Por Chris Gilbert y Cira Pascual
Si alguna vez hubiesen existido dudas sobre el
carácter esencialmente político de las FARC-EP –como organización que se
alzó en armas guiada por una visión política, y que las abandonará cuando su
estrategia política se lo dicte– las dudas quedarían descartadas
definitivamente frente a las palabras y comportamiento de la Delegación de Paz
que se encuentra en La Habana.
Allí, en la linda isla que fue el escenario de una
revolución que cambió la faz de América Latina y el mundo, las FARC ha
construido un nutrido equipo de interlocutores, que se encuentra en
conversaciones con representantes del gobierno de Colombia desde noviembre del
año pasado. El cuerpo de 30 miembros muestra la profundidad de la organización
y la calidad –tanto en términos humanos como políticos– de los individuos que
decidieron jugarse la vida para forjar un futuro democrático y justo para
Colombia.
“Las FARC siempre ha tenido voluntad de paz”, nos
explica el líder guerrillero Ricardo Téllez en el lobby del Hotel Habana Libre.
“Desde su surgimiento en el año lejano de1964, ya se planteaba que somos
revolucionarios que buscamos la paz para el país por la vía menos dolorosa, y
que el Estado colombiano ha cerrado esa vía”.
La afirmación de Téllez de que las FARC es una
organización comprometida con la búsqueda de la paz se evidencia en los
múltiples intentos del grupo insurgente de llevar al Estado colombiano a la
mesa de negociación: en 1982, durante el gobierno de Belisario Betancur, en
1992 con los diálogos de Caracas y Tlaxcala, y más recientemente en el Caguán,
con el presidente Andrés Pastrana.
Téllez explica que en ninguno de estos casos
encontraron un deseo genuino por la construcción de la paz en el gobierno. Por
ejemplo, en el proceso del Caguán (1999-2002), el gobierno optó por el diálogo
porque enfrentaba una situación militar muy difícil, y a causa del auge de
protestas sociales en el país. En verdad, el objetivo del establecimiento era
rearmarse, tal como hizo con el cruento Plan Colombia, financiado y organizado
por los Estados Unidos.
“Nosotros ahora en La Habana hemos venido en
búsqueda de esa paz”, Ricardo Téllez continua, “no porque la FARC esté
derrotada, no porque tengamos dificultades... además hemos modernizado nuestro
aparato militar... [las FARC] se ha habituado a este tipo de guerra”. Téllez
explica que lo que es correcto en una situación en la que ni guerrilla ni
gobierno pueden someter al otro, es que las dos partes se sienten, en igualdad
de condiciones, y busquen una solución política y dialogada al conflicto.
El comandante Andrés Paris, también parte del
equipo, expone en otra entrevista el carácter complejo y polifacético de la
mesa de diálogo al referirse a las otras “mesas” que no son visibles. Más allá
de la mesa de diálogo, en la que se sientan gobierno y guerrilla, está también
la “mesa mediática”.
“Inmediatamente se puso en marcha en los diálogos
una poderosa maquinaria mediática mundial y colombiana en perfecta
coordinación; empezaron a reproducir los estereotipos, los mensajes, y los
clichés que han acuñado contra nosotros, las FARC”. La mesa mediática es
controlada por poderosos grupos de negocios y representa un obstáculo
importante para los intereses del pueblo colombiano en su búsqueda por la paz,
explica Paris.
Una tercera “mesa” es la presión militar sobre la
insurgencia: el presidente Juan Manuel Santos decidió continuar la guerra
durante los diálogos: “Nosotros respondimos a este anuncio presidencial con un
cese unilateral de fuegos,” señala Paris. “La mesa que ellos están poniendo en
funcionamiento a partir del accionar militar es bastante peligrosa y criminal;
encierra el peligro de que alguna de esas acciones pueda ser utilizada como
pretexto para interrumpir la mesa de diálogo”.
Pese a las adversidades presentadas por las
interferencias militares y mediáticas, la delegación de las FARC está unida y
comprometida con el sueño de una Colombia con una paz sustantiva y duradera.
Los miembros de la comisión de las FARC suelen advertir que el término paz
necesita un “apellido”, afirmando así que es necesario emplear el concepto
pleno de “paz con justicia social”, ya que las raíces del conflicto se
encuentran en las extremas injusticias sociales en el país, evidenciadas, por
ejemplo, por el índice GINI de 0,89 en las áreas rurales.
Pero lo que escuchamos de la delegación de las FARC
no es sólo números, ejemplos y argumentos. Hay también una poderosa narrativa
humana de vidas entregadas a (y en algunos casos destruidas por) una
devoción total a la causa de los oprimidos. Lo que motivó a muchos miembros de
las FARC a ingresar a la guerrilla fue el asesinato de familiares o amigos por
fuerzas estatales y paramilitares. Otros ingresaron al ver la pobreza extrema
del país y el cierre de los canales políticos para el cambio.
Entre estos últimos se encuentra la
internacionalista Alexandra Nariño (Tanja Nimeijer) de origen holandés, quién
se incorporó a las FARC tras un largo proceso de concientización que comenzó
con un intercambio universitario que la llevó a Colombia. Explicando lo que la
impulsó a incorporarse, recuerda la experiencia de ver familias completas en la
calle, observar a indigentes escarbando en su propia basura, y constatar el terrorismo
de Estado desplegado en contra sectores populares y estudiantiles.
“Todos nosotros luchando en la guerrilla tenemos
nuestros sueños... no somos máquinas de guerra”. ¿Cuáles son los sueños de
Alexandra Nariño en relación al futuro de Colombia? “Yo quisiera que todos
los colombianos puedan vivir en paz, pero una paz con educación, una paz con
comida y con salud... un país donde haya iguales oportunidades para todo el
mundo... donde haya una participación real y popular en la política”.
Chris Gilbert y Cira Pascual son profesores de Estudios
Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.