Ciclo de Conferencias “Los retos de la humanidad:
la construcción social alternativa”. Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la Universidad
Nacional Autónoma de México, 23 al 25 de Octubre de 2012.
Autodestrucción
sistémica global,
insurgencias y utopías.
Jorge Beinstein
El fatalismo global abandona su máscara optimista
neoliberal de otros tiempos (que sobrevivió durante el primer tramo de la
crisis desatada en 2008) y va asumiendo un pesimismo no menos avasallador. En
el pasado los medios de comunicación nos explicaban que nada era posible hacer
ante un planeta capitalista cada día más próspero (aunque plagado de
crueldades), solo nos quedaba la posibilidad de adaptarnos, una ruidosa masa de
expertos avalaban las grandes consignas con argumentos científicos irrefutables (los críticos no podían hacerse oír frente a la
avalancha mediática). A eso se le llamó discurso único, aparecía como un formidable instrumento ideológico
y prometía acompañarnos durante varios siglos aunque duro unas pocas décadas y
se esfumó en menos de un lustro.
Ahora la reproducción ideológica del sistema
mundial de poder empieza a acudir a un nuevo fatalismo profundamente pesimista
basado en la afirmación de que la degradación social (desplegada como resultado
de 7a crisis”) es inevitable y se prolongará durante mucho
tiempo.
Como en el caso anterior los medios de
comunicación y su corte de expertos nos explican que nada es posible hacer más
que adaptarnos (nuevamente) ante fenómenos universales inevitables. Como
cualquier otra civilización, la actual en última instancia controla a sus
súbditos persuadiéndolos acerca de la presencia de fuerzas inmensamente
superiores a sus pequeñas existencias imponiendo el orden (y el caos) ante las
cuales deben inclinarse respetuosamente. El “mercado global”, “Dios” u otra
potencia de dimensión oceánica cumplen dicha función y sus sacerdotes,
tecnócratas, generales, empresarios o dirigentes políticos no son otra cosa que
ejecutores o intérpretes del destino lo que de paso
legitima sus lujos y abusos.
Así es como en Septiembre de 2012 Olivier
Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional anunciaba que “ia economía mundial necesitará por
lo menos diez años para salir de la crisis financiera que comenzó en 2008” (1). Según Blanchard el enfriamiento durable de
los cuatro motores de la economía global (Estados Unidos, Japón, China y la
Unión Europea) nos obliga a descartar cualquier esperanza en una recuperación
general a corto plazo. Aún más duro en agosto del mismo año el Banco Natixis
integrante de un grupo que asegura el financiamiento de aproximadamente el 20%
de la economía francesa publicaba un informe titulado “La crisis de la zona euro puede durar
veinte años” (2).
Nos encontramos ante un problema que
difícilmente puedan resolver las élites dominantes: la cultura moderna es hija
del mito del progreso, una y otra vez pudo cautivar a los de abajo con la
promesa de un futuro mejor en este mundo y al alcance de la mano,
eso la diferencia de experiencias
históricas anteriores. Las épocas de penuria son siempre descriptas como
provisorias preparatorias de un gran salto hacia tiempos mejores. La
reconversión de la cultura dominante en un pesimismo de larga duración aceptado
por las mayorías no parece viable, por lo menos es de muy difícil realización
exitosa no solo en los países ricos sino también en la periferia sobre todo en
las llamadas sociedades emergentes. Solo poblaciones radicalmente degradadas
podrían aceptar pasivamente un futuro negro sin salida a la vista, las élites
imperialistas golpeadas, desestabilizadas por la decadencia económica, sin
proyectos de integración social podrían encontrar en la degradación integral de
los de abajo (sus pobres internos y los pueblos periféricos) una riesgosa
alternativa posible de supervivencia sistémica.
Autodestrucción.
El capitalismo como civilización ha ingresado en
un período de declinación acelerada, una primera aproximación al tema muestra
que nos encontramos ante el fracaso de las tentativas de superación financiera
de la crisis que se desató en 2008 aunque una evaluación más profunda nos
llevaría a la conclusión de que el objetivo anunciado por los gobiernos de los
países ricos (la recomposición de la prosperidad económica) ocultaba el
verdadero objetivo: impedir el derrumbe de la actividad financiera que había
sido la droga milagrosa de las economías centrales durante varias décadas.
Desde ese punto de vista la estrategias aplicadas fueron exitosas, consiguieron
aplazar durante cerca de un lustro un desenlace que se acercaba velozmente
cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria norteamericana.
Una visión más amplia nos estaría indicando que
lo ocurrido en 2008 fue el resultado de un proceso iniciado entre fines de los
años 1960 y comienzos de los años 1970 cuando la mayor crisis económica de la
historia del capitalismo no siguió el camino clásico (tal como lo mostró el siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX)
con gigantescos derrumbes empresarios y una rápida mega avalancha de desempleo
en las potencias centrales, sino que fue controlada gracias a la utilización de
poderosos instrumentos de intervención estatal en combinación con reingenierías
tecnológicas y financieras de los grandes grupos económicos.
Esa respuesta no permitió superar las causas de
la crisis, en realidad las potenció hasta niveles nunca antes alcanzados
desatando una ola planetaria de parasitismo y de saqueo de recursos naturales
que ha engendrado un estancamiento productivo global en torno del área imperial
del mundo imponiendo la contracción económica del sistema no como fenómeno
pasajero sino como tendencia de larga duración.
Se trata de un complejo proceso de decadencia,
basta con repasar datos tales como el del volumen de la masa financiera
equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial y su pilar principal: el
super endeudamiento público-privado en los países ricos que bloquea la
expansión del consumo y la inversión, el de la declinación de los recursos
energéticos tradicionales (sin reemplazo decisivo cercano) o el de la
destrucción ambiental. Y también el de la transformación de las élites
capitalistas en un entramado de redes mafiosas que marca con su sello a las
estructuras de agresión militar convirtiéndolas en una combinación de
instrumentos formales
(convencionales) e informales donde
estos últimos van predominando a través de una inedita articulación de bandas
de mercenarios y manipulaciones mediáticas de alcance global, “bombardeos
humanitarios” y otras acciones inscriptas en estrategias de desestabilización
integral apuntando hacia la desestructuración de vastas zonas periféricas.
Afganistán, Iraq, Libia, Siria... México ilustran acerca del futuro burgués de
las naciones pobres.
