Tomado de La Patria, 14 de febrero 2013
“¿Nos veremos
otra vez dentro de diez mil muertos?”.
Esta pregunta la hizo Alfonso Cano al
instalarse las negociaciones entre el Gobierno del presidente Gaviria y las
Farc en Caracas en el mes de junio de 1991.
Su presagio se quedó corto, pues la
muerte y la destrucción que vinieron en los años siguientes a la ruptura de
Tlaxcala en 1992 hasta llegar al proceso del Caguán superaron con creces esta
cifra.
Y también el desastre ocurrido desde el fin del Caguán hasta el inicio
de La Habana es de enormes proporciones. La pregunta obligada, y que debe ser
tomada con total seriedad por todos, es si vamos a repetir indefinidamente este
ciclo de guerra-negociación-ruptura-guerra, y así hasta el final de los
tiempos.
Desde antes de la misma formación de las Farc ya se había iniciado
esta dinámica: las amnistías de Rojas Pinilla y Alberto Lleras en los años
cincuenta, con el siguiente regreso a las armas de muchos guerrilleros y
bandoleros, entre ellos Pedro Antonio Marín, quien fuera más tarde el máximo
comandante de las Farc, Manuel Marulanda. El mismo Turbay, quien condujo un
gobierno represivo y violador de los Derechos Humanos, expidió su propia
amnistía.
Con Belisario Betancur entramos de lleno en el ciclo de negociaciones
bilaterales Gobierno - guerrilla, ruptura, recrudecimiento de la violencia,
nuevamente acercamiento, negociación, ruptura y así indefinidamente. Y en el
camino decenas de miles de muertos y cruel destrucción. En este círculo vicioso
hay responsabilidades compartidas: la guerrilla, el Estado y la sociedad.
Para fortuna de
todos, hoy contamos con la mejor oportunidad en cincuenta años para cambiar
definitivamente esta historia y salir de una pesadilla eterna. Ninguno de los
anteriores procesos de negociación con las Farc ha tenido tanta probabilidad de
salir adelante como este. Ninguno. Las condiciones objetivas del conflicto son
bien propicias para que esta vez sí se llegue a un acuerdo negociado (a este
aspecto dediqué la columna del 17 de enero pasado http://www.lapatria.com/columnas/2013-el-ano-para-hacer-la-paz-con-las-farc).
Sin embargo,
subsisten muchos retos y dificultades que hay que superar, y para esto se
requiere que cada cual - Gobierno, Farc y sociedad, hagan su trabajo. El
Gobierno debe sostener su empeño en la negociación y transmitir a la sociedad
los inmensos beneficios que el final del conflicto armado puede traer a todo el
país. La guerrilla tendrá que silenciar por completo sus armas mientras se
llevan a cabo las negociaciones, pues de otra manera la opinión mayoritaria se
irá volcando en su contra y puede dar al traste con el proceso. La sociedad,
sin dejar de reclamar a diario a las Farc para que no emprendan actos de
violencia, tiene que ser consciente de que no puede tratar al actual proceso
como un suceso más del día a día; de que romperlo, así haya razón suficiente de
censura a la guerrilla, es la respuesta menos inteligente que el momento
requiere, y que los costos de una reacción de la opinión llena de rabia, así
sea justificada, son tan grandes y dolorosos, que sería bien irresponsable en
este momento pedir el fin de los diálogos de La Habana. Dar por terminadas las
negociaciones en este momento sería un suicidio colectivo, nadie se salvaría.
Básicamente hay
tres elementos en negociación en la mesa de diálogo: la realización de serias
reformas al mundo rural colombiano, la inclusión en la política de los
intereses de las Farc y el tratamiento jurídico y social a los delitos
cometidos durante el conflicto armado. Sin la menor duda, todos pueden encontrar
salida, todos tienen solución.
Por estar en
negociaciones no hay más violencia y no hay ventajas militares para la
guerrilla. Partiendo de este hecho incontrovertible, es más que justo apoyar al
Gobierno en su iniciativa de diálogo, la cual es responsable y seria.
El proceso de
La Habana tiene opositores por convicción y por oportunismo, dentro de ellos el
expresidente Uribe es el más importante, y lo es por convicción y por
oportunismo. Le sigue José Félix Lafaurie y el resto de políticos del uribismo.
Todos son unos irresponsables, pues repiten como loros frases gastadas que no
corresponden a la realidad del momento.
Hoy la opinión
del ciudadano sí cuenta, y cuando la recogen las encuestas el Gobierno y los
políticos la escuchan. Usted puede contribuir a cambiar la historia de
violencia de Colombia, empiece por apoyar sin vacilaciones el proceso de paz de
La Habana.
Humberto de la
Calle sabe de qué hablaba Alfonso Cano hace 22 años, él estaba presente cuando
el jefe guerrillero lanzó esa profética pregunta. Por eso de la Calle busca hoy
un acuerdo de paz.