¿Es
que haría falta orden de la Corte para dar agua a los presos?
Ingrid
Storgen
Hace pocos días pudimos leer en El Espectador
un titular que indicaba que “la Corte ordenó al Inpec suministro total de agua
en todas las cárceles…”
Estamos hablando de Colombia y allí suelen
darse las situaciones más difíciles de comprender.
¿Puede hacer falta que sea alguna Corte la que
ordene que se le brinde agua a los prisioneros? ¿Era sabido, entonces, que los
presos carecían de ese elemento? ¿Hubo necesidad de demorar tanto?
¿Acaso no es acceder a ese líquido vital un
derecho adquirido por cualquier ser vivo? ¿Y más que derecho, una necesidad básica?
Sin embargo allí hizo falta que se dicte esa
orden, aunque sabemos que ello no implica que se cumpla.
Otro detalle a tener en cuenta. En las
cárceles colombianas se hacinan seres humanos purgando condenas en las situaciones más aberrantes. Como la
ausencia de agua, por ejemplo.
Sea que hayan delinquido y se los rotule
presos comunes o estén en calidad de prisioneros políticos, por acción o por
difamación, ya sabemos que la justicia colombiana también suele confundir
términos y rotular muy mal y de esa “confusión” nacieron los falsos positivos.
Los distintos gobiernos que han pasado por la
Casa de Nariño, se rasgaron las vestiduras hablando de los prisioneros en manos
de la insurgencia y muy bien, afortunadamente ya no los hay.
Fueron entregados unilateralmente mientras el
gobierno se negó, reiteradas veces al Intercambio Humanitario que proponían las
FARC Los hemos visto cuando enfrentaron las cámaras de los distintos medios,
rozagantes, aseados, en las condiciones que cualquier prisionero merece estar pese
a haber transitado un camino espantoso como lo es cualquier prisión.
No faltó una señora prisionera, Ingrid
Betancourt, a la que se mostraba en fotos como una pobre mujer famélica,
encadenada, despedazada emocionalmente, pero que cuando la guerrilla la liberó
y bajó del helicóptero, daba la impresión de haber salido de un spa.
A pesar de no haberse podido bañar con agua
caliente ni jabón con esencia francesa lo que para ella “comprensiblemente” fue
insostenible.
Se habló un tiempito más de su caso, buscó
fama en el mundo y la tuvo, pero ya
sabemos que ésa suele ser efímera. Ni siquiera accedió al premio Nóbel que
tanto especularon podría recibir.
Nunca más se supo de la señora, de su
tragedia, de sus amores nuevos y del viejo al que la prisión en la selva sofocó
la llamita del amor.
Ella y todos sus compañeros de infortunio
–pese a que según dicen, la señora no era compañera de nadie- se aseaban, comían
y tomaban agua sin mediar ninguna orden judicial. Accedieron a eso porque es tan lógico como
indiscutible y así lo comprendían sus captores.
Pero más allá de la noticia que diera El
Espectador, como siempre pasa, las crónicas se dan a medias. Por un lado se
presenta la palabra de un juez como una orden a cumplirse, pero por otro lado
esa misma ley hace la vista gorda ante otras situaciones tan espantosas como la
falta de agua.
Es sabido que en la Picota/Eron ha comenzado
un hacinamiento progresivo. En celdas para cuatro personas hay cinco y si los
internos cuestionan ese atropello reciben, de la guardia, amenazas verbales
seguidas por amedrentamientos ejecutados por hombres que parecen del ESMAD que
pretenden “convencer” a los prisioneros que si no se calman serán trasladados a
otros penales , por supuesto, aumentando el flagelo de los internos.
Sería muy bueno que la corte investigue que es
lo que está sucediendo en esas cárceles-horror, que así como luego de tantos años
comprendieron que los reclusos necesitaban agua, comprendan que también
necesitan trato humano.
Esperemos que ese “gesto de buena voluntad”
que demostraron hace unos días desde la justicia, se haga extensivo a las otras
situaciones, porque todo demuestra que sin orden de la corte, en Colombia, el
espanto es amo y señor en todos lados.
Y con esas órdenes, también.