El área imperial del sistema se degrada y al
mismo tiempo intenta degradar, caotizar al resto del mundo cuando pretende
controlarlo, superexplotarlo. Es la lógica de la muerte convertida en pulsión
central del capitalismo devenido senil y extendiendo su manto tanático (su cultura final) que es en última instancia
autodestrucción aunque pretende ser una constelación de estrategias de
supervivencia.
Cada paso de las potencias centrales hacia la
superación de su crisis es en realidad un nuevo empujón hacia el abismo. Los
subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin
lograr la recomposición durable de la economía y cuando luego tratan de frenar
dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al tiempo que aplastan
salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el
estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los
recursos fiscales y eternizan el peso de las deudas. Frente al desastre
impulsado por las mafias financieras se alza un coro variopinto de neoliberales
moderados, semikeynesianos, regulacionistas y otros grupos que exigen suavizar
los ajustes y alentar la inversión y el consumo... es decir seguir inflando las
deudas públicas y privadas... hasta que se recomponga un supuesto circulo
virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y
restablecer la prosperidad... a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en
Europa) responden que los estados, las empresas y los consumidores están
saturados de deudas y que el viejo camino de la exuberancia
monetaria-consumista ha dejado de ser transitable. Ambos bandos tienen razón
porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo, en
realidad el sistema es inviable.
Las agresiones imperiales cuando consiguen
derrotar a sus “enemigos” no logran instalar sistemas coloniales o semi
coloniales estables como en el pasado sino que engendran espacios caóticos. Es
así porque la economía mundial en declive no permite integrar a las nuevas
zonas periféricas sometidas, los espacios conquistados no son absorbidos por
negocios productivos o comerciales medianamente estables de la metrópolis sino
saqueados por grupos mafiosos y a veces simplemente empujados hacia la
descomposición. Mientras tanto los gastos militares y paramilitares de los
Estados Unidos, el centro hegemónico del capitalismo, incrementan su déficit
fiscal y sus deudas.
Queda así al descubierto un aspecto esencial del
imperialismo del siglo XXI mutando hacia una dinámica de desintegración general
de alcance planetario. Esto es advertido no solo por algunos partidarios del
anticapitalismo sino desde hace un cierto tiempo por un número creciente de “prestigiosos”(mediáticos)
defensores del sistema como el gurú financiero Nuriel Roubini cuando proclamaba
hacia mediados de 2011 que el capitalismo había ingresado en un período de
autodestrucción (3).
Es un lugar común la afirmación de que el
capitalismo no se derrumbará por si solo sino que es necesario derribarlo, por consiguiente quienes señalan la tendencia
hacia la autodestrucción del
sistema son acusados de
ignorar sus fortalezas y sobre todo de fomentar la pasividad o las ilusiones
acerca de posibles “victorias fáciles” que desarman, distraen a los que luchan por un mundo mejor.
En realidad ignorar o subestimar el carácter
autodestructivo del capitalismo global del siglo XXI significa desconocer o
subestimar fenómenos que sobredeterminan su funcionamiento como la hegemonía
del parasitismo financiero, la catástrofe ecológica en curso, la declinación de
los recursos naturales especialmente los energéticos catalizada por la dinámica
tecnológica dominante, la incapacidad de la economía mundial para seguir
creciendo lo que la lleva a acelerar la concentración de riquezas y la
marginación de miles de millones de seres humanos que 11están de más”desde el punto de vista de la reproducción del
sistema. En suma el ingreso a una era marcada por la reproducción ampliada
negativa de las fuerzas productivas de la civilización burguesa amenazando a
largo plazo la supervivencia de la mayor parte de la especie humana.
Presenciamos entonces una subestimación de
apariencia voluntarista que oculta la devastadora radicalidad de la decadencia
y en consecuencia la necesidad de la irrupción de un voluntarismo insurgente
(anticapitalista) capaz de impedir que el derrumbe nos sepulte a todos. Dicho
de otra manera no nos encontramos ante una “crisis cíclica” con alternativas de recomposición de una nueva
prosperidad burguesa aunque sea elitista sino ante un proceso de degeneración
sistémica total.
La historia de las civilizaciones nos recuerda
numerosos casos (empezando por el del Imperio Romano) donde la hegemonía
civilizacional que conseguía reproducirse en medio de la decadencia anulaba las
tentativas superadoras engendrando descomposiciones que incluían a víctimas y a
verdugos.
La contrarrevolución ideológica que dominó la
post guerra fría acunó a una suerte de marxismo conservador que caricaturizó la teoría de la crisis de Marx reduciéndola a una
sucesión infinita de “crisis cíclicas” de las que el capitalismo conseguía siempre salir gracias a la
explotación de los trabajadores y de la periferia, el ogro era denunciado
quedando demostrado una vez más quien era el
villano del film.
Pero la historia no se repite, ninguna crisis
cíclica mundial se parece otra y todas ellas para ser realmente entendidas
deben ser incluidas en el recorrido temporal del capitalismo, en su gran y
único súper ciclo, es lo que nos permite por ejemplo distinguir a las crisis
cíclicas de crecimiento, juveniles del siglo XIX de las crisis seniles de
finales del siglo XX y del siglo XXI.
Por otra parte es necesario descartar la idea
superficial de que la autodestrucción del sistema equivale al suicidio
histórico aislado de las élites globales liberando automáticamente de sus
cadenas al resto del mundo que un buen día descubre que el amo ha muerto y
entonces da rienda suelta a su creatividad. Es el mundo burgués en su totalidad
el que ha iniciado su autodestrucción y no solo sus élites, es toda una
civilización con sus jerarquías y mecanismos de reproducción simbólica,
productiva, etc. que llega a su techo histórico y comienza a contraerse, a
desordenarse pretendiendo arrastrar a todos sus integrantes, centro y
periferia, privilegiados y marginales, opresores y oprimidos... el naufragio
incluye a todos los pasajeros del barco.
La autodestrucción aparece como la culminación de
la decadencia y abarca al conjunto de la civilización burguesa no como un
fenómeno “estructural” sino como totalidad histórica con todas sus
herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales,
religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etc. Se trata de la etapa
descendente de un prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de
doscientos años precedido por una prolongada etapa preparatoria y que llegó a
asumir una dimensión planetaria.
Decadencia general, mucho más que “crisis” (las crisis que se van sucediendo aparecen como
turbulencias, sacudones en el recorrido de la enfermedad), el fenómeno incluye
a las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrollada”,
rica) y la periférica (“subdesarrollada”, globalmente pobre, “emergente” o
sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema).
