Augusto Trujillo Muñoz |
Por:
Augusto Trujillo Muñoz
Una
Asamblea Constituyente siempre será una alternativa democrática para garantizar
el funcionamiento dinámico del estado de derecho.
Según
informe de la redacción política de este diario (abril 22/13) algunos círculos
han vuelto a considerar la idea no sólo para refrendar los eventuales acuerdos
de La Habana, sino para impulsar desarrollos del post-conflicto. Dos días
después surgió de nuevo en la mesa de diálogos. Hay que debatirlo: una
Constituyente es un instrumento para reformar la Constitución, pero también es
una forma de airear la vida política del país.
Para
comenzar es la mejor vía capaz de acercar la política a la gente, y al revés.
Más allá de la mecánica de los partidos, de la racionalidad del Congreso, del
temor de sectores conservaduristas y del sectarismo de sectores revolucionarios
que siguen anclados en los ideologismos del siglo xx, supone participación del
ciudadano en el debate de sus problemas y en la misma toma de las decisiones.
En
los últimos años ha hecho carrera una frase acuñada para generar temores: una
Constituyente se sabe cómo empieza, pero no se sabe cómo termina. La afirmación
es falsa porque hoy se cuenta con mecanismos que no existían en 1991: una ley
que autoriza la convocatoria específica, una corte que ejerce el control
constitucional y una jurisprudencia que garantiza la reforma pero impide la
sustitución de la Carta Política.
La
Asamblea Constituyente es producto del avance que se ha producido en el mundo
actual, hacia la democracia de participación. No ha sido fácil ese tránsito por
reservas ideológicas y temores políticos. Las primeras sobredimensionan las
virtudes de la representación y desconfían de la gestión participativa. Los
segundos sienten miedo de que los desborden algunas decisiones democráticas.
Después
del 91 se ha producido en Colombia un fenómeno de conservatización creciente,
que cubre casi todos los sectores de la actividad social. Los gobiernos, los
partidos, los congresos, múltiples organizaciones de la sociedad civil
encontraron identidades entre sí, fundamentalmente dirigidas al mantenimiento
del statu quo. Y miran impasibles ciertas decisiones políticas que deterioran
la legitimidad institucional.
Lo
que ocurrió, el año pasado, con la reforma constitucional a la administración
de justicia es el mejor ejemplo, aunque no el único. Hay reformas urgentes,
importantes, incluso inaplazables que se siguen negociando políticamente a sabiendas
de que no van a resolver los problemas. Para eso estaría la Constituyente. Pero
cuando se habla de ella surgen rechazos hasta en quienes fueron sus miembros en
1991.
Cualquier
colombiano sabe que, por ejemplo, la reforma política, la de la justicia, la
del sistema electoral, son imposibles de aprobar e través del Congreso. Pero no
hay voluntad política alguna para tramitarlas por vías alternativas. Se nos
están quedando escritas en la Constitución unas instituciones básicas para la
modernización de nuestra democracia. La Constituyente es una de ellas. Parece
increíble.
*Ex
senador, profesor universitario, atm@cidan.net
El
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