Lisandro Duque Naranjo |
En este momento
hay un gran debate en España, a propósito del homenaje que le hizo la delegada
catalana del partido de gobierno, María de los Llanos Luna, a la famosa
“División Azul”, fuerza franquista que sirvió bajo las órdenes de Hitler
durante la Segunda Guerra Mundial.
Todos los
partidos políticos de ese país, con excepción del PP, demandan la renuncia de
la funcionaria, y por supuesto una explicación sobre el porqué de su presencia
en acto tan repudiable.
En Chile,
mientras tanto, el empresario local Sven von Appen —hijo de Albert von Appen,
un confeso nazi expulsado de ese país en 1945—, dio un reportaje en La Segunda,
en el que se refiere a sus paisanos —los chilenos, obviamente—, con términos
muy zootécnicos: “…se volvieron hambrientos de mayores beneficios…” (…) “…este
ministro de Hacienda y este presidente crearon un avance que también se dio en
el pasado con un presidente muy bueno” (Pinochet). (…) “A los chilenos les ha
crecido tanto el apetito, que no pueden parar. Eso hará que engorden y se
pongan más cómodos”.
Al final
expresa su deseo de que gane la izquierda para que los chilenos “no se sigan
elevando”. Algo así como bajarlos de esa nube, para que no abusen tanto de las
bondades del capitalismo. A los pocos días de ese reportaje tan sincero sus
hijos enviaron al periódico una carta en la que piden disculpas, pues “desde
hace algún tiempo nuestro padre sufre de una enfermedad degenerativa propia de
la vejez contra la cual lucha día a día…”.
En esa materia,
sin embargo, los colombianos nos llevamos a los chilenos y a los catalanes por
delante, pues no sólo tenemos partido nazi, sino un procurador que quemó libros
impíos (Cien años de soledad entre ellos), y ni se arrepiente de eso ni ha sido
suficientemente explícito respecto a su negacionismo del holocausto hitleriano.
Además, tenemos
al general retirado Jaime Ruiz Barrera, presidente de Acore, quien el pasado
jueves atribuyó el asesinato de Manuel Cepeda al hecho de ser “líder de las
Farc”, e insultó a Iván Cepeda con expresiones como “a usted le falta clase y
señorío”, “sea varón”, y vulgaridades de ese estilo, muy propias, la primera,
de comentarista de torneo de belleza, y la segunda, de patio de cárcel o de
palacio presidencial durante la seguridad democrática.
Hasta el
momento, ni la familia del procurador ni la del general han informado a los
medios sobre el desgaste de los desinhibidores cerebrales de ese par de
señores.
El nazismo es
un concepto facilista del mundo, que reclama de sus adeptos ser de una
simplicidad intelectual básica, carecer de dudas, dejarse llevar por lo
primario, rechazar lo inédito. Emocionarse con el lugar común, respetar las
frases ya hechas, creer en la verdad absoluta y llegar al éxtasis con los
colores, los ritos y los himnos de su causa. Nazi que se respete puede incluso
cometer, o presenciar, un homicidio atroz, y considerarlo no sólo necesario
sino edificante si le disminuye adversos a su jefe, o a su accesible ideología.
Se trata de dejar el mundo tal como está, y de salvar, de la manera más
primitiva posible, lo permanente frente a lo supuestamente desconocido, sea
esto de carácter racial, sexual, religioso, político, jurídico, etc.
El nazismo,
como política de Estado, y con la anuencia de un electorado mayoritario, tuvo
su apoteosis durante el Tercer Reich, con una carnicería humana que dejó
estupefacto al planeta. A causa de ese horror, y del grito que llevan poniendo
en el cielo 20 millones de víctimas a lo largo de los últimos 68 años, todos jurábamos
que el repliegue de sus fervorosos era definitivo. Pero qué va, se están
cogiendo confianza para irrumpir de nuevo. No con pedazos de influencia en
algunas posiciones, sino con todo el poder para lograr, otra vez, “la solución
final”.
* Lisandro Duque
Naranjo | Elespectador.com