Los primeros años posteriores a la ruptura de
2008 mostraron el comienzo del fin de la prosperidad de las economías
dominantes mientras un buen número de países periféricos seguían creciendo
sobre todo China en torno de la cual se tejieron ilusiones acerca de una
recomposición mundial del capitalismo a partir del subdesarrollo convertido en
avalancha industrial-exportadora. Pero la expansión de la economía china
dependía del poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos,
Japón y la Unión Europea, como ya se pudo ver en 2012 el desinfle de esos
compradores desinfla al engendro industrial exportador de la periferia (el
negocio de la superexplotación de la mano de obra barata china encuentra
límites significativos). En síntesis: no hay ningún desacople capitalista
posible de la declinación mundial del sistema.
La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde fines
del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros
años del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos
en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto
del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando
a los rivales que aparecían al interior de Occidente, Francia fue desplazada a
comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera mitad del siglo XX.
El sello occidental del capitalismo viene dado no
solo por factores económicos y militares sino por un conjunto más vasto de
aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia, perfiles
tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado como
despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del
imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin
reemplazante a la vista expresa la desarticulación del capitalismo en tanto
sistema global que debe ser entendida no solo como desestructuración política y
militar sino también cultural en el sentido amplio del concepto, es la historia
de una civilización que entra en el ocaso.
Dicho de otra manera, la reproducción ampliada
universal pero no occidentalista del capitalismo es una ilusión sin asidero
histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco
del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de
esa época acerca de “Japón primera potencia mundial del siglo XXI” seguidos hasta hace poco por especulaciones no
menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia
capitalista del planeta.
Es posible señalar fenómenos que
marcan a la declinación sistémica. Uno de ellos es el de la hipertrofia
financiera que como sabemos se fue expandiendo mientras descendían las tasas de
crecimiento del Producto Bruto Mundial desde los años 1970. Cuando estalló la
crisis de 2008 la masa financiera global equivalía aproximadamente a unas
veinte veces el PBM. Su columna vertebral visible, los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea representaban
en Junio de 2008 11,7 veces el PBM (contra 2,5 veces en Junio de 1998, 3,9
veces en Junio de 2002, 5,5 veces en Junio de 2004, 7,8 veces en Junio de
2006). Pero desde mediados de 2008 esa masa dejó de crecer tanto en su relación
con el PBM como en términos absolutos, había llegado en ese momento a unos 683
billones (millones de millones) de dólares nominales, alcanzó los 703 billones
en Junio de 2011 bajando a 647 billones en diciembre de 2011 (4).
Nos encontramos ahora ante un fenómeno de
agotamiento financiero, en el pasado (posterior de los años 1970) la expansión
de las deudas de los estados, las empresas y los consumidores permitió crecer a
las economías de los países ricos pero el endeudamiento fue llegando al límite mientras
allí se saturaban importantes mercados (como los del automóvil y otros bienes
durables). Deudas, consumos tradicionales y parasitarios, redes comerciales,
etc. en torno de los cuales se inflaban las actividades especulativas
alcanzaron su frontera hacia 2007-2008, la droga había terminado por agotar la
dinámica capitalista y al decaer los clientes se estancaron los negocios de los
dealers es decir del espacio hegemónico del sistema.
El capitalismo financierizado, resultado de una
prolongada crisis de sobreproducción potencial controlada pero no resuelta,
parásito cada día más voraz, finalmente agotó a su víctima y al hacerlo bloqueó
su propia expansión.
Visto de otra manera, la reproducción
ampliada del capitalismo atravesando exitosamente una larga sucesión de crisis
de sobreproducción dio finalmente alas al hijo de uno de sus padres fundadores:
las finanzas, lo hizo para sobrevivir, porque sin esa droga no habría podido
salir del atolladero de los años 1970-1980, iniciado el camino quedó atrapado para
siempre, más difícil era el crecimiento más droga necesitaba el adicto y
después de cada breve ola de prosperidad económica global (su euforia efímera)
llegaba el estado depresivo que reclamaba más droga, las tasas de crecimiento
zigzageaban en torno de una linea de tendencia descendente y la masa financiera
mundial se expandía en progresión geométrica. La fiesta terminó en 2008.
Otro fenómeno importante es el del bloqueo
energético, el capitalismo industrial pudo despegar hacia finales del siglo
XVIII porque la Europa imperial agregó a la explotación colonial y a la
desestructuración de su universo rural (que le proporcionó mano de obra
abundante y barata) un proceso de emancipación productiva respecto de las
limitadas y caras fuentes energéticas convencionales como la corrientes de los
ríos que permitían el funcionamiento de los molinos, la madera de los bosques y
la energía animal. La solución fue el carbón mineral y en torno del mismo la
ampliación sin precedentes de la explotación minera, su polo dinámico fue el
capitalismo inglés.
La depredación creciente de recursos naturales
atravesó a todos los modelos tecnológicos del capitalismo y si consideramos a
la totalidad del ciclo industrial (entre fines del siglo XVIII y la actualidad)
podríamos referirnos al sistema tecnológico de la civilización burguesa basado en la disociación cultural del hombre y
la “naturaleza” asumiendo a esta última como universo hostil,
objeto de conquista y pillaje.
Al auge del carbón mineral del siglo XIX le
sucedió el del petróleo en el siglo XX y hacia comienzos del siglo XXI ha sido
agotada aproximadamente la mitad de la reserva original de ese recurso. Eso
significa que ya nos encontramos en la zona calificada como cima o nivel máximo
posible de extracción petrolera a partir de la cual se extiende un inevitable
descenso extractivo, desde mediados de la década pasada ha dejado de crecer la
extracción de petróleo crudo.
Suponiendo la existencia de reemplazos
energéticos viables a gran escala y a largo plazo cuando aceptamos las promesas
tecnológicas del sistema (para un futuro incierto) y los los introducimos en el
mundo real con sus ritmos de reproducción económica concretos a mediano y corto
plazo nos encontramos ante un bloqueo energético insuperable. Si pensamos en lo
que resta de la década actual comprobaremos que no aparecen reemplazos
energéticos capaces de compensar la declinación petrolera.
Dicho de otra manera, el precio del petróleo
tiende a subir y la especulación financiera en torno del producto lo empuja aún
más hacia arriba, además alguna aventura militar occidental como por ejemplo un
ataque israelí-estadounidense contra Irán y el consiguiente cierre del estrecho
de Ormuz llevarían el precio a las nubes. Todo ello significa que los costos
energéticos de la economía se han convertido en una factor decisivo limitante
de su expansión y en algún escenario turbulento causarían una contracción
catastrófica de las actividades económicas a nivel global .
