Santos y su aparato político |
Juanita León, periodista de La Silla Vacía |
26 de Febrero, 2013
El doble
discurso del Gobierno frente al proceso de paz comienza a pasarle una cuenta de
cobro a la popularidad de Santos, que sigue en caída libre.
Según la encuesta Gallup realizada
por teléfono en las cinco principales ciudades, la imagen desfavorable de
Santos alcanzó el 47 por ciento contra el 44 por ciento que tiene una imagen
positiva de él. Es la primera vez, según esta encuesta, en que su imagen
desfavorable supera la favorable, que es la peor pesadilla de cualquier
político.
Su
popularidad está en un punto tan bajo, que está incluso por debajo de cuando la
debacle de la reforma a la justicia en junio del año pasado, que hasta ahora ha
sido su peor crisis. Desde diciembre, cuando se realizó laúltima encuesta Gallup ,
Santos perdió 11 puntos de popularidad y su rechazo aumentó en nueve puntos, lo
cual dobla el margen de error de esta encuesta.
La
insatisfacción de los colombianos con el manejo que el Gobierno le está dando a
la guerrilla también alcanzó su punto más alto en cinco años. Esto se refleja
tanto en el manejo del orden público, que volvió a ser la preocupación número
uno de los colombianos, como en la conducción del proceso de paz.
En ocho
puntos aumentó el porcentaje de colombianos que no cree que las negociaciones
en la Habana conduzcan a un Acuerdo de Paz que le ponga fin al conflicto
armado.
"Indudablemente
en este bimestre el proceso de paz no tuvo una dinámica positiva a los ojos de
la opinión pública, y eso terminó afectando sensiblemente el optimismo, el cómo
van las cosas en el país y la favorabilidad del presidente Juan Manuel
Santos", dijo Jorge Londoño,
presidente de Gallup a El Tiempo.
La realidad vs. La percepción
El
pesimismo de los colombianos frente al proceso de paz no corresponde con la
realidad de la mesa de negociación, si se creen las declaraciones que dio el
jefe guerrillero Iván Márquez a María Jimena Duzán, de Semana.
Los
negociadores del Gobierno y las Farc se reúnen por las mañana a discutir y los
acuerdos a los que van llegando los van plasmando en un texto único, tal como
se redactan los acuerdos diplomáticos.
La Silla
confirmó con el Gobierno y en efecto ya han llenado con las Farc más de tres
páginas con los acuerdos preliminares a los que han llegado en el primer punto
sobre el desarrollo rural integral.
Aunque
este texto puede sufrir varias modificaciones durante los próximos meses, el
que ya hayan logrado suficientes acuerdos para llenar las tres cuartillas de
las que habla Márquez significa que la negociación está lejos de estar
“empantanada”.
De hecho,
esta negociación ha llegado más lejos de lo que jamás avanzó la del Caguán.
Razones para tenerle fe
En el
Caguán, después de dos años, seguían discutiendo sobre la agenda de la
negociación. En este proceso, en la fase exploratoria que duró casi dos años,
el Comisionado Sergio Jaramillo y ‘el médico’, de las Farc, estipularon un
Acuerdo Marco que circunscribe la negociación a cuatro puntos gruesos y
negociables en un plazo razonable: desarrollo rural integral, participación
política, víctimas, y solución del problema de las drogas.
En el
Caguán y en las negociaciones anteriores nunca quedó por escrito que el
objetivo del proceso sería dejar las armas. Como lo contó en una reciente entrevista con La Silla
Carlos Lozano, cuando la comisión de Notables integrada por delegados del
Gobierno de Pastrana y Farc sugirió que ese debería ser un punto de la
negociación los guerrilleros patalearon. En cambio, este Acuerdo deja por
escrito y explícitamente que el objetivo del proceso es ponerle fin al
conflicto armado como condición para construir la paz y uno de los puntos es la
dejación de las armas.
