Espacio mediático siempre tienen los oligarcas
ladrones. Y servidores, como en el caso
de Plinio Apuleyo Mendoza, periodista del fascismo colombiano. |
¡Cójanlo… suéltenlo!
Por: Cecilia Orozco Tascón, columnista de El Espectador
¡Impactante!
así es la campaña de publicidad que el uribismo ha desplegado a favor de Andrés
Felipe Arias, ahora convertido en la víctima de unos jueces desalmados que lo
tienen prisionero con el fin de enlodar su carrera y de frenar —comunistas
clandestinos, y aliados de las Farc que son— su ascenso a la Presidencia.
Montado sobre
los razonables argumentos de algunos que han criticado la tardanza en la
resolución jurídica de la exestrella del gabinete ministerial, el que hoy se
autodenomina Centro Democrático, o sea la misma fauna que acompaña a Álvaro
Uribe a donde este diga, no falla un día en incluir en la prensa entrevistas
con él, comentar el drama de su vida, dictar sentencia absolutoria y exhibir
una bonita galería de fotografías suyas en las que se le ve junto a su esposa
mientras ambos reflejan su tragedia de joven pareja.
No hay registro
imperfecto. En una, la espigada señora, arrodillada en mitad de la sala de
audiencias, toma entre sus manos la cabeza del “preso político” (así lo
identifican en Twitter) y ambos miran hacia abajo, en actitud de derrota; en
otra, él cierra los ojos, al borde de soltar una lágrima, y ella le acerca su
cara con ternura. En una tercera, el abrazo angustiado antes de que un agente
los separe. Y así… Diría uno que esas fotos fueron seleccionadas por un
relacionista público. Pero no: había reporteros gráficos allí. Es que la pareja
Arias es el dolor en su expresión más apropiada: sin ojos hinchados, sin nariz
enrojecida, sin ropa arrugada, sin gritos estridentes de esos que se escuchan
entre los pobres y los maleducados. Apropiado, sí, y elegante.
Escenas como
para la descripción de una gran pluma, la de Plinio, en la cúspide de la
estrategia. “A mí, como a muchos, me dolieron estas imágenes… La víspera, una
tarde soleada como pocas en esta época de lluvias, había estado largo tiempo en
un salón de la Escuela de Caballería con Andrés Felipe, su esposa, sus padres y
sus dos pequeños hijos… Todos compartían la misma esperanza. Todos, sin
excepción, esperaban que en la audiencia prevista para el día siguiente, Arias
pudiera volver a su casa...”. Continúa Mendoza, presto siempre a defender, con
idénticas frases, a indefensables abrumados con la carga de las pruebas,
verbigracia, Rito Alejo del Río, Alfonso Plazas Vega, Luis Carlos Restrepo,
Álvaro Uribe…: “en este proceso contra Andrés Felipe Arias hay ingredientes
políticos e ideológicos…”. Y el clímax: “vivo en un estrés permanente —dice
Catalina (la esposa del recluso)—. Es una angustia, es no poder dormir… es
incluso haber llegado a pensar que lo mejor que pudiera suceder sería morirnos
los cuatro (la familia) al tiempo”.
El éxito de la
campaña es evidente. Voces más sensatas que las del núcleo uribista también
presionan la libertad del exministro sin conocer las intimidades del caso, los
expedientes, ni a los responsables de las dilaciones. Nada de nada. Desde
luego, la justicia debe ser pronta y eficaz. Por eso, habría que protestar
también, y dedicarle páginas enteras, a la situación que padecen 34.784 presos
sindicados y sin condena, que están hoy en las celdas malolientes de las
cárceles de Colombia. Ya quisieran ellos tener como reclusorio la Escuela de
Caballería y contar con salones y sillones para recibir visitas. El calvario
del exuribito no es más escandaloso que el de esos miles de detenidos: su
espera es apenas la del promedio más optimista para una decisión judicial, que
está entre 18 y 24 meses. ¿A qué viene, pues, tanto asombro? No condeno a Arias
ni lo absuelvo. Pero lejos estoy de pedirles a los magistrados lo que la gente
le exige a un policía cuando ve a un ladrón: cójalo. Y de solicitarle, cuando
lo coge, que lo suelte como si el sistema judicial pudiera actuar a capricho
del afectado de turno..