No se trata solo del petróleo sino de un amplio
abanico de recursos mineros que se encuentran en la cima de su explotación,
cerca de la misma o ya en la etapa de extracción declinante (5) afectando a la
industria y a la agricultura, por ejemplo la declinación de la producción
mundial de fosfatos, componente esencial para la producción de alimentos, desde
hace algo más de dos décadas (6).
Pasamos entonces del tema del bloqueo
energético a otro más vasto, el del bloqueo de los recursos mineros en general
y de allí al del sistema tecnológico de la civilización burguesa que lo ha
engendrado. En dicho sistema tenemos que incluir a sus materias primas básicas,
sus procedimientos productivos y su respaldo técnico-científico, su dinámica y
estilo de consumo civil y de guerra, etc., es decir al capitalismo como
civilización.
Asistimos ahora a la búsqueda vertiginosa de “reemplazos”
energéticos, de diversos minerales, etc., destinados a seguir alimentando una
estructura social decadente cuya dinámica de reproducción nos dice que más de
la mitad de la humanidad “está de más” y que en consecuencia la “civilización” ha marcado un camino futuro habitado por una
sucesión de mega genocidios.
Pero la decadencia nos lleva a pensar
que todos esos “recursos necesarios” para el sostenimiento de sociedades y élites parasitarias no son
necesarios en otro tipo de civilización o por lo menos lo son en volúmenes
mucho más reducidos. No están de más los pobres y excluidos del planeta, está
de más el capitalismo con sus objetos de consumo lujoso, sus sistemas
militares, su despilfarro obsceno.
Es posible describir el trayecto de algo más de
cuatro décadas que ha conducido a la situación actual. En el comienzo entre
aproximadamente 1968 y 1973 nos encontramos ante un gran crisis de
sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado no derivó en
un derrumbe generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al el
estilo “clásico” sino en una complejo proceso de control de la crisis que
incluyó instrumentos de intervención pública destinados a sostener la demanda,
la liberalización de los mercado financieros, esfuerzos tecnológicos y
comerciales de las grandes empresas. Y también la ampliación del espacio del
sistema, por ejemplo integrando a la ex Unión Soviética como proveedora de gas
y petróleo y a China como proveedora de mano de obra industrial barata.
Los cambios no se produjeron de manera instantánea
sino gradualmente en respuesta a las sucesivas coyunturas pero finalmente se
conviertieron en un nuevo modelo de gestión del sistema llamado neoliberalismo girando en torno de tres orientaciones decisivas
marcadas por el parasitismo: la financierización de la economía, la
militarización y el saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financierización concentró
capitales parasitando sobre la producción y el consumo, la incorporación de
centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas periféricas y el
saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída de los
beneficios industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es
el ahogo financiero del sistema, la degradación ambiental y el comienzo de la
declinación de la explotación de numerosos recursos naturales tanto los no
renovables como los renovables (al ser quebrados sus ciclos de reproducción).
Finalmente la crisis de sobreproducción
controlada engendra una crisis prolongada de subproducción que está dando ahora
sus primeros pasos. El sistema encuentra “ barreras físicas” para la reproducción ampliada de sus fuerzas
productivas, los recursos naturales declinan, no se trata de “fronteras exógenas”, de bloqueos causados por fuerzas sobrehumanas
sino de autobloqueos, de los efectos de la actividad productiva del
capitalismo, prisionero de un sistema tecnológico muy dinámico basado en la
explotación salvaje de la naturaleza y en la expansión acelerada de las masas
proletarias del planeta (poblaciones miserables de la periferia, obreros
pobres, campesinos sumergidos, marginales de todo tipo, etc.).
Asistimos entonces a la paradoja de industrias
como la automotriz con altos niveles de capacidad productivas ociosa, si por
alguna magia de los mercados esas empresas llegan a encontrar demandas
adicionales significativas se producirían saltos espectaculares en los precios
de una amplia variedad de materias primas, por ejemplo el petróleo, que
anularían dichas demandas.
No estamos pasando del crecimiento al estancamiento,
esté último no es más que el transito hacia la contracción, más o menos rápida,
más o menos caótica del sistema, hacia la reproducción ampliada negativa de las
fuerzas productivas al ritmo de la concentración de capitales, la marginación
social y el agotamiento de los recursos naturales. No tiene porque ser un
proceso de declinación inexorable de la especie humana, se trata de la
decadencia de una civilización, de sus sistemas productivos y perfiles de
consumo.
De este proceso forma parte la mutación del
núcleo dirigente del capitalismo mundial en un conglomerado de redes
parasitarias mafiosas una de cuyas características psicológicas es la del
acortamiento temporal de expectativas, cortoplacismo que junto a otras
perturbaciones lo conduce hacia una creciente crisis de percepción de la
realidad. El negocio financiero en tanto cultura hegemónica del mundo
empresario, el gigantismo tecnológico (especialmente su capítulo militar), la
súper concentración económica y otros factores convergentes impulsan esta
desconexión psicológica liberando una amplia variedad de proyectos irracionales
que sirven como apoyatura de políticas económicas, sociales, comunicacionales,
militares, etc (el cuerpo parasitario engorda y la mente racional del obeso se
contrae). La élite global dominante (imperialista) se va convirtiendo en un
sujeto extremadamente peligroso empecinado en el empleo salvador de lo que
considera su instrumento imbatible: el aparato militar (aunque experiencias
concretas como en el pasado su derrota en Vietnam y actualmente el
empantanamiento en Afganistan demuestran lo contrario).
Es posible abordar la historia de la civilización
burguesa, su gestación, ascenso y decadencia, desde tres visiones de largo
plazo.
La primera de ellas enfoca una trayectoria de
aproximadamente quinientos años. Arranca a entre fines del siglo XV y comienzos
del siglo XVI europeo con la conquista de América y el pillaje de sus riquezas
generando un derrame de oro y plata sobre las sociedades imperiales europeas
impulsando su expansión económica y transformación burguesa.
Luego del primer atracón (siglo XVI) llegó el
tiempo de la digestión y de la desestructuración de los bloqueos
precapitalistas y de la emergencia de embriones sólidos del estado y de la
ciencia modernos y de núcleos capitalistas emergentes, todo ello expresado como
“larga crisis del siglo XVII”.