Las
condiciones internacionales tampoco habían sido tan favorables a una
negociación: Hugo Chávez, que es el personaje con mayor influencia sobre las
Farc, los ha impulsado para que le apuesten a las urnas como un camino más
efectivo para avanzar su revolución bolivariana; Barack Obama ha modificado la
aproximación frente a la “guerra” contra el terrorismo y las drogas, lo cual le
da un mayor margen de maniobra al Gobierno para negociar.
El Plan
Colombia, que ha financiado una parte importante del fortalecimiento militar
del país, está en su etapa final, con lo cual el Establecimiento tendría que
pagar varios impuestos al patrimonio más para intentar derrotar militarmente a
las Farc. Las Farc no consiguieron los misiles tierra-aire que les habría
permitido contrarrestar la superioridad bélica de las Fuerzas Militares.
Ambos
lados saben que para ganarle al otro el sacrificio en vidas y económico sería
demasiado alto.
Por
primera vez en mucho tiempo los intereses políticos del Gobierno y de las Farc
coinciden. Santos y la Unidad Nacional necesitan que el proceso funcione para
mantenerse en el poder. Las Farc necesitan que el proceso funcione si quieren
que la izquierda, representada en la Marcha Patriótica, tenga algún futuro
político. Las experiencias de Venezuela, Ecuador, Argentina, Uruguay, Brasil y
Nicaragua son un ejemplo contundente de que la izquierda puede llegar al poder
y ejercerlo.
¿Por qué,
entonces, si hay tantos indicios para creer en que este proceso tiene algún
futuro los colombianos le han ido perdiendo la fe? La respuesta es simple:
porque nadie en el Gobierno lo defiende.
La ambiguedad del mensaje
Por la
confidencialidad que exige cualquier proceso de paz para ser exitoso y por la
misma estructura del proceso, cuyo principio es que “nada está acordado hasta
que todo está acordado”, comunicar los acuerdos que se vayan dando en la Habana
no es fácil porque ninguno es definitivo hasta que se firme la paz.
El
Gobierno tampoco ha querido generar muchas expectativas con el proceso hasta
que este avance lo suficiente para reducir el costo político de un eventual
fracaso. Quizás también piensan que si lo ‘cacarean’ mucho se vuelven un rehén
de las Farc y eso modifica la relación de poder en la Mesa.
Entonces,
la estrategia de comunicación ha consistido en decir lo mínimo. Humberto de la
Calle y Sergio Jaramillo no dan nunca una declaración y sus caras adustas en La
Habana no transmiten mucho optimismo. Y el Presidente Santos es ambiguo en sus
mensajes.
Quizás
como Uribe no cree en la negociación y Santos cree sobre todo en Uribe, el
Presidente se esfuerza por restarle públicamente importancia al proceso. A
veces dice “que le cuentan” que está avanzando pero en lo que insiste con mayor
frecuencia es en que está dispuesto a “pararse de la mesa” sin el menor problema.
El mensaje es que nada se perdería si fracasa la negocación. Es un mensaje que,
a juzgar por los resultados de esta encuesta, los colombianos han
interiorizado.
Tres de
cada cuatro colombianos cree, según la Gallup, que es posible derrotar a las Farc
militarmente. Es el mensaje que envían a diario los generales y el Ministro de
Defensa, quien ha sido hasta ahora el verdadero portavoz sobre el proceso de
paz.
Como los
periodistas de televisión y radio están acostumbrados a buscar un ‘equilibrio’
en sus notas, cada vez que tienen un 'full' de los guerrilleros en Cuba
diciendo cualquier cosa (todos los días), los reporteros buscan contrarrestar
esa declaración con una de los militares o de Juan Carlos Pinzón, cuyo rol
–como es obvio- es jugar a ser el policía ‘malo’. El problema es que nadie en
el gobierno está jugando a ser el policía ‘bueno’.
