Imperio del Vaticano |
Por Nikolai Malishevski
El hecho que en estos días emerjan revelaciones
sobre el papel del papado en Europa del Este no significa que esas operaciones
clandestinas sean cosa del pasado.
Un evento crucial en la historia moderna ocurrió en
la Ciudad de El Vaticano hace tres décadas, el 7 de junio de 1982, cuando el
presidente norteamericano Ronald Reagan –hijo de un irlandés devoto católico
romano—se reunió con el Papa Juan Pablo II, nacido en Polonia como Karol Józef
Wojtyla. La conversación que duró algo menos de una hora giró en torno a
Polonia y a la dominación soviética de Europa del Este. Al final, el presidente
norteamericano y el Papa llegaron a un acuerdo para “llevar a cabo una campaña
clandestina con el objeto de acelerar la disolución del imperio comunista”.
“Esta fue una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos,” señaló
Richard Allen, primer asesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan.
Para confirmar su fidelidad a la alianza, al día siguiente el presidente Reagan anunció una “cruzada” contra el “imperio del mal” en un discurso programático que pronunció en Londres. Su siguiente paso simbólico fue designar 1983 como el Año Bíblico durante el Desayuno de Oración Nacional. En respuesta, Juan Pablo II seguidamente invitó a 200 miembros de la Comisión Trilateral –casi el grupo parapolítico completo—al Vaticano. En general, la cruzada así lanzada se concibió como una reedición de la cruzada anti-eslava del año 1147 bendecida por el Papa Eugenio III.
Para confirmar su fidelidad a la alianza, al día siguiente el presidente Reagan anunció una “cruzada” contra el “imperio del mal” en un discurso programático que pronunció en Londres. Su siguiente paso simbólico fue designar 1983 como el Año Bíblico durante el Desayuno de Oración Nacional. En respuesta, Juan Pablo II seguidamente invitó a 200 miembros de la Comisión Trilateral –casi el grupo parapolítico completo—al Vaticano. En general, la cruzada así lanzada se concibió como una reedición de la cruzada anti-eslava del año 1147 bendecida por el Papa Eugenio III.
Polonia se convirtió en el país central de la intriga. Reagan y el Papa Juan
Pablo II compartieron la opinión que mediante un apoyo masivo al movimiento
Solidaridad, en ese momento prohibido en Polonia, Estados Unidos y el Vaticano
en conjunto serían capaces de derribar al gobierno polaco y arrancar al país
del Bloque Soviético. Se construyó una extensa red en Polonia para apuntalar a
Solidaridad y los recursos de la CIA, de la Agencia para el Desarrollo de la
Democracia (NED) y de los fondos secretos del Vaticano comenzaron a fluir a las
manos de la oposición en Polonia. Por el lado de EEUU, un papel clave en la
campaña fue asumido por el Director de la CIA, William Casey, y el ex
Comandante Supremo Aliado en Europa, Alexander Haig. Ambos eran conocidos como
Caballeros de Malta, además del hermano de este último que era un jesuita de
alto rango.
De hecho, el acuerdo estratégico entre EEUU y los servicios de inteligencia del
Vaticano fue zanjado por sus respectivos jefes, William Casey y Luigi Poggi,
semanas antes que Ronald Reagan –que en gran medida debía su victoria en la
carrera presidencial a la parte católica del electorado—tomase posesión como
presidente. Iniciándose a finales de 1980 los contactos en Polonia que fueron
mantenidos por Zbigniew Brzezinski y el jefe del Departamento de Propaganda del
Vaticano, Cardenal Józef Tomko. Este último presidía el Sodalitium Pianum, servicio
de contraespionaje del Vaticano, hasta que Juan Pablo II reunió a ambas
instituciones en una sola y nombró a Luigi Poggi como su jefe. La iglesia
católica romana y los sindicatos occidentales, norteamericanos y europeos
brindaron al “líder popular” Lech Walesa y a otros activistas de Solidaridad
orientación estratégica de acuerdo con los planes compartidos por el gobierno
de Reagan y el Vaticano. Walesa, dirigente que salía de una completa oscuridad
en esa época, llevaba solo unos meses empleado como electricista en los
Astilleros Gdansk, pero eso fue suficiente para crearle un perfil de
representante de los obreros salido de sus propias filas. Anteriormente, Walesa
y su familia no tenían trabajo conocido (un hecho punible en tiempos
soviéticos) y sobrevivía gracias al apoyo material de la iglesia católica
romana. El jefe del servicio de inteligencia del Vaticano supervisó
personalmente el trabajo de Walesa con la asistencia del cura jesuita polaco,
Kazimierz Przydatek.