Al comenzar el siglo XVIII esas
sociedades ya estaban culturalmente preparadas para la gran aventura capitalista. Su despegue estuvo
marcado por una crisis de mediana duración entre fines del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX marcada por la revolución industrial inglesa, la
revolución francesa y las guerras napoleónicas. Fue atravesando todo el siglo
XIX al ritmo de las expansiones coloniales y neocoloniales y las
tranformaciones industriales y políticas.
En torno del año 1900 el capitalismo,
con centro en Occidente había establecido su sistema imperial a nivel
planetario. Hasta llegar a la primera guerra mundial que señala el fin de la
juventud del sistema y el inicio de una nueva crisis de mediana duración entre
1914 y 1945, punto de inflexión entre la etapa juvenil ascendente y una era de
turbulencias que empiezan a mostrar los límites históricos de un sistema que
dispone de recursos (financieros, tecnológicos, naturales, demográficos,
militares) como para prolongar su existencia en medio de amenazas como la
aparición de la Unión Soviética, luego la revolución china, etc.
Y
despues de una
recomposición que trae la prosperidad a un capitalismo amputado, acosado (entre
fines de los años 1940 y fines de los años 1960) el sistema ingresa en una
crisis larga (que consigue atrapar a los grandes ensayos protosocialistas: la
URSS y China) que se prolonga hasta el presente. Esta última etapa, que ya dura
más de cuatro décadas se caracteriza por el descenso gradual zigzageante y
persistente de las tasas globales de crecimiento económico sobredetermido por
la desaceleración de las economías imperialistas (en primer lugar los Estados
Unidos) y por el incremento de las más diversas formas de parasitismo
(principalmente el financiero).
En esta etapa es posible distinguir un primer
período entre 1968-1973 y 2007-2008 de desaceleración relativamente lenta, de
pérdida gradual de dinamismo y un segundo período (en el que nos encontramos)
de agotamiento del crecimiento apuntado hacia la contracción general del
sistema.
En síntesis: a partir del primer impulso colonial
exitoso (en el siglo XVI, el anterior: las Cruzadas había fracasado) es posible
hacer girar la historia de la civilización burguesa en torno de cuatro grandes
crisis; la larga crisis del siglo XVII vista como etapa preparatoria del gran
salto, la crisis de mediana duración de nacimiento del capitalismo industrial
(fines del siglo XVIII - comienzos del siglo XIX), una segunda crisis de
mediana duración (19141945) seguida por una prosperidad de aproximadamente un
cuarto de siglo y finalmente una nueva crisis de larga duración (que se inicia
hacia fines de los años 1960) de decadencia del sistema, suave primero y
acelerada desde fines de la primera década del siglo XXI.
Un segundo enfoque restringido a un poco más de
doscientos años arranca con la revolución industrial inglesa, la Revolución
Francesa, la independencia de los Estados Unidos, las guerras napoleónicas y
otros acontecimientos que señalan el inicio del capitalismo industrial
consolidándose en una larga etapa juvenil del sistema abarcando la mayor parte
del siglo XIX. Las turbulencias son cortas, las crisis de sobreproducción
siguiendo el modelo desarrollado por Marx son “crisis de crecimiento” del
sistema que van acumulando heridas, deformaciones, problemas que terminan por
provocar el gran desastre de 1914. Karl Polanyi se refiere a rol de la cúpula
financiera europea en el mantenimiento de equilibrios económicos y políticos,
en esa élite está la base de la futura hipertrofia financiera de finales del
siglo XX (6).
Luego de la etapa juvenil se desarrolla un
período de madurez signado por guerras, fuertes depresiones y una prosperidad
de mediana duración (1945-1970).
Con la crisis de los años 1970, el fin del patrón
dólar-oro, la derrota norteamericana en Vietnam, la estanflación y los dos
shocks petroleros, etc., el capitalismo entra en su vejez que deriva en
senilidad. El concepto de “capitalismo senil” fue introducido por Roger
Dangeville hacia finales de los años 1970 señalando que desde ese momento el
sistema devenía senil (8), se desagregaba, perdía el rumbo. En realidad la senilidad
del sistema se hace evidente tres décadas después, a partir del estampido
financiero-energético- alimentario de 2008 cuando se acelera el descenso del
crecimiento hasta acercarnos ahora a crecimientos iguales a cero o negativos en
el conjunto de la zona central del capitalismo y cuando el motor financiero se
ha estancado apuntando a la caída.
Un tercer enfoque de desagregación del superciclo
en “ciclos parciales” permite detallar fenómenos decisivos de la
historia del sistema. Es necesario limitar los aspectos de autonomía de esos “ciclos”
haciéndolos interactuar entre si y refiriéndolos siempre a la totalidad
sistémica.
El crepúsculo del sistema arranca con las
turbulencias de 2007-2008, la multiplicidad de “crisis” que estallaron en ese
período (financiera, productiva, alimentaria, energética) convergieron con
otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio
empantanado en las guerras asiáticas.
El cáncer financiero irrumpió triunfal entre
fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y obtuvo el control absoluto del
sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había comenzado mucho
tiempo (varios siglos) antes financiando estados imperiales donde se expandían
las burocracias civiles y militares al ritmo de las aventuras coloniales-
comerciales y luego también a negocios industriales cada vez más concentrados.
La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió
para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo a la inversa de
las civilizaciones anteriores no acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas
que al expandirse creaban problemas de adaptación superables al interior del
sistema mundial, resueltos a través de procesos de “destrucción-creadora”.
Por su parte el militarismo moderno hunde sus
raíces más fuertes en el siglo XIX occidental, desde las guerras napoleónicas,
llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera Guerra
Mundial como “Complejo
Militar-Industrial” (aunque es posible encontrar antecedentes importantes en
Occidente en las primeras industrias de armamentos de tipo moderno
aproximadamente a partir del siglo XVI). Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de
las estrategias imperialistas y más adelante como reactivador económico del
capitalismo. Solo se veían ciertos aspectos del problema pero se ignoraba o
subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del
monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo
mucho más poderoso: el del consumo improductivo, causante de déficits públicos
que no incentivan la expansión sino el estancamiento o la contracción de la
economía.
Actualmente el Complejo Militar-Industrial
norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN)
gasta en términos reales más de un billón (un millón de millones) de dólares,
contribuye de manera creciente al déficit fiscal y por consiguiente al
endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros
beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante pero su
burocracia es cada vez mayor, la corrupción ha penetrado en todas sus
actividades, ya no es el gran generador de empleos como en otras épocas, el
desarrollo de la tecnología industrial- militar ha reducido significativamente
esa función. La época del keynesiamismo militar como eficaz estrategia
anti-crisis pertenece al pasado.
