domingo, 5 de mayo de 2013

¿En qué consiste el neoliberalismo?





La ausencia de trabajos estables, la destrucción de los sindicatos y la criminalización de la protesta social y política son el conjunto de formas con las que convive la versión neoliberal del capitalismo.
 
Es de común conocimiento que Colombia es uno de los países que sirvió como laboratorio de experimentación de lo que se denomina neoliberalismo. La liberalización del capital, la reducción del gasto público bajo la noción de disciplina fiscal y el fortalecimiento de su aparato represor, son sólo algunas de las características que nos permiten decir que en Colombia hay neoliberalismo y que estamos muy lejos de concebirlo como una forma de pensar al Estado y al gobierno extraña a nosotros y nosotras ¿En qué se diferencia el neoliberalismo de las formas anteriores de pensar la relación entre el Estado y el mercado? ¿Qué elementos constituyen su forma de gobernar? ¿Cuáles son sus efectos?

Empecemos con la novedad que representa el neoliberalismo como forma de gobernar correlativa a la manera en la que se valoriza el capital en nuestras sociedades contemporáneas. El neoliberalismo representa una transformación en la forma en la que concebimos lo político o, más bien, la relación entre el Estado y la sociedad, pues se enmarca en la entrada en crisis del modelo capitalista sellado en la posguerra, un modelo, digámoslo siguiendo al profesor Renán Vega, caracterizado por la alianza entre la burguesía y los proletarios, donde la primera se encargaba de garantizar unas condiciones laborales estables mientras que los segundos renunciaban a pretender la revolución. Este pacto fue el testimonio de la Europa de la posguerra de la época de oro del capitalismo. 

¿Por qué de oro? porque hubo una relativa armonía entre los intereses de los trabajadores y los intereses de los capitalistas y fue un periodo ausente de crisis hasta 1973.   

¿Qué produjo la crisis que puso fin a la aparente época de la reconciliación de la humanidad, al menos en Europa? Como ya lo había puesto de presente la crítica al capitalismo desde el pensamiento de Marx, las relaciones de producción capitalistas tienden a producir más de la cuenta. Cuando un trabajador o una trabajadora producen objetos o servicios y se le retribuye con salarios que permiten su subsistencia, no hay quien consuma todos estos elementos producidos, el mundo de las cosas termina fortaleciéndose hasta desligarse completamente de los asuntos humanos. Esta desgarradura entre el mundo de las cosas, de las mercancías y la actividad vital humana, es lo que se pone de manifiesto en la crisis del capitalismo, lo cual se evidencia con la ausencia de una demanda efectiva, la sobreproducción, la quiebra de las grandes industrias, desastres ambientales, etc.

Ante este nuevo escenario de crisis nace el neoliberalismo como la estrategia del capital para recobrar fuerzas. Siguiendo un estudio de Michel Foucault1, cabe resaltar que, contrario a lo que se suele pensar, el neoliberalismo no es el resurgimiento del liberalismo, es decir no es el renacer de un Estado que se debe limitar en provecho de las libertades individuales y de la circulación de mercancías, sino más bien es la puesta en marcha de una estructura estatal tan fuerte como nunca antes se había visto. Si el liberalismo era el reino del dejar hacer y dejar pasar, el neoliberalismo reestructura nuestros Estados de tal forma que sean más fuertes. Esta fortaleza radica en la constitución de unos mecanismos precisos para adaptar el Estado a los principios de una economía de mercado. De esta forma vemos que mientras en la época liberal los Estados se limitaban, hoy los Estados neoliberales se adaptan.

Pasamos así a las características del neoliberalismo. Las instituciones deberán velar por defender a toda costa las condiciones del libre mercado, así tengan que intervenir sobre las condiciones de éste. Esto no quiere decir que el Estado entre a regular el mercado sino más bien interviene sobre cualquier tipo de acciones que vayan en contra de la libre iniciativa de circulación del capital. Un ejemplo claro, proveniente de nuestra realidad más próxima, es el objetivo que se ha planteado el presidente Juan Manuel Santos con su afán de ofrecer las condiciones concretas de un país en paz para la extracción minera y energética en Colombia. El Estado muestra su interés en un país relativamente ausente de conflictividad armada para dar rienda suelta al capital. El sueño del neoliberalismo sólo se pone patente una vez las instituciones intervienen indirectamente sobre las condiciones que hacen posible algo como la libertad de mercado.

