Alfredo Molano Bravo |
Por:
Alfredo Molano Bravo.
Conservo
aún el eco de la manifestación del martes.
Miles
—quizás un millón— de ciudadanos salimos a defender la paz, que es lo mismo que
gritar contra la guerra. Yo caminé con mi nieta desde la 26 a la Plaza de Bolívar, a la
que llegó otro río de pueblo que caminaba desde el sur. ¡Formidable! La plaza
de Bolívar se llenaba por la carrera séptima y se vaciaba por las calles 10 y
11. Una manifestación firme pero alegre. Gente del pueblo, pacífica, campesina,
negra, blanca, indígena, obrera, toda, de alguna manera, víctima de la guerra;
una guerra hecha para mantener el statu quo, es decir, los privilegios, la
exclusión, la impunidad, la corrupción. La marcha del pasado 9 de abril comenzó
el 7 de febrero de 1948 con la Oración por la Paz de Gaitán, que pide lo mismo:
“paz y piedad para la patria”.
Fue una manifestación de convergencia que sacó a
la calle desde el presidente hasta el colono del Guaviare, desde el fiscal
hasta la empleada de servicio que vive en Soacha y trabaja en Rosales. Papel
muy destacado desempeñó Canal Capital al informar con imparcialidad e
imaginación el desarrollo del evento. Faltaron los que hacen la guerra, los que
de ella se benefician y están dispuestos a impedir —a cualquier costo— que las
conversaciones en La Habana terminen en un acuerdo definitivo. No son muchos,
pero son fuertes. Uribe le mostró al país que un sector de militares le tiene
tanta confianza, que le entrega información confidencial.
¿Divulgar secretos de
Estado no es un delito? Uribe y el uribismo tienen ascendencia sobre un sector
de las Fuerzas Armadas y, por tanto, también sobre el paramilitarismo, que está
vivito y “colaborando” con renovados bríos —como diría Fernando Londoño— por el
antiguo Caldas, por Antioquia, por la Costa Atlántica. El uribismo busca despertar
el viejo litigio entre federalismo y centralismo que cocinó con sangre y
pólvora todo el siglo XIX. En Medellín y Valledupar, en Amalfi y en Chibolo se
habla del “gobierno de Bogotá y de la legítima defensa de la provincia”. Un
lenguaje conocido. La criatura está moviendo la cabeza y las extremidades y me
parece que el escenario del choque va a ser de nuevo —¡quién lo creyera!— la
tierra. El gobierno de Santos ha jugado la carta de las víctimas y poco a poco
se muestra más decidido a devolver a sus dueños legítimos la tierra usurpada,
pero, ahí, en Córdoba, en Urabá, en Cesar, tierras ubérrimas, están los
ejércitos antirrestitución asesinando campesinos. En esas regiones donde el
uribismo tiene tanta fuerza, también la tienen los Urabeños y los Rastrojos,
que nunca dejaron las armas ni sus vínculos con las manzanas podridas y con el
narcotráfico. El paramilitarismo es un monstruoso entable económico y
electoral.
El procurador nada ha dicho sobre la impunidad que ha protegido a
los paramilitares, que los reproduce y envalentona; pero en cambio, impugna la
ley marco de paz, que pese al esperpento del fuero militar, alienta una salida
a la encrucijada, como lo ha defendido el fiscal. No me cabe duda de que
oponiéndose a la paz, al aborto, al matrimonio gay, a la despenalización de las
drogas, Ordóñez está en campaña política y terminará como candidato del
uribismo a la Presidencia si la Corte Constitucional considera exequible el
acto legislativo y monseñor renuncia a la Procuraduría.
¿Quién más tiene posibilidad
de enfrentar a Santos? ¿Su zafado primo hermano? ¿El vanidoso y oscilante
Holmes Trujillo? ¿El mando de los grandes ganaderos? Se avecina una campaña
electoral polarizada en extremo. El hecho de que el Gobierno haya desfilado, de
que las Farc hayan apoyado la marcha, de que la mayoría de las tendencias
políticas se hayan hecho presentes —pese al infortunado marginamiento del Polo,
que parece seguir preso del conflicto chino-soviético— abre una ventana sobre
el porvenir que no nos dejaremos birlar de nuevo.