerista del país que se ingenia argucias para obstruir la búsqueda de una solución política al conflicto colombiano.

En cuanto a las FARC-EP, ha dado muestras sinceras de voluntad de llegar a un acuerdo que ponga fin al conflicto en los últimos años: liberación de los prisioneros políticos y de guerra que se encontraban en su poder; renuncia al secuestro con fines económicos; tregua unilateral de dos meses; y recientemente, el fortalecimiento de la comisión de paz con un nuevo miembro del secretariado más otros tres destacados comandantes.

Sin duda la llegada de Pablo Catatumbo (quien además de miembro del secretariado del EMC es el jefe nacional del Movimiento Bolivariano) y la carta de Joaquín Gómez aclarando su subordinación a las decisiones del Secretariado, indican que las FARC-EP están cohesionadas en torno a los diálogos. Esto ayudará a superar eventuales escollos de la negociación, aportando elementos de análisis que enriquezcan la discusión tanto al interior de la delegación fariana como frente al equipo gubernamental.

Uno de esos escollos consiste en que, aún sin ser firmados y aprobados acuerdos relacionados con el primer punto de discusión, ya están asesinando a quienes reclaman tierras usurpadas por narcotraficantes y terratenientes, y a dirigentes agrarios que defienden la creación de Zonas de Reserva Campesina (ZRC).

En entrevista reciente el ex presidente Belisario Betancur decía que él sí cree que hay voluntad de Gobierno y FARC para llegar a un acuerdo que ponga fin al conflicto porque hay fatiga de guerra. Esto significa –según el ex presidente- que tanto las FARC-EP como las Fuerzas Armadas y la sociedad colombiana, han pagado un costo elevado y están cansados de la guerra. Ninguno de los dos adversarios militares ha alcanzado un triunfo sobre el contendor ni se vislumbra en el horizonte cercano la posibilidad de una victoria militar. Y en el caso del resto de la sociedad, 49 años de enterrar a sus muertos, ver caer a sus hijos e hijas, perder a hermanos, hermanas, padres, ver encarcelados a parientes, sufrir el destierro y la expoliación, son más que suficientes para querer construir un futuro en condiciones de tranquilidad y democracia.

Pero aparte de si BB tiene razón o no en su lectura política, las FARC-EP desde su nacimiento expresaron su disposición de cesar la guerra en caso de superarse la catadura antidemocrática y excluyente del régimen; cuando la oposición pueda hacer política en igualdad de condiciones, sin temor a ser exterminada; cuando las clases dominantes abandonen la mezquindad y renuncien a la criminalidad como forma de hacer política para cuidar sus privilegios y sostenerse en el poder.

De resultar cierta la hipótesis del ex presidente Betancur, en el sentido que la burguesía se haya convencido que le es más costoso seguir apostando a la guerra para eliminar a sus adversarios políticos, que disponerse a hacer reformas sociales que democraticen el país, pongan fin al conflicto y abran camino a la paz, la mesa de diálogo estaría soportada en suelo firme.

No obstante los atisbos de solución política de la actual coyuntura, aún subsisten corrientes populares que se oponen al proceso de diálogos, quienes acudieron a distintos argumentos para no marchar el pasado 9 de abril. Todavía no vislumbran las posibilidades de cambios democráticos que se abren para un futuro próximo, de concretarse un acuerdo entre la insurgencia de las FARC-EP y el gobierno nacional. Posibilidades que se convertirán en realidad solo si se organiza en un torrente único, la inmensa mayoría de la nación.

Se trata de aislar a quienes por convicción, interés creado o mezquindad sectaria se ponen del lado de la guerra. Estamos en un momento crucial de nuestra historia, y así lo deben entender estos importantes sectores que aún no optan por apoyar con decisión el proceso de diálogo en La Habana.

Es claro que en el esfuerzo por mantener la coherencia discursiva de la última década, a algunos les cuesta reconocer que la insurgencia colombiana juega un papel importante en la lucha popular por las transformaciones democráticas y revolucionarias de nuestro país. Por encima de ello, lo que deben entender el PDA, las centrales obreras, la minga indígena, etc., es que ellos también tienen un rol que jugar sumándose al movimiento nacional por la paz. Deben llegar a poner su grano de arena a la construcción de un nuevo país.

La paz es del pueblo y su logro demanda la unidad más completa del Movimiento popular. La coyuntura política nos convoca. Es la oportunidad para avanzar en la realización de importantes cambios. Debemos estar a la altura del momento histórico.

20 Abril 2013

* Coordinador del movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia en el Suroccidente del país.