Se
tratan de ejercicios de soberanía popular a la manera de democracia directa,
como una potestad del pueblo no sometida a discusión, cuyo propósito, a
despecho de no ser vinculante para el poder político, es hacer oír su voz y
con ella, incidir en los poderes públicos para que tomen decisiones en el
sentido querido por el pueblo.
/ Jueves 14 de febrero de 2013
|
Se tratan de ejercicios de soberanía
popular a la manera de democracia directa, como una potestad del pueblo no
sometida a discusión, cuyo propósito, a despecho de no ser vinculante para el
poder político, es hacer oír su voz y con ella, incidir en los poderes públicos
para que tomen decisiones en el sentido querido por el pueblo.
Luz
Marina López Espinosa / Jueves 14 de febrero de 2013
Buenos amigos extranjeros interesados por
la suerte de Colombia me han preguntado sobre el significado y contenido de las
Asambleas Constituyentes por la
Paz que a impulso del Movimiento Social y Político Marcha
Patriótica se instalan este 20 de febrero en varias regiones de Colombia.
Inquieta a esos amigos saber si tales
asambleas son institucionales, si tienen fuerza vinculante, a la manera de la Asamblea Nacional
Constituyente que reformuló nuestras instituciones en 1991 elaborando una nueva
Constitución Política. A responder esas inquietudes va este artículo que no
pretende ser una exposición jurídica ni de derecho constitucional.
El concepto constituyente en nuestra
reciente vida política, se ha de vincular con la innovación que introdujo el
art. 3º de nuestra Constitución, cuando señaló que la soberanía reside
exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder político. Esto, en
contraposición con la Carta
derogada de 1886 que hacía radicar la soberanía en la Nación , concepto gaseoso
que si algo dejaba claro, es que en nombre de él los gobernantes se arrogaban
la soberanía con excusa de que eran los agentes depositarios del concepto
“Nación”.
Como un efecto y desarrollo de esa
consagración de la soberanea popular, la misma Carta señaló entre las vías para
reformar la Constitución ,
dos de claro origen popular: una, la posibilidad de presentar proyectos de
reforma una parte del pueblo, y otra, por medio de una asamblea constituyente
elegida por el voto popular. Estas dos figuras sin embargo, mediadas por el
Congreso, mediante la expedición de un acto legislativo en el primer caso, y
mediante una ley que la convoca, en el caso de la Asamblea constituyente.
Las anteriores precisiones de carácter
jurídico político, como ilustración de la figura de “la Constituyente ” que
se convocará en diferentes regiones del país a partir de este 20 de febrero a
instancias de la
Marcha Patriótica. Es el marco político y jurídico que las
valida y explica dentro de nuestra estructura constitucional. Pero claramente,
las ahora convocadas no corresponden a la figura constitucional que como se
vio, es reglada y mediada por el Congreso de la República.
Se trata entonces las convocadas, de
ejercicios de soberanía popular a la manera de democracia directa, como una
potestad del pueblo no sometida a discusión, cuyo propósito, a despecho de no
ser vinculante para el poder político, es hacer oír su voz y con ella, incidir
en los poderes públicos para que tomen decisiones en el sentido querido por el
pueblo. ¿Acaso la soberanía “no reside exclusivamente en el pueblo”?
Hasta aquí, el marco general. ¿Y las
Constituyentes por la Paz
que ahora se convocan? Pues ellas se enmarcan en las negociaciones en curso
entre la insurgencia de las FARC-EP y el Gobierno nacional en La Habana , con el propósito
de, no obstante la antidemocrática posición gubernamental de afirmar que las
reformas institucionales que del Acuerdo de Paz se deriven no serán sometidos a
una Asamblea Nacional Constituyente, no obstante ello, se trata de ambientar el
clima para que el Acuerdos y las reformas sean blindadas con ese manto de
legitimidad.
Pero hay más en las Asambleas Constituyentes
por la Paz en
Colombia con Justicia Social: se trata de deliberar sobre los contenidos de las
reformas, reformas que constituyen el meollo de las negociaciones de Paz, como
que es su dura discusión y los acuerdos a los que se llegue, lo que determina el
sí o el no, el éxito o el fracaso de las negociaciones. Ellas son las que han
de solucionar en algo esas condiciones objetivas de la insurgencia, las que han
abrir un espectro de posibilidades democráticas ciertas para que los alzados en
armas y sus sectores afines, sientan que vale la pena negociar la paz. Y que
dentro de la nueva institucionalidad –no una revolucionaria ni anti sistema es
claro-, se puede dar la lucha por el poder político sin temor al asesinato ni
al fraude. Está aún vivo el recuerdo del 19 de Abril de 1970 cuando le fue
escamoteado el triunfo al clarísimo ganador el general Rojas Pinilla, así como
el exterminio de la
Unión Patriótica en los años 80
Y no la tiene fácil la insurgencia ni los
sectores populares cuyos intereses de alguna forma ellos representan. Porque la
posición gubernamental, en verdad del Establecimiento todo como que los
negociadores representan al sector militar, político, bancario e industrial -al
menos ese fue el anuncio oficial que hiciera el vocero Humberto de la Calle Lombana-,
fue que de reformas, nada. Que si eso querían las FARC, que se desarmaran,
fueran a elecciones y se hicieran al poder político para que emprendieran las
de su gusto. Mal comienzo ese, algo así como una retractación, una derogatoria
del histórico Acuerdo Especial suscrito entre Gobierno y la FARC-EP - que dio origen al
proceso.
Sin embargo, esa poco auspiciosa posición
inicial ha de verse como no definitiva, apenas táctica, parte del tenso pulso
de una negociación de este tipo entre dos enemigos históricos. Y que el
Establecimiento no perderá la oportunidad de suscribir una Paz con algo de
grandeza, es decir, renunciando a algunos de sus más odiosos privilegios, y
repudiando algunas de sus más feas conductas en el ejercicio del poder político
y económico. Así como la insurgencia con grandeza también, renuncia
definitivamente a lo que era un proyecto histórico de más de cuarenta años en
aras del cual vieron luchar, sufrir y morir –muchas veces en las salas de
tortura o en horrendas prisiones- a miles de sus más sentidos camaradas.