Los diálogos en Oslo
Pavel Blanco Cabrera, PCM |
Pável Blanco Cabrera[1]
@korchaguine
Concluido el encuentro
exploratorio, el Gobierno de Colombia y las FARC-EP han anunciado el inicio de
una Mesa de Conversaciones para buscar una salida política al conflicto social
y armado en que se encuentra el pueblo colombiano desde hace cinco décadas.
Participarán también los gobiernos de Cuba y Noruega como garantes, y los de
Venezuela bolivariana y Chile como acompañantes.
No es la primera vez que
ello se intenta, y la insurgencia siempre ha mostrado su voluntad para dialogar
con el adversario, que en todas las ocasiones incumplió. Uno de los intentos
previos de salida política fue la Unión Patriótica, a la que le asesinaron
candidatos presidenciales, parlamentarios concejales y miles de militantes en
crímenes ordenados por el Estado, ejecutados por él o por grupos paramilitares.
Fue una campaña de exterminio político.
Los diálogos en San
Vicente del Caguán mostraron a los colombianos y al mundo que la guerrilla
estaba bien armada de propuestas para dar solución a los problemas sociales. En
cada mesa temática, las FARC-EP demostraron no solamente un conocimiento
profundo de cada asunto nacional, sino contar con un ejército de cuadros
preparados para su resolución, con talla de estadistas. Recordamos, por
ejemplo, la propuesta de sustitución de cultivos para combatir el tráfico de
drogas, considerándolo un problema social
al que atender desde sus raíces. El gobierno de Pastrana se empecinó en
generar pretextos que inviabilizaron esa oportunidad y reinició las operaciones
militares.
El imperialismo apostó
por la derrota militar de las FARC-EP con el Plan Colombia, en el que se
empeñaron las administraciones de Clinton y Bush.
Durante las dos
gestiones de Álvaro Uribe, se vivió como nunca el terror contra la población.
La mezcla de Estado, paramilitarismo y
narcotráfico resultó en años dramáticos cuyas terribles heridas se prolongan hasta
hoy: tan sólo con el caso de los falsos
positivos se cuentan ya miles de asesinados, miles de personas a las que el
ejército asesinaba, los vestía con el uniforme fariano y los presentaba a la
prensa como bajas de la insurgencia; cinco millones de desplazados en el
proceso de despojo de tierras por vía institucional a favor de la oligarquía;
empobrecimiento de la población, desvalorización del trabajo, privatizaciones y
entrega de la soberanía nacional para favorecer a los monopolios colombianos y
de otras nacionalidades. En las cárceles del Estado languidecen actualmente más
de 7000 presos políticos.
Las dimensiones de la
guerra, con bases militares norteamericanas y el Comando Sur del ejército de
los EEUU en plena acción, dan base para que algunos especialistas e
intelectuales expresen que se vive un nuevo Vietnam.
Lo que pasa en Colombia
es de importancia continental y mundial y no hay motivo que justifique darle la
espalda al tema. Con mayor razón para las fuerzas revolucionarias. Dejando de
lado a la jauría de voceros de los monopolios, que han derramado tinta calumniosa
para criminalizar la insurgencia y el derecho de rebelión, lo cierto es que hay
debates profundos sobre el conflicto social y armado por el que atraviesa ese
pueblo hermano. El Comandante Fidel Castro escribió un libro sobre el tema y le
dedicó Reflexiones muy polémicas.
Otros han optado por un silencio injustificable. Muchos intelectuales han
tomado partido abierto por la guerrilla. Desde la izquierda también surgieron
voces hablando de la inviabilidad de la lucha armada y casi exigiendo la
rendición de las FARC-EP y del ELN.
Pero los marquetalianos
han demostrado con hechos la viabilidad de la rebelión, de la lucha armada, y
de la estrategia y táctica enarbolada por Manuel Marulanda y Jacobo Arenas,
siguiendo a Lenin: la combinación de todas las formas de lucha. La fuerza de
los principios, la justeza de los objetivos de lucha, de las demandas, del
programa, han permitido a los camaradas de las FARC resistir. Las operaciones
de guerra contra Raúl Reyes, Jorge Briceño y Alfonso Cano, son la prueba, por
una parte, del despliegue militar para aniquilar esa lucha y por otro, de la
gran voluntad del pueblo para continuar la lucha hasta vencer.
Las FARC-EP, un partido
comunista en armas, no fueron, ni serán, vencidas militarmente; y tampoco
abandonarán las armas sin alcanzar los objetivos que los llevaron a la senda
guerrillera. El objetivo de las FARC-EP es la conquista del poder y la
construcción de una Colombia nueva.
En un equívoco pensar
que los diálogos de Oslo son los de la desmovilización. Serán, eso sí, un nuevo
escenario de la confrontación, de los de abajo contra los de arriba, de las
clases oprimidas contra los explotadores, de Bolívar contra Santander, de las
mayorías oprimidas en duro antagonismo con la minoría que es la clase
dominante. Y habrá que esperar un debate de grueso calibre y ráfagas de
argumentos que presentará la delegación de las FARC-EP, como ya adelantan las
opiniones del comandante Jesús Santrich sobre el tema de la tierra.
Con gran firmeza lleva
la columna fariana dirigida por el comandante Iván Marquez, para ese encuentro
con sus adversarios de clase, la bandera de la paz con justicia. Veremos un
ejército del pueblo con grandes pertrechos culturales, con dominio de la
historia, compromiso con el pueblo trabajador, solidaridad e internacionalismo.
Llegan a esa nueva batalla las FARC-EP con gran dignidad y siendo portadores de
la esperanza de su pueblo. Y con las FARC-EP van las luchas del continente por
emancipación y socialismo. En ese equipo debe integrarse sin dilación el comandante
Simón Trinidad, actualmente en una cárcel de los EEUU.
Un factor contra la
burguesía es que en Colombia existen grandes movimientos socioclasistas,
antiimperialistas y anticapitalistas, de trabajadores, estudiantes, campesinos,
indígenas, mujeres, jóvenes, afrodescendientes, ambientalistas, algunos de
ellos expresados en la Marcha Patriótica. En sus alocuciones el Comandante en
Jefe de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, expresó su convicción de que el pueblo
es el hacedor de la historia y señaló la importancia de que el pueblo se
involucre en esta oportunidad para la solución política.
Las FARC-EP deben ser
acompañadas en ésta batalla por los pueblos y sus organizaciones
revolucionarias y clasistas. El Partido Comunista de México, sin importar la criminalización
en su contra, no ha desistido nunca de la solidaridad con la insurgencia
colombiana y hoy estará atento al desenvolvimiento de la situación.
Pensamos que éste es el
deber de todos aquéllos que compartan la idea de construir un mundo nuevo, que
necesariamente será socialista-comunista.