Presenciamos actualmente en los Estados Unidos la
integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes
financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las “empresas”
de seguridad y otros actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante
del sistema de poder imperial. La historia de las decadencias de civilizaciones,
por ejemplo la del Imperio Romano muestran que ya comenzada la declinación
general y durante un largo período posterior la estructura militar se sigue
expandiendo sosteniendo tentativas desesperas e inútiles de preservación del
sistema.
En consecuencia la decadencia general y la
exacerbación de la agresividad militarista del Imperio podrían llegar a ser
perfectamente compatibles, de allí se deriva la conclusión de que al escenario
previsible de desintegración mas o menos caótica de la superpotencia deberíamos
agregar otro escenario no menos previsible de declinación sanguinaria,
guerrerista.
Tampoco la crisis energética en torno de la
llegada del “Peak Oil” debería ser restringida a la historia de las
últimas décadas, es necesario entenderla como fase declinante del largo ciclo
de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables. Ese ciclo
energético bisecular condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y
expresó, fue la vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida
al conjunto de recursos naturales y del ecosistema en general.
Lo que durante casi dos siglos fue considerado
como una de las grandes proezas de la civilización burguesa, su aventura
industrial y tecnológica, aparece ahora como la madre de todos los desastres,
como una expansión depredadora que pone en peligro la supervivencia de la
especie humana.
En síntesis, el desarrollo de la civilización
burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental
mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de
decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria están en la
base del fenómeno.
Existe una interrelación dialéctica perversa
entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la
multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control
social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea
parasitaria y la depredación del ecosistema.
Las revoluciones tecnológicas del capitalismo han
sido en apariencia sus tablas de salvación, así fue durante mucho tiempo
incrementando la productividad industrial y agraria, mejorando las
comunicaciones y los transportes, pero en el largo plazo histórico, en el
balance de varios siglos constituyen su trampa mortal, han terminado por
degradar el desarrollo que han impulsado al estar estructuralmente basadas en
la depredación ambiental, al generar un crecimiento exponencial de masas
humanas súper explotadas y marginadas.
El progreso técnico integra así el proceso de
autodestrucción general del capitalismo (es su columna vertebral) en la ruta
hacia un horizonte de barbarie. No se trata de la incapacidad del actual
sistema tecnológico para seguir desarrollando fuerzas productivas sino de su
alta capacidad en tanto instrumento de destrucción neta de fuerzas productivas.
Se confirma así el sombrío pronóstico formulado por Marx y Engels en pleno auge
juvenil del capitalismo: “Dado un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas,
aparecen fuerzas de producción y de medios de comunicación tales que, en las
condiciones existentes solo provocan catástrofes, ya no son más fuerzas de
producción sino de destrucción” (9).
En fin, el ciclo histórico iniciado
hacia fines del siglo XVIII contó con dos grandes articuladores hoy
declinantes: la dominación imperialista anglo-norteamericano (etapa inglesa en
el siglo XIX y norteamericana en el siglo XX) y el ciclo del estado burgués
desde su etapa “liberal industrial” en el siglo XIX, pasando por su etapa
intervencionista productiva (keynesiana clásica) en buena parte del siglo XX
para llegar a su degradación “neoliberal” a partir de los años 1970-1980.
Capitalismo mundial, imperialismo y predominio
anglo-norteamericano constituyen un solo fenómeno, una primera conclusión es
que la articulación sistémica del capitalismo aparece históricamente
indisociable del articulador imperial (historia imperialista del capitalismo).
Una segunda conclusión es que al ser cada vez más evidente que en el futuro previsible
no aparece ningún nuevo articulador imperial ascendente a escala global
entonces desaparece del futuro una pieza decisiva de la reproducción
capitalista global a menos que supongamos el surgimiento de una suerte de mano invisible universal (y burguesa) capaz de imponer el orden
(monetario, comercial, político-militar, etc.). En ese caso estaríamos
extrapolando al nivel de la humanidad futura la referencia a la mano invisible
(realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la teoría económica
liberal.
La declinación imperial de Occidente incluye la
de su soporte estatal abarcando una primera etapa (neoliberalismo) marcada por
el endeudamiento público, el sometimiento del estado a los grupos financieros,
la concentración de ingresos, la elitización y pérdida de representatividad de
los sistemas políticos y una segunda etapa de saturación del endeudamiento
público, enfriamiento económico y crisis de legitimidad del estado.
El colonialismo-imperialismo y el estado moderno
han sido en términos históricos pilares esenciales de la construcción de la
civilización burguesa. Sobre los antecedentes coloniales del capitalismo no hay
mucho más que agregar. Respecto de la relación estado-burguesía es evidente
sobre todo a partir del siglo XVI en Europa la estrecha interacción entre ambos
fenómenos, no es posible entender el ascenso del estado moderno sin el respaldo
financiero y de toda la articulación social emergente de la naciente burguesía
cuyo nacimiento y consolidación hubieran sido imposibles sin el aparato de
coerción y el espacio de negocios ofrecido por las monarquías militaristas. Y
tambien es necesario tomar en cuenta el mutuo respaldo legitimador, cultural,
social que permitió a ambos crecer, transformarse hasta llegar a la
instauración del capitalismo industrial y su contraparte estatal, la historia
de la modernidad nos sugiere tratarlos como partes de un único sistema
(heterogéneo) de poder.
Hacia el final, en la fase descendente del
capitalismo sesgada por la financierización integral de la economía, el Estado
(en primer lugar los estados de las grandes potencias) también se financieriza,
se va convirtiendo en una estructura parasitaria (una componente de las redes
parasitarias), entra en decadencia.
La convergencia de numerosas “crisis”
mundiales puede indicar la existencia de una perturbación grave pero no
necesariamente el despliegue de un proceso de decadencia general del sistema.
La decadencia aparece como la última etapa de un largo súper ciclo histórico,
su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad). Extremando
los reduccionismos tan practicados por las “ciencias sociales” podríamos hablar
de “ciclos” parciales: energético, alimentario, militar, financiero,
productivo, estatal y otros, y así describir en cada caso trayectorias que
despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX con
raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes hasta asumir
finalmente una dimensión planetaria para luego declinar cada uno de ellos. La
coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de
densas interrelaciones entre todos esos “ciclos” nos sugieren la existencia de
un único súper ciclo que los incluye a todos. Dicho de otra manera se trata del
ciclo de la civilización burguesa que se expresa a través de una multiplicidad
de aspectos parciales.
