Almirante Massera y el nuevo Papa |
Editado por Bitácora de un nicaragüense
Los testimonios que apuntan a Bergoglio en violaciones a los DD.HH. y
muestran su complicidad con la dictadura militar argentina
Emilio Mignone, destacado especialista en el catolicismo argentino, en
su libro “Iglesia y dictadura”, editado en 1986, cuando Bergoglio no era
conocido fuera del mundo eclesiástico, ejemplificó con su caso “la siniestra
complicidad” con los militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de
limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
Un halo de oscuridad en temas de
derechos humanos se cierne sobre el nuevo Papa, Jorge Mario Bergoglio, quien
adoptó el nombre de Francisco I para su pontificado. Esto, pues en cuanto
apareció por los balcones del Palacio apostólico hacia la Plaza de San Pedro,
también empezaron a aparecer antecedentes que lo vinculan con la detención de
sacerdotes durante la dictadura militar argentina.
Uno de los actores principales en las
denuncias contra Bergoglio es el sacerdote Orlando Yorio, detenido en la
Escuela de Mecánica de la Armada de Argentina -la temible ESMA, donde fueron
torturados y desaparecieron miles opositores a la dictadura militar- de quien
al declarar en los juicios contra las Juntas Militares de 1976 dijo que
“Bergoglio nunca nos avisó del peligro que corríamos. Estoy seguro de que él
mismo les suministró el listado con nuestros nombres a los marinos”.
Al nuevo Pontífice se le menciona un
poderoso vínculo con el entonces jefe de la Armada trasandina, Emilio Massera,
ya que Bergoglio cuando integraba la plana mayor de la Universidad del
Salvador, le otorgó al militar el título de “doctor honoris causa”.
Sin embargo, la información publicada
en Infoeducares.com.ar explica que los datos de la distinción al llamado
“Almirante Cero” desaparecieron “misteriosamente” de los archivos del centro
educacional y que el nuevo Papa “no recuerda el decisivo papel que jugó en ese
homenaje al mandamás de la Marina”.
“Esa tarde, Bergoglio escuchó a
Massera pronunciar un ampuloso discurso sobre la indiferencia de los jóvenes,
el amor promiscuo, las drogas alucinógenas y la “derivación previsible” de esa
“escalada sensorial” en “el estremecimiento de la fe terrorista”. Con una
sonrisa en los labios, el dueño y señor de la Esma también aseguró que la
Universidad era “el instrumento más hábil para iniciar una contraofensiva” de
Occidente. Aunque aplaudió fervorosamente, el discreto Bergoglio no subió al
estrado. Sí lo hicieron sus fieles discípulos de Guardia de Hierro, la poderosa
organización paramilitar en la que Bergoglio militaba desde 1972 y que
posteriormente intervino en la apropiación de los bienes de los desaparecidos”,
recuerda el escrito.
Además, se menciona que un informe de
inteligencia de la Side, organismo especializado en el seguimiento de los temas
y los actores eclesiásticos de la época –que se conserva en un archivo de la
Cancillería– sostiene que Bergoglio se proponía limpiar la Compañía de
“jesuitas zurdos”.
El sacerdote, fallecido en 2000,
repitió hasta el cansancio que “no tengo indicios para pensar que Bergoglio nos
liberó, al contrario. A mis hermanos les avisó que yo había sido fusilado, no
sé si lo dijo como cosa posible o segura, para que fueran preparando a mi
madre. Cuando quedé en libertad, Bergoglio me confesó que dos veces lo visitó
un oficial de la policía para avisarle sobre nuestro fusilamiento. Fuera del
país, en The New York Times se publicó la noticia de nuestra muerte, la Cruz
Roja internacional tenía esa información”.
A su juicio, Bergoglio “tenía
comunicación con el almirante Massera, le habrían informado que yo era el jefe
de los guerrilleros y por eso se lavó las manos y tuvo esa actitud doble. No
esperaba que no pudieran encontrar nada para acusarme ni que saliera vivo”.
Incluso sostenía que Bergoglio estuvo
presente en la casa operativa de la Armada en la que pasaron varios meses luego
de salir de la Esma, mencionando que “una vez nos dijeron que teníamos una
visita importante. Vino un grupo de gente a la que no pudimos ver porque
estábamos con los ojos vendados, pero Francisco Jalics sintió que uno era
Bergoglio”.
