lunes, 4 de febrero de 2013

Torpedos de Guerra contra la Paz...





“Torpedos de Guerra contra la Paz..."




 Por Miguel Ángel Beltrán V*

En una memorable columna, publicada en marzo de 1983, escribía el periodista Guillermo Cano, “Nos asistenlegítimos temores de que, por acción o por omisión, estemos ante una o varias conspiraciones contra la paz que nos conduzcan inexorablemente a un nuevo y todavía más sangriento e irreversible enfrentamiento atroz y violento” (Torpedos de Guerra contra la Paz). Esto a propósito de las crecientes críticas que desde diferentes ángulos se venían planteando en rechazo a la amnistía  promulgada por el gobierno de Belisario Betancur a los grupos guerrilleros, y cuestionando la tarea  de paz que venía adelantando la Comisión de paz en su trabajo de acercamiento con la insurgencia armada.

Pocas semanas después el presidente de esta comisión,Otto Morales Benítez,presentaba al primer mandatario conservador, su renuncia irrevocable a dicho cargo. En uno de los apartes de la misiva, el ex ministro plasmaba una frase que posteriormente haría carrera: “Sé que aún le falta a su gobierno una tarea muy exigente. La más apremiante, es rechazar el escepticismo y a veces el pesimismo beligerante, que se apodera de todos. Y combatir contra los enemigos de la paz y de la rehabilitación, que están agazapados por fuera y por dentro del gobierno. Esas fuerzas reaccionarias en otras épocas lucharon, como hoy, con sutilezas contra la paz, y lograron torpedearla. Por ello nunca hemos salido de ese ambiente de zozobra colectiva”

Casi tres décadas después de escritas estas palabras, resulta inevitable traerlas a la mente cuando se escuchan las declaraciones de algunos ministros, ex presidentes, altos funcionarios del gobierno y miembros de las Fuerzas militares, entre otros, en relación al futuro de los diálogos de paz que se adelantan en La Habana (Cuba),  y en alusión a lasrecientes acciones militares desarrolladas por las FARC, luego de levantar la tregua unilateral que declarara durante dos meses. Algunos han pedido con beligerancia que los diálogos se suspendan de inmediato, mientras que otros con cierta cautela-pero no por ello con menor inquina- han advertido “que las FARC podrían frustrar el proceso de paz”.

Y es que en Colombia cada vez que se habla de paz rugen los señores de la guerra.
Ahora bien, si al despuntar los años ochenta actuaban solapadamente, hace ya mucho tiempo que actúan públicamente y se les puede ver a la luz del día: son los mismos que se han enriquecido con el negocio de la guerra; los que han desplazado a más de 5 millones y medio de campesinos para apropiarse de sus tierras; Los que han promovido y financiado los grupos paramilitares; los que han impedido que en Colombia se materialice una verdadera reforma agraria; los que se han lucrado con los dineros del narcotráfico; los que han ejecutado u ordenado la muerte de miles de líderes sociales y de la oposición para acallar sus justas reivindicaciones y mantener, así, los privilegios de una élite.

Pero beligerantes o  cautelosos; agazapados o públicos; de dentro o fuera del gobierno; los enemigos de la paz  en Colombia han pretendido, con la ayuda incondicional de los medios de comunicación,hacer creer al país que las FARC ha sido la responsable del fracaso de los sucesivos procesos de paz  en los que ha participado esta organización, durante las tres últimas décadas. Sin embargo, basta una rápida mirada histórica para darnos cuenta de la falsedad de esta afirmación: Desde los acuerdos del Cese al Fuego, Tregua y Paz (1984) hasta la agenda pactada en la zona de despeje en el Caguán (1999), pasando por los diálogos realizados en Caracas y Tlaxcala (1992), ha sido el gobierno de turno quien de manera unilateral se ha levantado de la mesa.

Sin duda en su momento le faltó mayor claridad a las FARC para exigirle al gobierno del presidente Virgilio Barco, definiciones concretas sobre una tregua que se mantuvo en vilo durante mucho tiempo, y no esperar que éste declarara abiertamente su ruptura; o quizás le hizo falta alcanzar mejores consensos con los demás integrantes de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB) a la hora de plantear unificadamente sus puntos de vista en  la mesa de diálogo frente a los voceros de la administración del presidente César Gaviria; o ejercer un control más riguroso sobre los excesos de algunos jefes guerrilleros en el tratamiento a la población civil, en los cuatro años que permaneció la zona de despeje bajo la administración Pastrana. Pero ello no lleva a concluir que ha faltado voluntad política de esta organización armada en la búsqueda de una solución política al conflicto.

Contrario a ello, lo que se ha evidenciado en los gobiernos que han impulsado procesos de diálogo es una doble lógica: por un lado hablan de paz y, por el otro, promueven la guerra; no de otra manera se entiende el exterminio de la Unión Patriótica (UP), mientras estuvieron vigentes los acuerdos de cese al fuego, tregua y paz; o el bombardeo a Casa Verde simultáneamente con la votación de una nueva constituyente; o la expansión del paramilitarismo, la aplicación del “Plan Colombia” y la modernización de las Fuerzas Armadas mientras se adelantaban los diálogos en el Caguán. Sobra decir que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos no ha escapado a esta lógica: los reiterados bombardeos a campamentos guerrilleros, la extensión del fuero militar, la ampliación del pie de fuerza y el aumento del presupuesto militar, son algunas expresiones de este fenómeno.

La pretensión de derrotar a la insurgencia armada por la vía militar, para luego negociar su rendición, ha sido un componente común en las diferentes “estrategias de paz” ensayadas por los gobiernos de turno. De allí su inclinación a “dialogar en medio de la guerra “. Lo que resulta inconsistente en esta lógica perversa –que tantos costos humanos y económicos ha traído para el país- es que en este contexto las acciones militares de la guerrilla sean presentadas como “ataques contra el proceso de paz”.  No quiere esto decir, que no sea deplorable la retención de policías por parte de las FARC, como lo es también la situación que viven miles de prisioneros políticos de guerra en las cárceles colombianas. Pero estos hechos constituyen expresiones de un prolongado conflicto social y armado. Y precisamente, allí radica la urgente necesidad de un acuerdo político que ponga fin al mismo.

La paz es un anhelo nacional de millones de compatriotas que, de una u otra forma, hemos padecido los costos de la guerra. En La Habana se ha abierto una puerta para la solución política definitiva del conflicto, no permitamos que los enemigos públicos o agazapados de la paz la cierren, para perpetuar una guerra que les ha rendido muchos dividendos a costa del dolor de generaciones enteras de colombianos y colombianas.


* Profesor Universidad Nacional de Colombia