La misión de Przydatek fue reunir a un grupo de curas polacos capaces de
mezclarse en los movimientos opositores prometedores, con especial atención en
Solidaridad. Diariamente, los curas convertidos en agentes recopilaron informes
sobre la base de discusiones con los obreros polacos y con sus colegas curas.
El cura Henryk Jankowski, preboste de la iglesia de Santa Brígida, a la cual
asistía Walesa, era uno de los mejor informados. Przydatek convenció a Walesa
de poner a Tadeusz Mazowiecki, editor jefe del boletín “Wiez” de la iglesia católica
romana y a Bronislaw Geremek, un historiador, en la dirección de Solidaridad.
Con su llegada –si es que se puede confiar en los investigadores
occidentales—Solidaridad quedó bajo el completo control de la Iglesia Católica
Romana.
Además de los informes enviados por los curas católicos romanos y dirigentes sindicales, Washington y el Vaticano recibieron valiosa información de parte de la quinta columna dentro del gobierno polaco y el Ministerio de Defensa.
Además de los informes enviados por los curas católicos romanos y dirigentes sindicales, Washington y el Vaticano recibieron valiosa información de parte de la quinta columna dentro del gobierno polaco y el Ministerio de Defensa.
Por
ejemplo, el Coronel R. Kuklinski, ayudante de W. Jaruzelski, fue un informante
de la CIA durante 11 años. El republicano Henry John Hyde, miembro del Comité
Selecto de la Cámara sobre Inteligencia, escribió más tarde: “en Polonia
hicimos todas las cosas que se hacen en un país donde se desea desestabilizar a
un gobierno comunista y fortalecer la resistencia, proporcionamos suministros y
la ayuda técnica en términos de periódicos clandestinos, radiodifusión,
propaganda, dinero, asistencia organizativa y asesoría. Y trabajando hacia el
exterior de Polonia, el mismo tipo de resistencia fue organizado en los otros
países comunistas de Europa”. Según una investigación publicada por Carl
Bernstein en The Times (“La Santa Alianza”) la embajada de EEUU en Varsovia se
convirtió en la principal estación de la CIA en el mundo comunista y en
general, la más efectiva. Luego de la declaración de la ley marcial en Polonia,
Casey desapareció de la escena y –como lo hizo en Centro América—se convirtió
en el principal arquitecto político. Mientras tanto, Pipes y el personal de la
NSC comenzaron a redactar propuestas para sanciones.
Así lo relata Bernstein: “El académico polaco-norteamericano R. Pipes, quien en
cierto momento de su carrera aportó análisis políticos a la CIA, explicó que
“el propósito fue drenar a los soviéticos y echarles la culpa a ellos por la
ley marcial… Las sanciones fueron coordinadas con la División de Operaciones
Especiales de la CIA (encargada de las operaciones encubiertas) y el primer
objetivo fue el de mantener a Solidaridad a flote suministrándole dinero,
comunicaciones y equipo.Cuando en Polonia estalló la crisis, Reagan ordenó de
inmediato poner permanentemente a disposición de Juan Pablo II todos los
informes pertinentes de inteligencia. Bernstein señala que “las decisiones más
importantes acerca de enviar ayuda a Solidaridad y responder a los gobiernos
polaco y soviético fueron tomadas por Reagan, Casey y Juan Pablo II…. Mientras
tanto, en Washington se desarrollaba una estrecha relación entre Casey, Clark y
el Arzobispo Laghi”.