Los fantasmas vs. los gestos
Hay mil
razones para desconfiar de las Farc. Ellos aprovecharon la zona de distensión
del Caguán para fortalecerse militarmente, para intensificar su reclutamiento y
reentrenarse. De hecho, como lo contó La Silla, las Farc
siguen reclutando jóvenes.
También
hay razones para que los guerrilleros desconfíen del Establecimiento. No solo
el exterminio de la Unión Patriótica pesa como un fantasma sobre la negociación
sino que mientras el presidente Pastrana hablaba de paz con ellos, negociaba
con los gringos el Plan Colombia para exterminarlos. De hecho, las Fuerzas
Militares siguen aumentando su número de soldados.
Pero
también hay razones para tener un poco de fe en esta negociación. Las Farc
aceptaron acabar con el secuestro extorsivo y devolvieron a los policías que
secuestraron recientemente. Siguieron negociando a pesar de que Santos autorizó
que mataran a Alfonso Cano, su máximo comandante y quien ya estaba en
conversaciones con el Gobierno. Dejaron de insistir en negociar el modelo
económico y en debatir sobre la minería. Hicieron un cese del fuego unilateral
que en gran medida fue acatado por todos sus frentes.
El
Gobierno, por su parte, está comprometido con la reparación de las víctimas.
Presentó un Estatuto Anti-Drogas que permitiría legalizar los cultivos ilícitos
en algunas regiones. Como lo contó en una completa
nota este fin de semana El Tiempo, el Gobierno ya está trabajando en la
creación de un banco de tierras y en la actualización del catastro rural que
son fundamentales para los programas de desarrollo agrario que se están
negociando en La Habana. Se dio la pela para pasar el Marco para la Paz, que
abrió la puerta para que los guerrilleros eventualmente puedan hacer política.
Es cierto
que el proceso de paz puede fracasar en cualquier momento. Basta con que la
Teófilo Forero, de las Farc, le de por hacer otro atentado como el del Club El
Nogal o que la extrema derecha decida boicotearlo responsabilizando a las Farc
de un atentado terrorista.
También
falta lo más difícil. Pasar la ley reglamentaria del Marco para la Paz será una
proeza política para el Gobierno y aún más si no lo logra hacer en el próximo
semestre. Cualquier tratamiento jurídico benévolo para los guerrilleros será un
harakiri político si se hace en época de elecciones: la Gallup muestra que el
79 por ciento de los consultados está en total desacuerdo con que los miembros
de las Farc una vez hayan dejado las armas, puedan participar en política sin
tener que pagar cárcel.
La
discusión del punto sobre víctimas polarizará aún más al país. Ya en la
entrevista de Márquez él acepta que “le darán la cara a las víctimas”, lo cual
es un avance frente a su discurso de Oslo en el que negaron categóricamente ser
victimariso. Pero agrega que quieren que “se aborde el tema en toda su
dimensión”.
En otras
palabras –y esto también quedó explícito en el Acuerdo Marco- quieren que se
cuente la verdad sobre el paramilitarismo. Y la defensa del gobierno de
Colombia ante la Corte Interamericana en el caso del Palacio de Justicia, en el
que el agente del Estado Rafael Nieto negó que hubiera habido desaparecidos, es
solo una pequeñísima muestra de las dificultades que tendrá el estamento
militar para reconocer la verdad.
En fin, lo
difícil aún no ha comenzado. Al final, el país tendrá la oportunidad de decidir
si quiere y puede tragarse los sapos que necesariamente implicará esta
negociación porque el Acuerdo Marco también contempla un mecanismo de
refrendación popular de los acuerdos.
Lo que sí
sería una lástima es que el proceso se eche por la borda justo cuando está
avanzando porque el Presidente no logró –ni siquiera intentó- transmitirle a
los colombianos la fe que siente en que este proceso puede conducir al fin del
conflicto armado con las Farc.
Revista Cambio Total