Marcha el pueblo rumbo a la PAZ con Justicia Social y Dignidad |
Por Plinio Bernal
El asesinato
de Jorge Eliécer Gaitán forma parte del voluminoso prontuario criminal de las clases dominantes colombianas, a las que
el líder sacrificado denominaba “oligarquias”,
término que expresa el carácter
retardatario, excluyente y corrupto de esa clase social que monopoliza el poder
y la riqueza en detrimento de la mayoría del pueblo . Las versiones sobre un
supuesto e improvisado acto individual , desprovisto de connotaciones
políticas, y las falsificaciones que se han hecho sobre el carácter y alcances del movimiento insurreccional del 9
de abril de 1948, son manipulaciones dirigidas a encubrir a los verdaderos
autores de ese horrendo magnicidio que cegó la vida del más importante líder
político colombiano del siglo XX, y que
provocó el recrudecimiento de la violencia, convirtiendo a Colombia en escenario de una guerra no declarada, en la
cual fueron inmolados más de 300 mil ciudadanos.
El asesinato del caudillo liberal no fué el primero
ni el último de los crímenes políticos cometidos por esa oligarquía, heredera del siniestro legado de Santander, el inspirador del cobarde atentado septembrino
contra el Libertador y del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho y, quien
comparte con José Antonio Páez y Juan Flórez,
el vergonzoso honor de haber dividido la República de la Gran Colombia, embrión de la
gran patria latinoamericana que el Libertador aspiraba a construir para oponer
a las ambiciones expansionistas del imperialismo norteamericano.
La guerra de los Mil Días. El asesinato del General
Rafael Uribe Uribe. “La
Masacre de las Bananeras” en la que fueron fusilados por el
ejército más de 3 mil trabajadores que se
encontraban en huelga, son parte de ese sangriento recorrido que desembocó en
el estallido popular del 9 de Abril de
1948. La bravura exhibida por ejército para exterminar a sus inermes
compatriotas y para reprimir la rebeldía popular, se convertía en cobardía
cuando era necesario asumir la defensa de los intereses nacionales. El despojo
de la provincia de Panamá por parte de los Estados Unidos, fue uno de los más
vergonzosos capítulos de la historia colombiana.¡!Por 25 millones de dólares la
oligarquía entregó esa importante provincia colombiana.!!
“A SANGRE Y FUEGO”
El asesinato de Gaitán no fue el desencadenante de
la violencia como lo afirman algunos historiadores del establecimiento. Esta ya
se había convertido en práctica habitual del régimen que la institucionalizó a
través de la consigna de “A sangre y fuego” lanzada en el propio Congreso
Nacional por el Ministro de Gobierno,
José Antonio Montalvo; pero sí la intensificó,
avivando los odios y provocando los más execrables actos de barbarie.
El 9 de Abril de 1948 se extinguieron los residuos
de democracia que aún quedaban. La izquierda y los sectores progresistas que se
habían congregado alrededor del líder liberal, fueron brutalmente perseguidos.
La oligarquía liberal, beneficiaria de la muerte de Gaitán, cumpliría el papel de celestina. Eduardo Santos, Lleras
Restrepo, Darío Echandía, enemigos del líder liberal, usurparían la jefatura
del partido y ayudarían a apagar el incendió, evitando que el régimen fuera
depuesto por las enardecidas masas populares empeñadas en asaltar el palacio
presidencial. Coludidos con el régimen terminarían siendo cómplices de sus
crímenes, avalando sus arbitrariedades y compartiendo la versión difundida por
el régimen de que el magnicidio había sido obra del comunismo,versión salida de
la embajada norteamericana, que sirvió de pretexto para propiciar la ruptura de
relaciones diplomáticas con la Unión
Soviética, para justificar las represalias contra la
izquierda y ocultar la mano siniestra de
la CIA, que, como
se comprobó después, fue la inspiradora del crimen.
La saga del 9 de abril, continuaría desangrando al
país. “A sangre y fuego” se combatiría a los opositores. El terrorismo
adquiriría el estatus de política de Estado,
legitimado por la abominable sombra del Estado de Sitio permanente,
instrumento jurídico al que recurrieron las oligarquías para suspender las libertades y
encarcelar, torturar, desaparecer y asesinar a centenares de miles de
colombianos considerados subversivos o sospechosos de serlo. Bajo la
inspiración de la Doctrina
de la “Seguridad Nacional” y la lucha contra “la amenaza del comunismo”, el
ejército se convertiría en una fuerza de ocupación dedicada a perseguir a los
opositores del régimen. Centenares de miles de humildes y pacíficos campesinos
serían asesinados, forzados a huir, a
abandonar sus tierras o buscar refugio en otros países. Otros tomarían las armas para defender sus vidas. Así nació la
guerrilla. Hombres y mujeres del pueblo tuvieron que cambiar el curso de sus
vidas, reemplazando el azadón por el fusil, y como en el caso de Pedro Antonio
Marín, renunciar a su vocación y a su propio nombre, para convertirse en “ Manuel Marulanda Vélez”, el legendario
guerrillero comandante de las FARC.
La muerte de Gaitán, no solo provocó la
desaparición del hombre que abanderaba la lucha “ por la restauración moral del
la república”, sino que mató las esperanzas de
cambio que había logrado despertar en las masas desposeídas del país. El
pueblo que colmaba las plazas para escuchar sus vibrantes discursos contra las
oligarquías, y que se había transformado en una enorme y creciente fuerza
política que avanzaba hacia el poder, quedó abruptamente decapitado. Miles de
sus seguidores quedaron tendidos en las calles y veredas del país.
