“Torpedos de Guerra contra la Paz..."
Por Miguel Ángel Beltrán V*
En una
memorable columna, publicada en marzo de 1983, escribía el periodista Guillermo
Cano, “Nos asistenlegítimos temores de que, por acción o por omisión, estemos
ante una o varias conspiraciones contra la paz que nos conduzcan
inexorablemente a un nuevo y todavía más sangriento e irreversible
enfrentamiento atroz y violento” (Torpedos
de Guerra contra la Paz). Esto a propósito de las crecientes críticas que
desde diferentes ángulos se venían planteando en rechazo a la amnistía promulgada por el gobierno de Belisario
Betancur a los grupos guerrilleros, y cuestionando la tarea de paz que venía adelantando la Comisión de
paz en su trabajo de acercamiento con la insurgencia armada.
Pocas
semanas después el presidente de esta comisión,Otto Morales Benítez,presentaba
al primer mandatario conservador, su renuncia irrevocable a dicho cargo. En uno
de los apartes de la misiva, el ex ministro plasmaba una frase que
posteriormente haría carrera: “Sé que aún le falta a su gobierno una tarea muy
exigente. La más apremiante, es rechazar el escepticismo y a veces el pesimismo
beligerante, que se apodera de todos. Y combatir contra los enemigos de la paz
y de la rehabilitación, que están agazapados por fuera y por dentro del
gobierno. Esas fuerzas reaccionarias en otras épocas lucharon, como hoy, con
sutilezas contra la paz, y lograron torpedearla. Por ello nunca hemos salido de
ese ambiente de zozobra colectiva”
Casi
tres décadas después de escritas estas palabras, resulta inevitable traerlas a
la mente cuando se escuchan las declaraciones de algunos ministros, ex
presidentes, altos funcionarios del gobierno y miembros de las Fuerzas
militares, entre otros, en relación al futuro de los diálogos de paz que se
adelantan en La Habana (Cuba), y en
alusión a lasrecientes acciones militares desarrolladas por las FARC, luego de
levantar la tregua unilateral que declarara durante dos meses. Algunos han
pedido con beligerancia que los diálogos se suspendan de inmediato, mientras que
otros con cierta cautela-pero no por ello con menor inquina- han advertido “que
las FARC podrían frustrar el proceso de paz”.
Y es
que en Colombia cada vez que se habla de paz rugen los señores de la guerra.
Ahora
bien, si al despuntar los años ochenta actuaban solapadamente, hace ya mucho
tiempo que actúan públicamente y se les puede ver a la luz del día: son los
mismos que se han enriquecido con el negocio de la guerra; los que han
desplazado a más de 5 millones y medio de campesinos para apropiarse de sus
tierras; Los que han promovido y financiado los grupos paramilitares; los que
han impedido que en Colombia se materialice una verdadera reforma agraria; los
que se han lucrado con los dineros del narcotráfico; los que han ejecutado u ordenado
la muerte de miles de líderes sociales y de la oposición para acallar sus
justas reivindicaciones y mantener, así, los privilegios de una élite.
Pero
beligerantes o cautelosos; agazapados o
públicos; de dentro o fuera del gobierno; los enemigos de la paz en Colombia han pretendido, con la ayuda
incondicional de los medios de comunicación,hacer creer al país que las FARC ha
sido la responsable del fracaso de los sucesivos procesos de paz en los que ha participado esta organización,
durante las tres últimas décadas. Sin embargo, basta una rápida mirada
histórica para darnos cuenta de la falsedad de esta afirmación: Desde los
acuerdos del Cese al Fuego, Tregua y Paz (1984) hasta la agenda pactada en la zona de despeje en el Caguán (1999), pasando
por los diálogos realizados en Caracas y Tlaxcala (1992), ha sido el gobierno
de turno quien de manera unilateral se ha levantado de la mesa.
Sin
duda en su momento le faltó mayor claridad a las FARC para exigirle al gobierno
del presidente Virgilio Barco, definiciones concretas sobre una tregua que se
mantuvo en vilo durante mucho tiempo, y no esperar que éste declarara
abiertamente su ruptura; o quizás le hizo falta alcanzar mejores consensos con
los demás integrantes de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB) a la
hora de plantear unificadamente sus puntos de vista en la mesa de diálogo frente a los voceros de la
administración del presidente César Gaviria; o ejercer un control más riguroso
sobre los excesos de algunos jefes guerrilleros en el tratamiento a la
población civil, en los cuatro años que permaneció la zona de despeje bajo la
administración Pastrana. Pero ello no lleva a concluir que ha faltado voluntad
política de esta organización armada en la búsqueda de una solución política al
conflicto.
Contrario
a ello, lo que se ha evidenciado en los gobiernos que han impulsado procesos de
diálogo es una doble lógica: por un lado hablan de paz y, por el otro, promueven
la guerra; no de otra manera se entiende el exterminio de la Unión Patriótica (UP),
mientras estuvieron vigentes los acuerdos de cese al fuego, tregua y paz; o el
bombardeo a Casa Verde simultáneamente con la votación de una nueva
constituyente; o la expansión del paramilitarismo, la aplicación del “Plan
Colombia” y la modernización de las Fuerzas Armadas mientras se adelantaban los
diálogos en el Caguán. Sobra decir que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos
no ha escapado a esta lógica: los reiterados bombardeos a campamentos
guerrilleros, la extensión del fuero militar, la ampliación del pie de fuerza y
el aumento del presupuesto militar, son algunas expresiones de este fenómeno.
La
pretensión de derrotar a la insurgencia armada por la vía militar, para luego
negociar su rendición, ha sido un componente común en las diferentes “estrategias
de paz” ensayadas por los gobiernos de turno. De allí su inclinación a “dialogar
en medio de la guerra “. Lo que resulta inconsistente en esta lógica perversa
–que tantos costos humanos y económicos ha traído para el país- es que en este
contexto las acciones militares de la guerrilla sean presentadas como “ataques
contra el proceso de paz”. No quiere
esto decir, que no sea deplorable la retención de policías por parte de las
FARC, como lo es también la situación que viven miles de prisioneros políticos
de guerra en las cárceles colombianas. Pero estos hechos constituyen
expresiones de un prolongado conflicto social y armado. Y precisamente, allí
radica la urgente necesidad de un acuerdo político que ponga fin al mismo.
La paz
es un anhelo nacional de millones de compatriotas que, de una u otra forma,
hemos padecido los costos de la guerra. En La Habana se ha abierto una puerta
para la solución política definitiva del conflicto, no permitamos que los
enemigos públicos o agazapados de la paz la cierren, para perpetuar una guerra
que les ha rendido muchos dividendos a costa del dolor de generaciones enteras
de colombianos y colombianas.