Por Mauricio Archila*
Lectura
histórica y fina de una marcha donde se dieron cita el legado de Gaitán, la
variopinta coalición por la paz, las víctimas de la guerra, el ingreso eventual
de las FARC a la política y los intereses particulares de los convocantes.
Marcha
con muchos colores
Mauricio Archila |
La
multitudinaria movilización del pasado 9 de abril representa una amplia
convergencia entre movimientos y organizaciones sociales, grupos políticos,
funcionarios públicos y personalidades destacadas de la vida nacional.
Aunque se haya hecho publicidad a la
participación del gobierno nacional — más bien tímida y tempranera, por demás —
o a la más entusiasta de la Alcaldía Distrital, la marcha del 9 de abril no fue
una manifestación de respaldo a Santos ni menos a su reelección, o de apoyo a Petro,
pero tampoco fue contra ellos: la consignas convocantes fueron la paz, los
derechos de las víctimas y la defensa de lo público.
Si bien por las calles de Bogotá desfilaron
defensores de derechos humanos, grupos de víctimas, sindicatos, asociaciones
campesinas, comunidades indígenas y negras, estudiantes, funcionarios públicos
— entre ellos el Fiscal —, grupos de gays y lesbianas, animalistas, y se vio
una que otra bandera del M19 o de Progresistas, del Partido Conservador o del
MIRA, y también alguna figura liberal rodeada de guardaespaldas, el tono
dominante lo dieron los integrantes de Marcha Patriótica y, en forma menos
visible, otros movimientos sociopolíticos como el Congreso de los Pueblos.
Esta movilización encierra varios significados
con profundidades distintas, que vale la pena desmenuzar. Y nada mejor que usar
la metáfora de pelar la cebolla, utilizada por Günter Grass en su
autobiografía: cada nivel de significación corresponde a una capa que va
recubriendo la cebolla. Propongo comenzar desde el núcleo, para luego salir a
las capas más superficiales.
Gaitán,
o la unidad popular
Un
primer significado gira en torno al simbolismo de la fecha misma: este 9 de
abril se cumplían 65 años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Ello remite al
imaginario gaitanista, que se ha tratado de revivir insistentemente para
legitimar proyectos de izquierda, liberales, populistas y hasta de derecha.
Así, hemos visto cómo desde sectores liberales
como el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) hasta el populismo de la
Alianza Nacional Popular (ANAPO) — pasando por la insurgencia y por otros
movimientos como el Frente Unido de Camilo Torres — ha habido intentos de
reapropiarse de la imagen y del legado de Gaitán.
No sobra recordar que en las primeras jornadas
electorales donde participó el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario
(MOIR), sus activistas llenaron las paredes de las ciudades con la consigna “¡A
la carga!”. Y no ha faltado el intento de asociar a Álvaro Uribe con Gaitán,
dizque por los rasgos “populistas” comunes. Salvo este último — que se cae de
su peso por grotesco — de los otros intentos de reapropiación de su legado se
rescata el llamado a la unidad del movimiento popular.
Y eso se vio el pasado 9 de abril,
especialmente desde la convocatoria de Marcha Patriótica, a la cual se sumaron
el gobierno nacional y el distrital, además de un sinnúmero de organizaciones
sociales y políticas.
Coalición
por la paz
El
segundo nivel de significación — la siguiente capa de la cebolla — consiste en
interpretar la marcha como la expresión de una extraña coalición entre
tradiciones políticas de izquierda y de derecha, pocas veces vista en nuestro
pasado.
Si dejamos de lado las muchas coaliciones
bipartidistas — que no eran más que acuerdos de caballeros por arriba, sin
incorporación del pueblo — y la parcial participación del ospino–pastranismo en
el Paro Cívico de 1977, el antecedente más cercano es el Mandato por la Paz.
En 1997, la coalición promovida por la Red
Nacional de Iniciativas por la Paz y contra la Guerra (REDEPAZ) y País Libre,
obtuvo más de diez millones de votos en las elecciones regionales. Un par de
años después, en octubre de 1999, esta coalición convocó a una multitudinaria
marcha bajo la consigna del “¡No Más!”.