Lavado de
imagen
En tanto, una columna de Horacio
Verbitsky indica que Bergoglio está emprendiendo “una operación de lavado de
imagen con la publicación de un libro autobiográfico”.
“El ostensible propósito de “El
Jesuita”, como se titula, es defender su desempeño como provincial de la
Compañía de Jesús entre 1973 y 1979, manchado por las denuncias de los
sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics de que los entregó a los militares.
Ambos estuvieron secuestrados cinco meses a partir de mayo de 1976. En cambio
nunca reaparecieron las cuatro catequistas y dos de sus esposos secuestrados
dentro del mismo operativo”, precisa la publicación.
Entre ellos se encontraban Mónica
Candelaria Mignone, hija del fundador del CELS, Emilio Mignone, y María Marta
Vázquez Ocampo, de la presidente de Madres de Plaza de Mayo, Martha Ocampo de
Vázquez.
Emilio Mignone, destacado
especialista en el catolicismo argentino, en su libro “Iglesia y dictadura”,
editado en 1986, cuando Bergoglio no era conocido fuera del mundo eclesiástico,
ejemplificó con su caso “la siniestra complicidad” con los militares, que “se
encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la
Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
De acuerdo con el fundador del Centro
de Estudios Legales y Sociales, “durante una reunión con la Junta Militar en
1976 el entonces presidente de la Conferencia Episcopal y vicario castrense,
Adolfo Servando Tortolo, acordó que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas
Armadas avisarían al obispo respectivo”.
Agrega Mignone que “en algunas
ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976
la Infantería de Marina detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero
Orlando Yorio y lo mantuvo durante cinco meses en calidad de desaparecido. Una
semana antes de la detención, el arzobispo [Juan Carlos] Aramburu le había
retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas
expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta claro que la Armada
interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su
provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra
él. Sin duda, los militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta
peligrosidad”.
La nota cita a quien fue su
colaboradora en el CELS, la abogada Alicia Oliveira, quien dijo “que su amigo
Bergoglio, preocupado por la inminencia del Golpe, temía por la suerte de los
sacerdotes del asentamiento y les pidió que salieran de allí. Cuando los secuestraron,
trató de localizarlos y procurar su libertad, así como ayudó a otros
perseguidos. A raíz de aquella nota, Orlando Yorio se comunicó conmigo desde el
Uruguay, donde vivía. Por teléfono y correo electrónico refutó las afirmaciones
de Bergoglio y Oliveira. “Bergoglio no nos avisó del peligro en ciernes” y
“tampoco tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad,
sino todo lo contrario”, dijo. Los dos sacerdotes “fueron liberados por las
gestiones de Emilio Mignone y la intercesión del Vaticano y no por la actuación
de Bergoglio, que fue quien los entregó”, agregó Angélica Sosa de Mignone,
Chela, la esposa durante medio siglo del fundador del CELS. Sus testimonios se
incluyeron en la nota “La llaga abierta”, que se publicó el 9 de mayo de 1999.
También se transmitieron allí las posiciones de Bergoglio y del otro cura
secuestrado aquel día, Francisco Jalics”, menciona.
Verbitsky también refuta la versión
de Bergoglio respecto a que negó haber aconsejado a los funcionarios de Culto
de la Cancillería que rechazaran la solicitud de renovación de pasaporte de
Jalics, que él mismo presentó.
Según lo que cuenta Bergoglio, el
funcionario que recibió el trámite le preguntó por “las circunstancias que
precipitaron la salida de Jalics”, a lo cual asegura que le respondió: “A él y
a su compañero los acusaron de guerrilleros y no tenían nada que ver” y agrega
que “el autor de la denuncia en mi contra revisó el archivo de la Secretaría de
Culto y lo único que mencionó fue que encontró un papelito de aquel funcionario
en el que había escrito que yo le dije que fueron acusados de guerrilleros.
Había consignado esa parte de la conversación pero no la otra en la que yo le
señalaba que los sacerdotes no tenían nada que ver. Además el autor de la
denuncia soslaya mi carta, donde yo ponía la cara por Jalics y hacía la
petición”.
