Desde
el instante mismo en que el gobierno de Samper habló de Zonas de Reserva
Campesina (ZRC), el general Bedoya gritó: ¡Son repúblicas independientes!
Por Alfredo Molano Bravo / Domingo 17 de marzo de 2013
Un
sello que robó a Primo de Rivera, el fundador de la Falange, para estigmatizar
el sueño catalán de autonomía en 1934. El generalato y los sectores más
retardatarios del país siempre han criminalizado la figura de las ZRC, creadas
por la Ley 160 de 1994. Uribe las persiguió y desmontó las que, con plata del
Banco Mundial, se abrían paso como un recurso pacífico para defender la
economía campesina de la voracidad terrateniente. Porque en realidad las ZRC no
son más que eso: una manera de impedir que en ciertas y determinadas áreas se
concentre en pocas manos la propiedad rural. A la derecha se le paran los pelos
cuando le es interpuesta una talanquera legal, porque están acostumbrados a
desconocerlas a las buenas o a las malas. Ahora, por ejemplo, el candidato del
uribismo, señor Lafaurie, dice que nos van a quitar el departamento del
Caquetá. Le faltó decir que perderemos la soberanía sobre el sur, que Venezuela
es expansionista y que habrá que declararle la guerra. En fin, el hombre
babosea hasta por los codos.
Cada
vez es más claro que los acuerdos sobre tierra que se cocinan en La Habana
están a punto de salir del horno y que incluyen las ZRC como uno de los
fundamentos del arreglo, que tiene, no se debe olvidar, un carácter histórico y
un alcance territorial. Histórico en cuanto la lucha de los campesinos por la
tierra viene desde mediados de los años 20, para no hablar de la pelea del
hacha contra el papel sellado que caracterizó la colonización cafetera. Es
territorial porque, según la citada ley: “Las Zonas de Colonización, y aquellas
en donde predomine la existencia de tierras baldías, son Zonas de Reserva
Campesina”. Más claro: “En las Zonas de Reserva Campesina la acción del Estado
tendrá en cuenta, además de los anteriores principios orientadores, las reglas
y los criterios sobre ordenamiento ambiental territorial; la efectividad de los
derechos sociales, económicos y culturales de los campesinos; su participación
en las instancias de planificación y decisión regionales, y las características
de las modalidades de producción”.
Las
Farc están pidiendo nueve millones de hectáreas para ser declaradas ZRC. Para
avalar esta cifra se debe decir que las tierras robadas desde el año 80 para
acá suman unos seis millones. Es decir, están pidiendo tres millones más de la
superficie usurpada, reconocida incluso por la ONU. Es una cifra muy baja si se
compara con los 34,5 millones de hectáreas que hay en ganadería, de las cuales
22 millones no son aptas para tal actividad. Si de La Habana sale —como debe
salir— un proyecto de reforma tributaria basada en renta presuntiva, esas
tierritas, que mucho le dolerían a Lafaurie, pasarían a otros usos:
reforestación natural o agricultura. O mejor aún si con ellas se crearan ZRC.
Más aún, hay 1,5 millones de hectáreas baldías susceptibles de ser entregadas a
campesinos.
La
oposición beligerante de los terratenientes, de sus socios políticos y de
algunos generales a este arreglo se basa en el hecho de que los campesinos
pueden organizarse al amparo de las ZRC y demandar sus derechos. Y votar, claro
está. En el fondo, es lo que temen. ¿Acaso no fue este miedo la razón para
liquidar a balazo limpio la Unión Patriótica? El Gobierno acepta las ZRC
siempre y cuando los campesinos sigan siendo votos cautivos de los gamonales y
no representen intereses políticos distintos. Altos funcionarios se erizan al
oír que las ZRC podrían llegar a ser entidades territoriales como son los
municipios, los resguardos indígenas y los territorios negros. Temen que los
intereses de campesinos, indígenas y negros compitan con los propios y deban
compartir con ellos el poder político. Si así se miran las cosas, no puede uno
dejar de preguntarse: ¿Qué está dispuesto a dar el Gobierno a cambio de la paz?
Todo indica que poco. O nada. ¿Será posible la paz en las condiciones en que
quiere dictarla el señor Lafaurie?
Tomado de:
http://www.elespectador.com/opinion...