Ariel
Goldstein / Miércoles 6 de marzo de 2013
Con
el deceso del líder indiscutido del proceso de profundas transformaciones que
experimentó la sociedad venezolana desde 1999, posiblemente experimentaremos la
importancia que poseen los relevos en la conducción de los procesos políticos.
Como el vicepresidente venezolano no tiene legitimidad electoral, pues es
nombrado por el presidente -en este caso Nicolás Maduro, quien fue canciller
durante el gobierno Chávez- la Constitución venezolana establece que debería
realizarse un llamado a nuevas elecciones en los próximos 30 días.
Hay
importantes posibilidades de que Maduro logre -en estas circunstancias donde
predominan la emotividad por la desaparición de un líder popular y carismático
inigualable, y luego del importante resultado en favor del gobierno de las
elecciones de medio término a fines del año pasado- encauzar al movimiento
venezolano detrás de sí, por su propia capacidad y por la unidad que brindan
estas tragedias políticas, conservando un importante capital electoral y
venciendo en las elecciones. Sin embargo, importantes desafíos sobrevendrán en
esta nueva campaña que enfrentará seguramente a Capriles Radonski, que ha
emergido -más allá de las tensiones internas opositoras- como líder de la Mesa
de Unidad Democrática con Nicolás Maduro, representando al Partido Socialista
Unido de Venezuela.
El
problema de la sucesión de un líder carismático resulta un problema fundante de
la sociología política, el cual fue planteado con amplitud por Max Weber.
Mientras que para algunos, la concentración del poder en el líder sería una
virtud, en tanto garantiza la unidad, para otros supone debilidades que horadan
la posible continuidad de los procesos políticos. En todo caso, la irremplazable
desaparición de Chávez del escenario venezolano revelará cuán importante o no
puede resultar la no institucionalización de un proceso político. Si bien es
posible admitir que las formas inorgánicas de la acción política suelen proveer
de mayor espontaneidad para acomodar las energías colectivas frente a las
encrucijadas coyunturales, cuando estas formas no institucionalizadas son
hegemónicas, se pueden generar dificultades para producir sedimentaciones
capaces de asegurar la continuidad de estos procesos. La singularidad
resultaría entonces de un proceso político donde la sucesión se produce como
resultado de la fatalidad y no de una decisión concebida como momento político
inherente al proceso.