A partir de un enfoque plurisecular del
capitalismo es posible avanzar una explicación del ascenso y derrota de la ola
anticapitalista que sacudió al siglo XX. La Revolución Rusa inauguró en 1917
una larga sucesión de rupturas que amenazaron erradicar al capitalismo como
sistema universal, el despegue revolucionario se apoyaba en una crisis profunda
y prolongada del sistema que podríamos ubicar aproximadamente entre 1914 y 1945
y cuyas secuelas se extendieron más allá de ese período.
Dicha crisis fue interpretada por los
revolucionarios rusos como el comienzo del fin del sistema pero el sistema aún
sufriendo sucesivas amputaciones “socialistas” (Europa del Este, China, Cuba,
Vietnam...) y la proliferación de rebeldías y autonomizaciones nacionalistas en
la periferia pudo finalmente recomponerse y sus enemigos fueron cayendo uno
tras otro a través de restauraciones explícitas como en el caso soviético o
sinuosas como en el caso chino. Las élites occidentales pudieron entonces
afirmar que la tan anunciada declinación del capitalismo y su remplazo
socialista no fue más que una ilusión alimentada por la crisis pero que al ser
esta superada la ilusión se fue esfumando.
Y
algunos gurús como
el ahora olvidado Francis Fukuyama hasta proclamaban el fin de la historia y el
pleno desarrollo de un milenio capitalista liberal.
Existe una visión falsa (pero no totalmente
falsa) de la decadencia occidental frente a la emergencia del mundo nuevo a
partir de la Revolución Rusa incluso si es entendida como “decadencia hegemónica”, esa visión pareció quedar desmentida por la
realidad con el sometimiento chino (1978) y el derrumbe soviético (1991), sin
embargo era apuntalada desde 1968-73 cuando empezaron a declinar las tasas de
crecimiento del Producto Bruto Mundial y parcialmente confirmada desde 2008
porque el sistema se degrada velozmente (condición necesaria para su
superación) aunque su sepulturero no aparece o aparece en una dispersión de
pequeñas dosis históricamente insuficientes.
La contracara positiva de la decadencia podría
ser sintetizada como la combinación de resistencias y ofensivas de todo tipo
contra el sistema operando como un fenómeno de dimensión global y actuando en
orden disperso, expresando una gran diversidad de culturas, diferentes niveles
de conciencia y de formas de lucha.
Desde los indignados europeos o norteamericanos
que (por ahora) solo pretenden depurar al capitalismo de sus tumores
financieros y elitistas, hasta los combatientes afganos peleando contra el
invasor occidental o la insurgencia colombiana animada por la perspectiva
anticapitalista pasando por un muy complejo abanico de movimientos sociales,
minorías y pequeños grupos críticos y rebeldes.
Oposiciones a gobiernos abiertamente
reaccionarios y a ocupaciones coloniales pero también a las fachadas
democráticas más o menos deterioradas que intentan suministrar gobernabilidad
al capitalismo. Lo que plantea la hipótesis de la convergencia y radicalización
de esos procesos y entonces la posibilidad de profundizar el concepto de insurgencia global pensado como realidad en formación alimentada
por la declinación de la civilización burguesa. La alternativa insurgente
emergiendo como rechazo y apuntando hacia la negación radical del sistema y al
mismo tiempo abriendo el espacio de las utopías post capitalistas.
El sujeto central de la insurgencia
es la humanidad sumergida en expansión a la que la dinámica de la marginación y
la superexplotación (la dinámica de la decadencia) empuja hacia la rebelión
como alternativa a la degradación extrema, se trata de miles de millones de
habitantes de los espacios rurales y urbanos. Este proletariado es mucho mas
extendido y variado que la masa de obreros industriales (incluye a sus franjas
periféricas y empobrecidas), no es el nuevo portador de la antorcha del
progreso construida por la modernidad sino su negador potencial absoluto el
cual en la medida en que vaya destruyendo las posiciones enemigas (sus
estructuras de dominación) estará construyendo una nueva cultura libertaria.
Sin embargo la irrupción universal de ese sujeto
se demora, un gigantesco muro de ilusiones bloquea su rebelión. Es que la
autodestrucción del sistema global recién está en sus inicios, su hegemonía
civilizacional es todavía muy fuerte, es casi imposible pronosticar, establecer
teóricamente el recorrido temporal, el calendario de su desarticulación. Si es
posible establecer teóricamente la trayectoria descendente aunque sin pegarle
fechas.
Aquí aparece el postcapitalismo como necesidad y
posibilidad histórica concreta, como utopía radical que hunde sus raíces en el
pasado revolucionario de los siglos XIX y XX y mucho más allá en las culturas
comunitarias precapitalistas de Asia, Africa, América Latina y de la Europa
anterior a la modernidad. No se trata de una etapa inevitable (une suerte de “resultado
inexorable” de la declinación del sistema decidido por alguna “ley de la
historia”) sino del resultado posible, viable del desarrollo de la voluntad de
las mayorías oprimidas.
Ya en la génesis del sistema existía su enemigo
absoluto, negando, rechazando su expansión opresora. En Europa en torno del
siglo XVI emergían los despliegues coloniales, la industria de guerra bajo
moldes pos artesanales, las primeras formas estatales modernas, los
capitalistas comerciales y financieros asociados a las aventuras militares de
las monarquías. Y la superexplotación de los campesinos, la destrucción de sus
culturas, de sus sistemas comunitarios generando rebeliones como la que
encabezó el comunista cristiano Tomas Müntzer en el corazón de Europa bajo la
consigna “ Omnia sunt communia”
(todo es de todos, todas las cosas nos son comunes).
El amanecer de la modernidad burguesa fue también
el de su negación absoluta, ambos bandos aportaban nuevas culturas pero al
mismo tiempo heredaban viejas culturas de opresión y emancipación.
La alianza de banqueros, terratenientes y
príncipes que derrotaron a los campesinos en la batalla de Frankenhausen (mayo
de 1525) y asesinó a Müntzer unía sus nuevos apetitos burgueses con los viejos
privilegios feudales (convertidos en base de acumulación de las nueva formas
poder) mientras los campesinos rebeldes reinterpretaban los evangelios de
manera comunista y asumían la herencia de libertad comunitaria del pasado,
incluidas valiosas tradiciones precristianas. La construcción de alternativas
innovadoras (de opresión y de emancipación) hundía sus raíces en el pasado.