Pero los
peores tiempos estaban por venir. La política de “a sangre y fuego” sería
instrumentalizada por las oligarquías liberales y conservadoras, ya no para
zanjar sus rivalidades políticas, superadas a través del pacto suscrito entre
sus cúpulas, sino para preservar sus
privilegios económicos, reprimir a la oposición de izquierda y a los
movimientos sociales que se atrevían a desafiar su hegemonía. La lista de sus
crímenes es larga: Guadalupe Salcedo, el guerrillero liberal que organizó la
resistencia campesina en los llanos, fue asesinado después de acogerse a la
amnistía. Sus propios jefes lo mandaron a asesinar. La misma suerte corrieron
otros miembros de la insurgencia que ingenuamente cayeron en la trampa de la
“Paz, Justicia y libertad” ofrecida por la dictadura militar instaurada el 13
de Junio de I953.
Camilo
Torres Restrepo, el sacerdote que organizó el Frente Unido, movimiento que
aglutinó a amplios sectores de oposición, tuvo que cambiar la sotana por el
uniforme guerrillero. Perseguido implacablemente por el régimen y las
jerarquías eclesiásticas, sería asesinado por el ejército en “Patio Cemento”,
Santander del Sur, no sin antes dejar sembrada la semilla de la revolución, que
fructificaría en la “Teología de la Liberación”,
movimiento de cristianos comprometidos con la causa de los pueblos,
cuya influencia alteró las anacrónicas
posturas de unas jerarquías alinderadas con la política represiva del régimen.
A pesar de sus enormes costos en vidas y en bienes,
el asesinato Gaitán le reportó enormes beneficios políticos a la oligarquía,
pues sacó del escenario al hombre que
amenazaba sus privilegios y, cuyo inevitable triunfo, hubiera
significado una derrota para la política terrorista que venían practicando. Así
mismo dejó al pueblo liberal sometido a la voluntad de una dirigencia cuyas
posiciones eran adversas a los ideales del líder inmolado. Coautoras del
magnicidio la oligarquía liberal y conservadora terminarían fusionadas en el
Frente Nacional, engendro político
creado para repartirse equitativamente el país, y compartir los ideales
de la política de “a sangre y fuego” promovida por la caverna conservadora.
La historia de Colombia seguiría siendo escrita con
sangre. La violencia ya no sería entre los dos partidos tradicionales, sino
entre los de arriba y los de abajo. Entre la oligarquía y el pueblo. La
ausencia de libertades, el fraude electoral, la compra de votos y la
manipulación mediática convertirían las
elecciones colombianas en festivales de
corrupción y violencia. Ambos procedimientos serían utilizados a discreción,
obligando a sus opositores a buscar otras formas de lucha política. “El que escruta
elige”, cínica frase de un político liberal describe muy bien el modelo
electoral colombiano.
Las cifras de la violencia son muy altas. Y sobre
todo espantosas por la crueldad y la sevicia. Es una contabilidad compuesta por
desaparecidos, mutilados, desplazados, torturados, refugiados, asesinados y
encarcelados. Y el principal victimario es el Estado, que ha utilizado todo su
poder para ejecutar esos abominables crímenes, para patrocinarlos, encubrirlos
y lograr que otros países contribuyan a financiarlos. Pretextos no faltan. La
amenaza del comunismo, la defensa de la democracia, el narcotráfico, el
terrorismo, la civilización occidental, o cualquier otro pretexto fabricado
para tal fin, sirven para recabar y obtener la “ayuda humanitaria” de la civilizada
Europa. Así a través de estos procedimientos de prestidigitación mediática, el
Estado que comete todos estos crímenes, termina convertido en vìctima y
recibiendo ayuda para combatirlos.
La tragedia colombiana solo puede ser entendida
conociendo su historia y su compleja y escabrosa realidad. Una mirada
superficial no alcanza a ver el dramático cuadro social de este país ni sirve
para comprender su aterradora historia. “Cien años de soledad” no tiene nada de
realismo mágico, ni es una versión surrealista de Macondo: es la historia real
de un país gobernado desde su nacimiento “a sangre y fuego”. Quienes se
aventuren desde lejos a opinar sobre esa “realidad”, haciendo interpretaciones
basadas en lecturas de “academia”, solo tendrán una “visión turística” de este
país. Que lo haga la extrema derecha, se justifica, pero que lo hagan los revolucionarios
o quienes se reclaman demócratas es una ingenuidad política o una postura
oportunista, que en el fondo solo sirve para legitimar y justificar la política
de “a sangre y fuego” del régimen.
Las almas caritativas que claman por la paz de
Colombia, deben acompañar ese deseo con exigencias políticas que la sustenten.
La paz solo se puede conseguir asumiendo sus costos. Y quien debe asumir los
costos mayores es el Estado, que debe reconocer su responsabilidad histórica,
respondiendo por los crímenes cometidos, y poniendo en práctica, una política
que demuestre su voluntad de paz.
Exigirle a la FARC que haga la paz sin contraprestaciones, que
abandonen las armas y desfilen ante las cámaras entregándolas a Juan Manuel
Santos, es una exigencia absurda, inspirada en la supuesta derrota total de
las FARC , que los medios, los
politólogos y los estrategas militares del régimen repiten, o resultado de la
ignorancia que tienen acerca de su capacidad
real, las profundas raíces que tiene en diversas regiones del país y su
enorme destreza para sobreponerse a los reveses militares. Esa ignorancia solo
sirve para hacer cálculos equivocados,
fabricar falsos triunfos militares y sabotear el proceso de paz.