Compartimos
la tristeza de un alma en el exilio. Esos recuerdos que quedan estampados
cuando vientos de odio arrancan las raíces y las desplazan, intempestivamente, hacia
otros puertos lejanos.
ANCLADO
Abel Samir
Lejos estoy de mi puerto,
allí me quedé anclado.
Y soñando cada día
con el canto de las aves
y el vaivén de los botes
en la sosegada bahía.
Siento...
en mi alma siento
el sabor de la sal
y la risa de los lobos
que graciosos se sumergen
detrás de los jureles
que apurados escapan
pegaditos a las piedras.
Aspiro el perfume de las algas,
mezclados con la brea
y con el petróleo de los barcos.
Escucho...
el chirrido de las poleas
de gigantescas grúas,
que contemplan impasibles
mis escarpados cerros.
Y contemplo los carnavales
y sus carros alegóricos
que simulan seres mitológicos
que nadie sabe...
si algún día existieron.
Ojos negros...
de muchachas morenas
que amé por las tardes
en las playas de conchillas;
playas blancas y crujientes
que parecían cascabeles
de voluptuosas bailarinas.
Soy un barco viejo
anclado en mi bahía,
escorado por el tiempo
y por los vaivenes de la vida.
Mi casco está horadado
haciéndose pedazos
por el paso del tiempo
y la pena que me embarga.
Penetra...
por la ventana de mi cuarto
la brisa embrujadora
que llega desde El Camino
y consigo trae el eco
de las olas...
y miles de aves marinas,
enzarzadas en sus luchas
con las escurridizas sardinas.
Una tarde, lejos en el tiempo
me alejé de mi puerto.
El tren subía... y subía
y allá abajo...
a los pies de mis cerros
las luces jugaban
con aguas oscuras y tranquilas.
Allí, dejé mi alma,
dibujada en las arenas
y grabada en las piedras,
en el viejo muelle de pasajeros
y en la playa de Bellavista.
Allí se quedaron...
los años de mi infancia,
y de mi adolescencia,
mis amores juveniles
y mi despertar a la vida.
Por eso sigo anclado
y anclado camino por la vida
como cualesquiera
de esos viejos buques
que esperan su desguace
y que descansan en la bahía.
Mis piernas cansadas
como sonámbulo me llevan
a lo ancho de este mundo
cargando con mi ancla
y por más que busco
y busco...
nada se parece a mi bahía,
ni a mis áridos cerros
ni a mis pozas cristalinas.
Cada día más profundas
de mi corazón
sangran esas heridas
cuando veo que se va
y se va...
sin retorno posible...
el inexorable paso del tiempo.
Y así, más agobiante
es el peso de mi ancla.
¡Y pesa... y pesa tanto!