Santos Uribe Vélez se reúne con Capriles
Por Jorge Capelán, RlP / TcS.
La decisión del presidente colombiano, Juan Manuel
Santos, de reunirse ayer en la Casa de Nariño con el fascista venezolano
Capriles Radonski es un grave error político que muestra que la oligarquía
santanderista todavía no está preparada para adaptarse a las realidades de un
mundo multipolar.
Santos, al
recibir al instigador de una ola de violencia golpista que cobró 11 vidas
humanas tras las elecciones del 14 de abril en Venezuela (y contra quien pende
una investigación de la justicia por esos hechos), en la práctica desconoció
unos resultados electorales que previamente había reconocido, violó su
entendimiento con Venezuela de al menos respetar el orden institucional de la V
República, puso en riesgo el Proceso de Paz que lleva adelante con la guerrilla
(y del que Venezuela es uno de los principales garantes), y, lo que es muy
grave, fue en contra de un consenso existente en la CELAC y UNASUR de no
aceptar el golpismo fascista.
En realidad,
Juan Manuel Santos está sometido a fuertes presiones, por un lado, de los
sectores oligárquico-militares dependientes del narcoparamilitarismo y del Plan
Colombia estadounidense, y por otro lado, de la propia Casa Blanca.
El
narcoparamilitar Álvaro Uribe Vélez, que aspira a regresar a la Casa de Nariño,
desde hace tiempo lleva adelante una despiadada campaña contra Santos de cara a
las elecciones del año que viene. Por otro lado, encuestas de los propios
medios de la oligarquía colombiana agitan con una supuesta pérdida de
popularidad de Santos a causa de esa campaña, que ha concentrado su fuego en
boicotear las conversaciones de paz, en sabotear la mejora de las relaciones
con Venezuela impulsadas por Santos y explotar fracasos colombianos, como el
fallo adverso a sus intereses en el Caribe en el juicio impulsado por Nicaragua
en La Haya.
A su vez, los
Estados Unidos impulsan la Alianza del Pacífico, un esquema de "libre
comercio" con los objetivos de "contener" el avance de China en
el mercado mundial y de destruir el proceso de integración latinoamericana
expresado en el MERCOSUR, la UNASUR, la CELAC y el ALBA. En ese esquema, la
Casa Blanca quiere imponer una versión del fenecido ALCA con el apoyo de sus
aliados a ambos lados del Pacífico. Además del impulso de la Alianza del
Pacífico, los Estados Unidos pretenden, obviamente, destruir el proceso
revolucionario venezolano.
El costo
político de haber recibido a Capriles es muy alto para Santos. Si creía que los
sectores manejados por Uribe lo van a dejar en paz luego de deteriorar de esta
forma sus relaciones con Venezuela y con los países más pujantes del proceso de
integración latinoamericana, se equivoca, puesto que el verdadero objetivo de
Uribe es el de destruir el proceso de paz con la guerrilla, destruyendo al
propio Santos en el proceso.
Son esos
sectores representados por Uribe, los que se benefician directamente del 6% del
PIB colombiano que se destina a la guerra, para no hablar de los cuantiosos
ingresos del narcotráfico. Por otro lado, el comercio de Colombia con Venezuela
asciende a varios miles de millones de dólares, tal vez unos 6.000, y se
calcula que un 40% de las exportaciones colombianas a Venezuela consiste en
compras del Estado socialista bolivariano.
Además, Santos
parece ignorar que en Colombia también existe una opinión favorable hacia
Venezuela que justamente ayer se hizo oir en las calles tan pronto se conoció
de su reunión con Capriles. Es la misma opinión que reclama los cambios que
ahora se están discutiendo en el proceso de paz en La Habana y que, de no ver
satisfechas sus esperanzas de unas reformas democráticas mínimas que permitan
poner fin a la violencia, mantendrán los niveles de conflictividad (desde la
lucha armada hasta la lucha social de todo tipo), que motivaron a Santos a
sentarse a la mesa de negociaciones en primer lugar.
Si Santos cree
que puede agredir a Venezuela y al mismo tiempo mantener un status quo que le
permita el flujo de las inversiones del otro lado del Pacífico y dentro de la
región, sobreestima tanto la fortaleza del eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires,
como el pragmatismo de China. Los países sudamericanos no aceptarán que se
rompa el consenso existente en torno a la vigencia del orden democrático que
Santos violó al recibir a un golpista como Capriles. Por otro lado China, a
pesar de su pragmatismo, no se resignará a ver cómo los Estados Unidos
impunemente desestabilizan una de sus fuentes más importantes de recursos
naturales.
En realidad, el
problema no es de Santos, sino de la escasa capacidad de la oligarquía
colombiana para afrontar el reto del declive de Occidente y del surgimiento de
un mundo multipolar. O sigue prendida a la teta del Pentágono, manteniendo sus
privilegios pero viendo caer las tasas de beneficio y perdiendo cada vez más
autonomía a manos de los intereses transnacionales junto a los que
probablemente acabe hundiéndose, o acepta realizar cambios a lo interno y de
cara al exterior que prolonguen su existencia aunque la amenacen de muerte en
el largo plazo. Son decisiones difíciles de tomar, especialmente para una clase
social tan reaccionaria y atrasada como la colombiana.
Es posible que
al ver las consecuencias de su desliz con Capriles, Santos termine por dar
marcha atrás. Esperemos que la mayoría de la oligarquía colombiana se de cuenta
de que es mejor impulsar los cambios antes de que la realidad de las cosas los
impulse por su cuenta.
--
Publicado por
Jorge Capelán para Comentarios e Información desde Nicaragua el 5/30/2013