Los
frustrados diálogos de paz en El Caguán dieron al traste con esta convergencia
de izquierdas y derechas, y cada cual volvió a sus trincheras ideológicas. Esto
se puso en evidencia en 2008, cuando hubo dos marchas que demostraron la
polarización de la sociedad en torno a la paz y la guerra:
El 4 de febrero se dio una movilización masiva
contra las FARC, con múltiples puntos de encuentro, aunque el grueso de los
manifestantes en Bogotá llegó a la Plaza de Bolívar.
Un mes después, el 6 de marzo, se presentó
otra marcha, menos nutrida pero más cohesionada, contra los paramilitares.
Aunque hubo gente que participó en ambas, era evidente la polarización,
propiciada desde altas esferas gubernamentales.
No falta quien señale el aparente giro
político que se dio en estos cinco años. Pero es solo una apariencia, porque
los motivos no son intercambiables: las movilizaciones de 2008 eran contra las
FARC o contra los paramilitares, pero no necesariamente a favor de la guerra.
La del pasado martes era por la paz y no a
favor de las FARC. Pero más allá de esta asimetría, lo que ha cambiado es el
contexto institucional y político donde nos movemos, pues algo va del gobierno
de Uribe al gobierno de Santos.
Las
víctimas se hacen visibles
Un
tercer significado de la marcha se enmarca en la trayectoria reciente de las
protestas en Colombia. Como señala la Base de Datos de Luchas Sociales del
Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), desde los años 90 hay una
visibilidad creciente de las víctimas del conflicto armado: entre 1975 y 2012,
sus protestas representaron el 4 por ciento del total nacional.
Se destacan especialmente los grupos de
mujeres como ASFAMIPAZ — Asociación Colombiana de Familiares de Miembros de la
Fuerza Pública retenidos y liberados por grupos guerrilleros — y Madres de La
Candelaria.
A la histórica presencia de ASFADES —
Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos — se suma en 2000 el MOVICE
— Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado — y en 2005 el Movimiento Hijos
e Hijas por la Memoria y contra la Impunidad, todos ellos convocantes de la
marcha.
Pues bien, las víctimas han librado durante
todos estos años una importante lucha por hacerse visibles: el año pasado lograron
que se aprobara una ley que, entre otras cosas, designó el 9 de abril como su
día conmemorativo. Este 2013 era el primer año en que se conmemoraba.
Tristemente ese día fue asesinado su vocero en Córdoba, Éver Cordero.
Convergencia
política en torno a la paz
Un
cuarto nivel de significación — otra capa más de la cebolla — es la coyuntura
actual de un proceso de paz entre las FARC y el gobierno, por ahora, aunque
pronto se sumará el ELN. Aquí es justo reconocer que ha habido un cambio
institucional: del gobierno anterior -que le mostraba los dientes a la
insurgencia mientras le tendía la mano a los paramilitares - al gobierno
actual, que de entrada reconoció el conflicto armado y entabló negociaciones
con las FARC, sin bajar la guardia en su despliegue militar. Y esa misma
voluntad de cambio también hay que reconocérsela a la insurgencia que, si bien
ha sido golpeada en su aparato militar, se encuentra lejos de haber sido
derrotada.
Con la marcha del 9 de abril se refrenda el
retorno de la paz a la política. Dejó de ser el deseo aislado de unos cuantos
políticos, curas, artistas, defensores de derechos humanos y voceros de las
víctimas para tomarse las plazas públicas.
La paz fue el catalizador de la gran coalición
entre la izquierda y la centroderecha del pasado 9 de abril, que durará si los
diálogos de paz fructifican. Y el apoyo de la jerarquía católica y de muchos
pastores de otras congregaciones religiosas fue muy importante para legitimar
esta convergencia.
La
futura participación política de las FARC
Pero
más allá del contexto general de los diálogos de paz, hay otra capa
significativa que se superpone: la propia agenda de discusión en La Habana. La
sociedad se ha ido enterando a cuentagotas de los avances de la negociación. Y
si bien aún no hay humo blanco en ninguno de los puntos de discusión, se dice
que se ha avanzado en todos y especialmente en el más difícil: el problema
agrario.
