Fiesta a todo trapo |
Lucas Ospiana. Latonería y Pintura
La silla vacía
El auge de la clase media colombiana es imparable. Un estudio
del Banco Mundial publicado a finales del año pasado afirma que “el 54% de los
colombianos mejoró su estatus económico entre 1992 y 2008”. Y para aguarle la
ensoñación a los que le atribuyen toda esta prosperidad a la refundación de la
patria —al ochenio milagroso del Gobierno Uribe y su política de la “seguridad
democrática”—, el Banco Mundial extiende esta bonanza al resto de la región y afirma
que “la clase media creció un 50% en América Latina entre 2003 y 2009”.
La información resulta paradójica si se compara con lo que
sucede en Estados Unidos y en Europa. Allá, la idea de la extinción de la clase
media se ha regado como pólvora y el tema de su explotación apocalíptica ha
dado para todo. Las protestas se hacen eco de un hemisferio a otro. Las marchas
y ocupaciones de “indignados”, por su edad, atuendo y actitud, evocan con
nostalgia narcisista a las juventudes y vanguardias artísticas del entrecruce
de las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado. Pero estos nuevos
inconformes parecen invocar toda una serie de valores que aquellas generaciones
contestatarias habrían calificado de burgueses: “trabajo, hogar y familia” (o
“carro, casa y beca” para decirlo en colombiano).
Al menos el Banco Mundial también se muestra algo
escéptico de las bondades de este boom latinoamericano y señala en su
informe que estos países deben reformar y modificar algunos de sus contratos
sociales para concretar este ideal de progreso: “¿puede el auge de la clase
media documentado en este estudio facilitar estas reformas? ¿O, al contrario,
se consolidará la opción de la clase media por los servicios privados,
reduciendo así su disposición a contribuir al erario público con el fin de
generar oportunidades para aquellos que siguen siendo pobres?”
En el caso de Colombia se pueden contraponer estas sesudas
consideraciones a dos muestras “sociales” en las que se vislumbra desde ya la
respuesta. En este par de eventos está la evidencia concluyente de hacia dónde
están orientadas las reformas y contribuciones de gran parte de nuestra nueva
clase media. Estos eventos paradigmáticos y reveladores son, por un lado, el matrimonio
del narcotraficante Fritanga, por el otro, el matrimonio
de la hija del Procurador Ordoñez.
Sigue el baile... |
Ambas piezas muestran a grupos
sociales emergentes y cómo estos capitalizan sus créditos económicos y
políticos, recientemente adquiridos, para pavonearse y mostrar su nuevo
estatus. Una pasarela del poder para ver y dejarse ver, una pornografía del
anillo y del escote, del esmoquin y del pareo, del implante y del corbatín, del
latín del misal y el perreo reguetonero.
Oh, el amor, el amor |
Que no está mal. Ninguno de estos
elementos es perjudicial en sí mismo, pero todo junto asusta cuando uno lo ve
en esa mancomunada euforia de pose y arribismo en la que traquetos y jueces,
artistas y periodistas, testaferros y contratistas, hacen lo posible y lo
imposible por estar donde están. El afán de poder y el miedo a perderlo, es lo
que se respira en el aire opresor que resuma de estos emblemáticos festejos.
Con todo el glamour... |
El miedo, se trata del miedo. La
clase media emergente es la que más tiene que perder cuando hay un vaivén
económico o un remezón social y eso, más allá de corrupción, lo que muestra es
otra condición: una profunda vulnerabilidad. El problema radica en que
precisamente es en esta clase vulnerable donde están los puestos, cargos y
funciones de los que podrían ejecutar las mayores acciones para el bien común y
a la vez controlar y denunciar los excesos del poder. Pero todos estos
trepadores están cercados por el temor a ser pobres, a no llegar a ser como los
ricos. ¿Qué se puede esperar de la amplia gama de funcionarios, intermediarios
y representantes?
El Banco Mundial concluye: “América
Latina se encuentra en una encrucijada: ¿romperá (aún más) con el contrato
social fragmentado que heredó de su pasado colonial y seguirá persiguiendo una
mayor igualdad de oportunidades o se entregará aún más decididamente a un
modelo perverso en que la clase media se excluye de participar y se vale por sí
misma?”
En los matrimonios Fritanga-Ordoñez está esa respuesta
temible, inequívoca. Al parecer un amplio sector de la clase media en Colombia
hace rato reemplazó el contrato social, y selló, ante el altar del poder, un
pacto perverso.
Ellos dijeron: “Sí. Acepto”.