Existe una segunda característica del neoliberalismo. Para que este sistema sobreviva es preciso desmontar todos los sistemas de seguridad social, no para “achicar” al Estado, sino para adaptar la sociedad al libre mercado. Antes el Estado se preocupaba por dejar rienda suelta a los capitalistas para que construyan su capitalismo, ahora el Estado presta todo su empeño para que aquellos puedan construir su capitalismo sin contingencias. Será preciso entonces adaptar a la gente a que “nada es regalado”, es preciso que cada quien naturalice su lugar en el mundo, es decir termine por creer que no existe una obligación de él o aquella con nadie, puesto que en el mundo no hay más que individuos que persiguen su propio interés. El Estado no se despreocupa de la sociedad, antes bien, la “educa” de tal forma que no se tome atribuciones que no le conciernen. 

Para un neoliberal es absurdo que un movimiento político reclame educación y salud, pues va en contravía de los hombres y mujeres económicos que se desenvuelven en el mundo del interés.

Estas dos características del neoliberalismo, esto es, la que interviene para que el mercado fluya y la que educa a la sociedad de acuerdo a una cultura del interés van acompañadas, por supuesto, de una guerrerización del Estado. El Estado terrorista no es un lamentable error de la racionalidad con la que opera el neoliberalismo, sino más bien su condición de existencia. El fortalecimiento del aparato militar, la penalización de conductas que no están de acuerdo con el interés del libre mercado y el microfascismo de los individuos educados de acuerdo a la sociedad de interés son las principales formas del Estado guerrero o terrorista. Un claro ejemplo lo pone de manifiesto el actual conflicto entre la procuraduría y la alcaldía de Bogotá. El apuro de Ordoñez consiste en ver a una Bogotá en donde cada quien desempeñe su función como debe ser, es decir en provecho del libre mercado y así mismo “de las buenas costumbres” que caracterizan a una sociedad del interés2. A juicio de un neoliberal lo que le falta a los progresistas no es una inteligencia sino una perspectiva de gobierno que contribuya a la perpetuación de un mundo más llevadero para los capitalistas.

Pasemos finalmente a los efectos. En este punto es preciso retomar el asunto del trabajo sabiendo que existen muchas otras formas en las que se manifiestan tales efectos. La cultura del interés, acompañada de la guerrerización del Estado y la intervención del mismo en provecho del mercado nos arroja a las condiciones laborales de hoy. 

Wilhem Röpke3, uno de los artífices intelectuales del neoliberalismo, fue quien puso en evidencia la pertinencia del desmonte de los sistemas de seguridad social. Para él el Estado no tiene ninguna obligación de redistribuir los ingresos en una sociedad, no debe garantizar una igualdad, sino más bien debe administrar la desigualdad. Bajo esta lógica resulta inapropiado por parte de las instituciones velar por una estabilidad laboral y así mismo por garantizar un sistema de pensiones, de salud y educación, ya que estas dinámicas irían en desmedro de la ya mencionada cultura del interés. Sin que lo mencionen, la precarización laboral se convierte en la condición de posibilidad de una sociedad del interés.

La ausencia de trabajos estables, la destrucción de los sindicatos y la criminalización de la protesta social y política son el conjunto de formas con las que convive la versión neoliberal del capitalismo. El neoliberalismo ha logrado administrar un capitalismo en crisis, ha deprimido lo ingresos de los trabajadores y ha desposeído a multitudes de los derechos que alguna vez fueron conquistados por apuestas emancipadoras. Esto no quiere decir que sea inútil resistir o sublevarse frente a la política que precariza nuestras vidas, sino más bien demanda que creemos nuevas formas de concebir la resistencia, la disidencia o la revolución. El Estado no es meramente un aparato, es quizás el efecto de una forma de vida que instrumentaliza a la naturaleza y a los otros y las otras. La lucha contra el Estado no consiste en la lucha contra aquel monstruo frio que nos oprime, sino más bien contra un conjunto de relaciones o más bien contra el modo como nos relacionamos. La lucha emancipadora es tanto ética como política. Ética porque es preciso abandonar el Estado que llevamos adentro de nosotros mismos y es política porque no podemos liberarnos del neoliberalismo si no existe una apuesta colectiva que interrumpa la agenda de gobierno de nuestros oligarcas.   

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1Me refiero al curso impartido por el pensador francés en 1979 en el Collège de France, El nacimiento de la biopolítica.

3El mismo Foucault hace mención del él en el libro ya referido.