Casi todo lo que tuviera que ver con Polonia era manejado fuera de los canales
normales del Departamento de Estado e iba directamente a Casey y Clark”, dijo
Robert McFarlane, quien fue asistente de Clark y Haig y posteriormente asesor
de Seguridad Nacional para el presidente. “Yo sabía que se estaban reuniendo
con Pío Laghi y que Pío Laghi había visitado al presidente”. El mismo Laghi
comenta que “mi papel consistía principalmente en facilitar las reuniones entre
Walters y el Santo Padre. El Santo Padre conocía a su gente. Se trataba de una
situación muy compleja –cómo insistir en los derechos humanos, la libertad
religiosa y mantener Solidaridad a flote sin provocar demasiado a las
autoridades comunistas. Yo le dije a Vernon, escuchen al Santo Padre. Ellos
tienen dos mil años de experiencia en esto”.
Los detalles sobre la “experiencia” merecen un vistazo más de cerca en este
contexto. El origen mismo del término “propaganda”, que significa una
combinación de esfuerzos informativos y ocasionalmente de otro tipo, apunta
hacia la expansión de la influencia y la autoridad y se puede rastrear hasta la
Iglesia Católica Romana. Se empleó por primera vez el 6 de enero del año 1622
cuando el Vaticano instituyó el primer “ministerio de la verdad” de la historia
–se trató de un departamento encargado de ampliar la influencia ideológica de
la Iglesia Católica Romana-. Este departamento, dedicado a la recopilación de
informes de inteligencia a través de Europa, empleó por primera vez el término
“propaganda.”
El Secretario de Estado Alexander Haig debe haber tenido razones de peso para
señalar que “las informaciones del Vaticano eran absolutamente mejores y más
rápidas que las nuestras en todos los sentidos”. El organizador y editor de las
publicaciones clandestinas de Solidaridad, Wojciech Adamiecki indicó que “la
asistencia de la iglesia fue fundamental, era un medio semi abierto y semi
secreto; abierto en cuanto a la ayuda humanitaria –por ejemplo, alimentos,
dinero, medicinas, consultas médicas realizadas en las iglesias—y secretas en
lo relacionado al apoyo a las actividades políticas: distribución de imprentas
de todo tipo, brindándonos lugares para realizar reuniones clandestinas y
organización de manifestaciones especiales”. Por cierto, la CIA compensó los
favores del Vaticano entregándole informes sobre intercepción de conversaciones
telefónicas en las cuales obispos y curas latinoamericanos criticaban a los
cardenales pro-estadounidenses del continente.
“Nuestra información sobre Polonia estaba muy bien fundada debido a que los
obispos estaban en contacto permanente con la Santa Sede y Solidaridad,”
enfatiza el Cardenal Silvestrini, Segundo Secretario de Estado del Vaticano en
esa época. Bernstein describe la situación de la siguiente manera: “Dentro de
Polonia, una red de curas llevaba y traía mensajes entre las iglesias donde
muchos de los dirigentes de Solidaridad estaban escondidos. Los principales
factores administrativos eran todos devotos católicos romanos: el jefe de la
CIA, William Casey, Allen, Clark, Haig, Walters y William Wilson, primer
embajador de Reagan ante el Vaticano”.
El hecho que en estos días emerjan estas revelaciones no significa que las
operaciones clandestinas que en último término dieron lugar a lo que el
presidente Vladimir Putin describiera como “la peor catástrofe geopolítica del
siglo XX” –el colapso de la Unión Soviética- sean cosa del pasado. La cruzada
continúa su camino.
Fundación de la Cultura Estratégica. Traducido para el CEPRID por María Valdés
Revista Cambio Total