martes, 26 de febrero de 2013

Santos colapsa por crisis de legitimidad

Presidente Santos celebrando los carnavales




Horacio Duque.

La última encuesta sobre el gobierno del señor Santos, realizada por Gallup, es fatal. Casi el 50% de los colombianos tiene una imagen negativa sobre su gestión.

El jefe de la Casa de Nariño se raja en temas álgidos como la corrupción, el costo de vida y la violencia sociopolítica. Arrastra de tiempo atrás problemas vinculados con la impunidad de los "falsos positivos", la fracasada reforma a la justicia, el problema de San Andrés, la crisis de la salud, los males de la educación y la parálisis de la administración. Por supuesto, la quiebra de la industria y de la agricultura inciden en la inconformidad cívica que crece.

Santos, como expresión de la autoridad y encarnación del régimen político imperante, vive una aguda crisis de legitimidad que lo tiene colapsado; no tiene consenso social y los apoyos se le esfuman con el paso de los días.

La perdida de legitimidad quiere decir que cada vez son menos las actitudes positivas hacia el gobierno y el régimen político de la Prosperidad democrática, que es como se nombra el actual. No hay una legitimidad específica como conjunto de actitudes de adhesión al sistema de poder y a sus autoridades centrales, debido a la insatisfacción de determinadas demandas por determinados actos del gobierno. En tales circunstancias, el descontento -cuando se articula y expresa como parece ser lo que ocurre- repercute de forma inexorable en las autoridades y en las estructuras del propio régimen, que es lo que estamos registrando con las encuestas publicadas hoy martes 26 de febrero de 2013.

Hay dos indicadores centrales en la pérdida de legitimidad que no se pueden ocultar. El primero se refiere al estado del orden civil entendido como la ausencia del recurso no regulado y colectivo a la violencia, o a actos que amenacen con la violencia, o en que haya una alta probabilidad de violencia directa contra objetivos públicos o privados. Y el segundo, son las manifestaciones generalizadas de oposición/obstrucción al régimen y/o a las autoridades, cuyo origen se localiza, en nuestro caso, en grupos de ultraderecha fuertemente anclados en amplios grupos de la población.

Siendo así, la relación entre legitimidad y persistencia institucional se torna critica. Menos legitimidad quiere decir fragilidad en la sostenibilidad política de las instituciones. Es lo que lleva a pensar en términos de una potencial crisis de hegemonía como manifestación de que las actuales clases dominantes o el bloque dominante oligárquico va dejando de tener la dirección de las clases subordinadas de la sociedad, de los centros operativos de decisión y de operación del poder político (Estado), de los aparatos de intervención económica estatal, de los aparatos ideológicos (Iglesia, medios de comunicación de masas, aparato cultural y escolar) y de los aparatos represivos por antonomasia (Ejercito, politica, justicia). En suma, en una crisis orgánica que se traduce en una profunda crisis de legitimación que afecta a la dominación en la formación social comprometiendo a todo el orden social.
Resulta valido preguntarse entonces los siguiente ¿será una Asamblea Constituyente la alternativa adecuada para sentar las bases de una nueva institucionalidad que recoja el consenso social y el apoyo popular como base de una nueva legitimidad política?