Repasando luego el siglo XIX europeo y más
adelante la crisis occidental entre 1914 y 1945 y sus consecuencias vemos como
una y otras vez el demonio burgués derrota a su enemigo mortal que renace más
adelante para presentar nuevamente batalla. Desde las insurgencias obreras
europeas hasta llegar a la derrota de la Comuna de París en la era del
capitalismo industrial juvenil que ya asumía una dimensión imperialista
planetaria hasta llegar a las revoluciones comunistas rusa y china concluyendo
con la degeneración burocrática y la implosión de la primera y la mutación
capitalista-salvaje de la segunda.
En su prolongada historia la
civilización burguesa fue pasando desde su infancia europea hasta su madurez en
el siglo XX y finalmente a su vejez y su degradación senil desde fines del
siglo XX hasta nuestros días.
En la era de la decadencia del
capitalismo va asomando nuevamente la figura de su enemigo, se trata de un
nuevo fantasma heredero y al mismo tiempo superador de los anteriores. Una
mirada pesimista nos señalaría que será nuevamente derrotado, si ello ocurre
esta civilización planetaria se irá sumergiendo en niveles de barbarie nunca
antes vistos ya que su capacidad (auto)destructiva supera a cualquier otra
decadencia civilizacional. Ahora no está en juego la supervivencia de algunos
millones de seres humanos sino de más de siete mil millones.
Pero ese pesimismo se apoya en la historia de la
modernidad pensada como una infinita repetición de escenarios donde cambian la
dimensión, la complejidad tecnológica, los modelos de consumo, etc. pero queda
intacta la dinámica amo-esclavo, el primero controlando los instrumentos que le
permiten renovar su dominación y el segundo embarcado en batallas perdidas de
antemano. De esa manera es ocultado el hecho de que la modernidad burguesa ha
entrado en decadencia lo que abre la posibilidad del quiebre, del colapso de
dicha dinámica perversa abriendo el horizonte de la victoria de los oprimidos.
Ello no fue posible en la etapas de adolescencia, juventud o madurez del
sistema pero si es posible ahora.
Es la declinación de Occidente (entendido como
civilización burguesa universal) lo que abre el espacio para el nuevo fantasma
anticapitalista que necesita para imponerse irrumpir bajo la forma de una
vasto, plural proceso de desoccidentalización, de critica radical a la
modernidad imperialista, sus modelos de consumo y producción, de organización
institucional, etc. Se trata entonces de la abolición del sistema en el sentido hegeliano del
concepto: negar, destruir, anular las bases de la civilización declinante y al
mismo tiempo recuperar positivamente en otro contexto cultural todo aquello que
pueda ser utilizable.
Volviendo a Hegel para superarlo es necesario
afirmar que la marcha de la libertad que él suponía avanzando desde “Oriente”
(entendido como la periferia del mundo occidental- moderno) para realizarse
plenamente en Occidente en realidad avanza desde el subsuelo del mundo y puede
llegar a dar un salto gigantesco aplastando, desbordando a los baluartes de la
opresión occidental, irrumpiendo como una ola universal de pueblos insurgentes.
El primer fantasma fue europeo de cuerpo y alma y
dio su última batalla en 1871 en la Comuna de París. El segundo fantasma asumió
una envergadura planetaria, levantó su bandera roja en Rusia y China alentando
un amplio espectro de rebeliones periféricas, tenía un cuerpo universal pero su
cabeza estaba impregnada de ilusiones progresistas occidentales (el
tecnologismo, el aparatismo, el estatismo, el consumismo). Su fecha o período
de defunción podemos fijarla entre 1978 cuando China ingresa en la via
capitalista y 1991 (derrumbe de la URSS).
Lo que necesita el siglo XXI es el
desarrollo de un tercer fantasma revolucionario, completamente
desoccidentalizado, es decir negador absoluto de la modernidad burguesa y por
consiguiente universal de cuerpo y alma, anticapitalista radical, construyendo
la nueva cultura postcapitalista a partir de la confrontación intransigente con
el sistema. Heredando los antiguos combates, levantando la bandera multicolor
de la rebeldía de todos los pueblos esclavizados del planeta, de sus
identidades aplastadas, sumergidas convertidas gracias a sus combates en
contraculturas opuestas al capitalismo.
En suma la emergencia, la avalancha plural de
pueblos sometidos, de la humanidad verdadera, liberada (en proceso de
emancipación) de la prehistoria, de la historia inferior del hombre enemigo de
su entorno ambiental, del espacio que le permite vivir, y en consecuencia del
hombre enemigo de si mismo.
No se trata de una utopía universal única
apuntando a una humanidad homogénea sino de una amplia variedad de utopías
comunitarias ancladas en identidades populares específicas interrelacionadas
conformando un gran espacio plural marcado por la abolición de las clases
sociales y del estado.
(1)
,Blanchard, del FMI, dice que la crisis durará una
década, www.que.es/ultimas-noticias/internacionales/201210031112-blanchard-
dice-crisis-durara-decada-reut.html
(2)
, Natixis- Banque de financement &
d'investissement, “La crise de la zone euro peut durer 20 ans”, Flash Économie
- Recherche Économique, 8 Aout 2012 - N°. 534.
(3) , Ansuya Harjan, “Roubini: My
'Perfect Storm' Scenario Is Unfolding Now”, CNBC 9 Jul 2012, http://www.cnbc.com/id/48116835 y Nouriel
Roubini, “A Global Perfect Storm”, Proyect Syndicate, 15 June 2012, http://www.project-syndicate.org/print/a-global-perfect- storm.
(4) , “Banco de Basilea”, Bank for
International Settlements, Monetary and Economic Department, OTC derivatives
market activity. (www.bis.org).
(5) , Ugo
Bardi and Marco Pagani. “Peak Minerals”, The Oil Drum:Europe,
October 15, 2007, http://europe.theoildrum.com/node/3086.
(6)
, Patrick
Déry and Bart Anderson, “Peak Phosphorus”, The Oil Drum:Europe , August 17,
2007, http://www.theoildrum.com/node/2882.
(7)
, Karl Polanyi, “La gran transformación.
Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo”, Fondo de Cultura
Económica, Mexico DF, 2011.
(8)
, Roger Dangeville, “Marx-Engels, La Crise”,
Union Générale D'Editions-10/18, Paris 1978.
(9)
, (Marx-Engels, “La ideología alemana”,
1845-46) en Marx & Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú,
1974.