Ante este hecho, Verbitsky sostiene
que “nada fue así. En notas publicadas aquí y en mis libros El Silencio y Doble
juego, narré la historia completa y publiqué todos los documentos, comenzando
por la carta por cuya omisión Bergoglio reclama. Luego sigue la recomendación
del funcionario de Culto que lo recibió, Anselmo Orcoyen: “En atención a los
antecedentes del peticionante, esta Dirección Nacional es de opinión que no
debe accederse”. El tercer documento es el definitorio. Ese papelito, firmado
por Orcoyen, dice que Jalics tenía actividad disolvente en comunidades
religiosas femeninas y conflictos de obediencia, que estuvo con Yorio en la
ESMA (detenido, dice, en vez de secuestrado) “sospechoso contacto
guerrilleros”. El punto más interesante es el siguiente, porque remite a
intimidades de la Compañía de Jesús, vistas desde la óptica de Bergoglio, que
no había ninguna necesidad de confiar al funcionario de la dictadura: “Vivían en
pequeña comunidad que el Superior Jesuita disolvió en febrero de 1976 y se
negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el 19/3”. Agrega que
Yorio fue expulsado de la Compañía y que “ningún obispo del Gran Buenos Aires
lo quiso recibir”. La Nota Bene final es ilevantable: dice Orcoyen que estos
datos le fueron suministrados “por el padre Jorge Mario Bergoglio, firmante de
la nota con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que
solicita”.
Omisiones
en temas de derechos humanos
Bergoglio afirma que las
declaraciones episcopales sobre los derechos humanos, incluidas en el libro
“Iglesia y democracia en la Argentina”, que él editó en 2006, están completas,
“no con omisiones como algunos periodistas señalaron con mala intención”.
Sin embargo, el autor de la
publicación en Página 12 precisa que “el memo sobre la reunión del 15 de
noviembre de 1976 de Primatesta, Juan Carlos Aramburu y Zazpe con la Junta
Militar se reproduce en su versión original, tal como está archivado en la sede
episcopal de la calle Suipacha (“Reunión de la Junta Militar con la Comisión
Ejecutiva de la CEA, 15.IX.1976”. Comisión Ejecutiva de la CEA. Caja 24,
Carpeta II. Documento 10.937). También se puede leer la transcripción de
Bergoglio treinta años después en un libro que prologó con la frase: “No
debemos tener miedo a la verdad de los documentos”. Puede verse así que
suprimió el concepto central expresado en la introducción, de “aclarar la
posición de la Iglesia”, para dejar en claro que “de ninguna manera pretendemos
plantear una posición de crítica a la acción de gobierno” dado que “un fracaso
llevaría, con mucha probabilidad, al marxismo”, por lo cual “acompañamos al
actual proceso de re-organización del país”. En forma explícita menciona la
“adhesión y aceptación” episcopal.
El cotejo permite advertir el cambio
en la numeración de la minuta, en cuya edición oficial se omitió que incluso a
solas los tres miembros de la Comisión Ejecutiva Episcopal atribuyeron la
represión sin ley a niveles intermedios, mientras destacaban “los notables
esfuerzos del gobierno en pro del país” y la “imagen buena de las supremas
autoridades”. Para no verse obligados a “un silencio comprometedor de nuestras
conciencias que, sin embargo, tampoco le serviría al proceso” o “un enfrentamiento
que sinceramente no deseamos” la Iglesia propuso abrir “un canal de
comunicación” con la Junta Militar. Esa prueba de promiscuidad con la
dictadura, que en el original está encabezada por el título “Lo que tememos”,
fue suprimida en la recopilación de Bergoglio. Al año siguiente, el obispo
Oscar Justo Laguna, reconoció la “total ineficacia” de esa Comisión de Enlace
que integraba, en una nota manuscrita a Zazpe. Sin embargo, las amables
reuniones mensuales continuaron durante todo el régimen militar. Al comentar
esa carta, en 2002, otro miembro de la Comisión, Carlos Galán, le escribió a
Laguna: “¡Quién nos diera poder vivir de nuevo con la experiencia adquirida”.
Fantasía vana. Sólo se vive una vez”