La pasada movilización fue un impulso
definitivo para otro de los puntos que cubre la futura participación política
de la insurgencia y la necesidad más inmediata de refrendar dichos acuerdos con
algún tipo de consulta popular.
Digámoslo claramente: el fenómeno del martes
pasado puede ser interpretado como un ensayo de esa participación. Este ensayo,
a mi juicio, resultó exitoso. En eso dieron en el clavo los convocantes y a
todos les va a dar réditos.
Intereses
particulares
En
la última capa de significados están las motivaciones particulares, por no
decir personales, de los convocantes. Aunque aparentemente no son tan nobles
como las anteriores, y por ello tal vez no fueron las principales razones que
explican la gran movilización, no se pueden desconocer:
Se trata de la reelección de Santos, a la que
sin duda le apostará si sale bien del proceso de paz.
También está el afán de Petro por legitimar
los pasos necesarios, pero torpes, para garantizar la prestación de los
servicios públicos y un hábitat digno en la capital.
Marcha Patriótica quería mostrar su capacidad
de movilización y algo similar pretendían otras organizaciones convocantes. Por
su parte, a las FARC — que no fue un convocante abierto — les convenía que
mucha gente saliera a las calles.
Así todos aportaron su cuota de particularismo
legitimado bajo el discurso del bien común. A esos intereses particulares, no
necesariamente mezquinos, la opinión pública no les hizo mucho caso.
La
capa podrida
Por
esto resulta tan miope — por decir lo menos — haberse negado a apoyar la marcha
con el argumento de que era a favor de la reelección de Santos o de mero
respaldo a Petro o que era en apoyo a las FARC. Razonar así es negarse a ver
todas las capas de significados que sugerí más arriba, arriba y pensar que la
gente es estúpida cuando sale a hacer política en las calles.
Es bueno aclarar que entre quienes usaron
estos retorcidos argumentos se encuentran algunos miembros de la cúpula del
Polo Democrático Alternativo, aunque me resisto a creer que la razón de esta
negativa radique en viejas pugnas que ya pensábamos superadas, entre el MOIR,
el Partido Comunista y la CGT (Confederación General del Trabajo). Aquí también
hay motivo de suspicacia, pues se sabe de la cercanía entre el vicepresidente
Angelino Garzón y esta central sindical.
Por fortuna las bases no les hicieron caso y
salieron a las calles a marchar a favor de la paz. Y con ello, estos personajes
terminaron aliándose con la otra orilla del espectro político: el uribismo y
sus allegados como el Procurador.
La extrema derecha podría considerarse como la
capa podrida de la cebolla, pero esto no sería justo con la cebolla. En efecto,
estas voces quedaron aisladas en sus trinos contra la paz y a favor de la
guerra.
Aun Andrés Pastrana, que se había sumado a
este tren de la muerte en las últimas semanas, se bajó apresuradamente de él
sin cejar en su terquedad, al sostener que tenía razón al dar voces de alerta
sobre el proceso de paz en La Habana.
Ahora
si hay un mandato por la paz
Pero
en honor de la verdad, la marcha del 9 de abril mostró gran madurez política:
no solo porque no hubo enfrentamientos con la fuerza pública y los comerciantes
pudieron dejar abiertos sus establecimientos, sino porque las consignas no
fueron contra ninguna ave de mal agüero, sino a favor de la paz.
En síntesis, las marchas del pasado 9 de abril
encerraban — siguiendo la metáfora de Grass — distintos significados como capas
de cebolla: en el núcleo, el legado gaitanista de unidad popular; en seguida,
las grandes convergencias políticas ante coyunturas críticas; más afuera, el
derecho de las víctimas; luego, los temas ligados con la agenda de paz en La
Habana, y en la superficie, los intereses particulares de los convocantes. Hay
capas más nobles que otras, y por lo común la gente prestó poca atención a los
particularismos.
Como tituló El Espectador al día siguiente: a
partir de esta marcha, ahora sí hay un “mandato por la paz”. Seguramente,
Gaitán descansaría más tranquilamente sabiendo que su legado de paz y justicia
social ha sido retomado por la vía que soñó.
*
Historiador, profesor titular de la Universidad Nacional, Investigador de CINEP
(Centro de Investigación y Educación Popular/ Programa por la Paz).