jueves, 14 de febrero de 2013

Opinión: Motivos para creer. Por Maria Alejandra Villamizar

Maria Alejandra Villamizar
Fuente: El País, Febrero 13 de 2013


Cómo es de fácil no creer en el proceso de paz. Resulta sencillo repetir conceptos ya trillados que apuntan a que la guerrilla no quiere y a que el Gobierno no puede. Las miradas simplistas no captan las señales que cada día son más claras. Unas llegan desde La Habana, otras a la vez se cocinan en los salones del poder, en los campamentos del monte y poco a poco dentro de la opinión. Hay motivos para creer.

Sin apasionamientos, y menos con miradas complacientes a ninguna de las partes, se evidencia que este proceso está encaminado a afectar el rutinario devenir del conflicto y a dar el siguiente paso.

Una primera razón de peso es el papel del Ministro de Defensa y la cúpula militar. Sin lugar a dudas es el estamento castrense a quien siempre se le señala de torpedear la salida negociada. Existen claras pruebas, y hasta libros escritos por ellos mismos, que comprueban que fue así en el pasado. Pero este momento es distinto. Hace unos meses, tuve contacto con los oficiales que hacían su curso de ascenso a generales y almirantes. Nada más grato que encontrar en todos ellos el entendimiento fundamental de que con las Farc se debe y se puede llegar a un acuerdo político. Los militares de hoy, son distintos. Y los retirados, con rabo de paja, cada día son más marginales.

Una segunda razón, es que la mesa de La Habana trabaja en serio. La dinámica de las jornadas de diálogos ha llevado a que las conversaciones tomen su ritmo y se construya de lado y lado el propósito de concretar puntos en común. Más allá de las portadas de escándalo que hablan de crisis en el proceso, lo cierto es que lo que no se habla en público es más valioso que lo que se evidencia en las declaraciones. La mesa de diálogos debe ser soberana y tener un carácter solemne, a la que se le debe respeto. Es la misión de las partes, salvaguardar ese escenario de manipulaciones y manoseos que la pongan a dudar de sí misma y de su misión. La mesa es la apuesta por la audacia, la astucia y la creatividad de quienes la integran. No esperamos menos de ellos.

Una tercera razón es que en entre el círculo duro de la opinión, donde avanza otro ‘proceso’, igual o más importante que el de la mesa de la Habana, las aguas mesuradas riegan cada vez más tierra fértil. Es decir, en los sectores sensibles, interesados, preocupados y enterados del tema, que saben leer los escenarios, hay interés genuino en multiplicar pedagógicamente el sentido de este empeño sin que me medien los intereses electorales.

Es innegable que a esas aguas les falta corriente para impulsar argumentos que lleguen a la ciudadanía de las regiones y para sumar aliados de futuro. Estudiantes, campesinos, trabajadores, víctimas. Todos los colombianos quieren empezar a sentir que está en construcción un proceso que involucra sus vidas.

A su vez, claro, las aguas amargas empiezan a recorrer sus propios caminos que desembocarán en su propio mar. Es parte de un proceso político así. Imposible ser homogéneos cuando se han vivido tantas divisiones. Entiendo que haya quienes quieren ser como Santo Tomás, “hasta no ver no creer”. Respetable postura. No hay actos de fe cuando se han sufrido en carne propia los efectos del conflicto. A quienes se sienten así, los envidio. El que no espera nada, gana siempre y no tiene la ansiedad de los que esperamos resultados positivos.

Ahora, sobre los que quieren prender más leña y le apuestan al fracaso para ganar votos, esos vivirán siempre para apagar su propio fuego. A la paz de hoy hay que quitarle el nombre de presidente y ponerle el nombre del país, eso sí tiene sentido y debería gustarnos a todos.

Fuente: