Empecemos
con la novedad que representa el neoliberalismo como forma de gobernar
correlativa a la manera en la que se valoriza el capital en nuestras
sociedades contemporáneas. El neoliberalismo representa una transformación en
la forma en la que concebimos lo político o, más bien, la relación entre el
Estado y la sociedad, pues se enmarca en la entrada en crisis del modelo
capitalista sellado en la posguerra, un modelo, digámoslo siguiendo al
profesor Renán Vega, caracterizado por la alianza entre la burguesía y los
proletarios, donde la primera se encargaba de garantizar unas condiciones
laborales estables mientras que los segundos renunciaban a pretender la
revolución. Este pacto fue el testimonio de la Europa de la posguerra de la
época de oro del capitalismo.
¿Por qué de oro? porque hubo una relativa
armonía entre los intereses de los trabajadores y los intereses de los
capitalistas y fue un periodo ausente de crisis hasta 1973.
¿Qué
produjo la crisis que puso fin a la aparente época de la reconciliación de la
humanidad, al menos en Europa? Como ya lo había puesto de presente la crítica
al capitalismo desde el pensamiento de Marx, las relaciones de producción
capitalistas tienden a producir más de la cuenta. Cuando un trabajador o una
trabajadora producen objetos o servicios y se le retribuye con salarios que
permiten su subsistencia, no hay quien consuma todos estos elementos
producidos, el mundo de las cosas termina fortaleciéndose hasta desligarse
completamente de los asuntos humanos. Esta desgarradura entre el mundo de las
cosas, de las mercancías y la actividad vital humana, es lo que se pone de
manifiesto en la crisis del capitalismo, lo cual se evidencia con la ausencia
de una demanda efectiva, la sobreproducción, la quiebra de las grandes industrias,
desastres ambientales, etc.
Ante este
nuevo escenario de crisis nace el neoliberalismo como la estrategia del
capital para recobrar fuerzas. Siguiendo un estudio de Michel Foucault1,
cabe resaltar que, contrario a lo que se suele pensar, el neoliberalismo no
es el resurgimiento del liberalismo, es decir no es el renacer de un Estado
que se debe limitar en provecho de las libertades individuales y de la
circulación de mercancías, sino más bien es la puesta en marcha de una
estructura estatal tan fuerte como nunca antes se había visto. Si el
liberalismo era el reino del dejar hacer y dejar pasar, el
neoliberalismo reestructura nuestros Estados de tal forma que sean más
fuertes. Esta fortaleza radica en la constitución de unos mecanismos precisos
para adaptar el Estado a los principios de una economía de mercado. De esta
forma vemos que mientras en la época liberal los Estados se limitaban, hoy
los Estados neoliberales se adaptan.
Pasamos
así a las características del neoliberalismo. Las instituciones deberán velar
por defender a toda costa las condiciones del libre mercado, así tengan que
intervenir sobre las condiciones de éste. Esto no quiere decir que el Estado
entre a regular el mercado sino más bien interviene sobre cualquier tipo de
acciones que vayan en contra de la libre iniciativa de circulación del
capital. Un ejemplo claro, proveniente de nuestra realidad más próxima, es el
objetivo que se ha planteado el presidente Juan Manuel Santos con su afán de
ofrecer las condiciones concretas de un país en paz para la extracción minera
y energética en Colombia. El Estado muestra su interés en un país
relativamente ausente de conflictividad armada para dar rienda suelta al
capital. El sueño del neoliberalismo sólo se pone patente una vez las
instituciones intervienen indirectamente sobre las condiciones que hacen
posible algo como la libertad de mercado.
Existe una
segunda característica del neoliberalismo. Para que este sistema sobreviva es
preciso desmontar todos los sistemas de seguridad social, no para “achicar”
al Estado, sino para adaptar la sociedad al libre mercado. Antes el Estado se
preocupaba por dejar rienda suelta a los capitalistas para que construyan su
capitalismo, ahora el Estado presta todo su empeño para que aquellos puedan
construir su capitalismo sin contingencias. Será preciso entonces adaptar a
la gente a que “nada es regalado”, es preciso que cada quien naturalice su
lugar en el mundo, es decir termine por creer que no existe una obligación de
él o aquella con nadie, puesto que en el mundo no hay más que individuos que
persiguen su propio interés. El Estado no se despreocupa de la sociedad,
antes bien, la “educa” de tal forma que no se tome atribuciones que no le
conciernen.
Para un neoliberal es absurdo que un movimiento político reclame educación
y salud, pues va en contravía de los hombres y mujeres económicos que se
desenvuelven en el mundo del interés.
Estas dos
características del neoliberalismo, esto es, la que interviene para que el
mercado fluya y la que educa a la sociedad de acuerdo a una cultura del
interés van acompañadas, por supuesto, de una guerrerización del Estado. El
Estado terrorista no es un lamentable error de la racionalidad con la que
opera el neoliberalismo, sino más bien su condición de existencia. El
fortalecimiento del aparato militar, la penalización de conductas que no
están de acuerdo con el interés del libre mercado y el microfascismo de los
individuos educados de acuerdo a la sociedad de interés son las principales
formas del Estado guerrero o terrorista. Un claro ejemplo lo pone de
manifiesto el actual conflicto entre la procuraduría y la alcaldía de Bogotá.
El apuro de Ordoñez consiste en ver a una Bogotá en donde cada quien
desempeñe su función como debe ser, es decir en provecho del libre mercado y
así mismo “de las buenas costumbres” que caracterizan a una sociedad del
interés2. A juicio de un neoliberal lo que le falta a los
progresistas no es una inteligencia sino una perspectiva de gobierno que
contribuya a la perpetuación de un mundo más llevadero para los capitalistas.
Pasemos
finalmente a los efectos. En este punto es preciso retomar el asunto del
trabajo sabiendo que existen muchas otras formas en las que se manifiestan
tales efectos. La cultura del interés, acompañada de la guerrerización del
Estado y la intervención del mismo en provecho del mercado nos arroja a las
condiciones laborales de hoy.
Wilhem Röpke3, uno de los artífices
intelectuales del neoliberalismo, fue quien puso en evidencia la pertinencia
del desmonte de los sistemas de seguridad social. Para él el Estado no tiene
ninguna obligación de redistribuir los ingresos en una sociedad, no debe
garantizar una igualdad, sino más bien debe administrar la desigualdad. Bajo
esta lógica resulta inapropiado por parte de las instituciones velar por una
estabilidad laboral y así mismo por garantizar un sistema de pensiones, de
salud y educación, ya que estas dinámicas irían en desmedro de la ya
mencionada cultura del interés. Sin que lo mencionen, la precarización
laboral se convierte en la condición de posibilidad de una sociedad del
interés.
La
ausencia de trabajos estables, la destrucción de los sindicatos y la
criminalización de la protesta social y política son el conjunto de formas
con las que convive la versión neoliberal del capitalismo. El neoliberalismo
ha logrado administrar un capitalismo en crisis, ha deprimido lo ingresos de
los trabajadores y ha desposeído a multitudes de los derechos que alguna vez
fueron conquistados por apuestas emancipadoras. Esto no quiere decir que sea
inútil resistir o sublevarse frente a la política que precariza nuestras
vidas, sino más bien demanda que creemos nuevas formas de concebir la
resistencia, la disidencia o la revolución. El Estado no es meramente un
aparato, es quizás el efecto de una forma de vida que instrumentaliza a la
naturaleza y a los otros y las otras. La lucha contra el Estado no consiste
en la lucha contra aquel monstruo frio que nos oprime, sino más bien contra
un conjunto de relaciones o más bien contra el modo como nos relacionamos. La
lucha emancipadora es tanto ética como política. Ética porque es preciso
abandonar el Estado que llevamos adentro de nosotros mismos y es política
porque no podemos liberarnos del neoliberalismo si no existe una apuesta
colectiva que interrumpa la agenda de gobierno de nuestros
oligarcas.
***
1Me refiero al curso
impartido por el pensador francés en 1979 en el Collège de France, El
nacimiento de la biopolítica.
3El mismo Foucault hace mención del él en el libro ya referido.
|