Candidato de la Patria en Maracay |
Introducción
El
domingo 7 de octubre, los votantes venezolanos decidirán si siguen apoyando al
presidente actual, Hugo Chávez, o se decantan por el candidato de la oposición,
Henrique Capriles Radonski. Será una elección entre dos programas y dos
sistemas sociales situados en las antípodas: Chávez reclama un aumento de la
titularidad pública de los medios de producción y de consumo, un incremento del
gasto social en programas asistenciales, una mayor participación popular en las
instituciones locales, una política exterior independiente basada en una mayor
integración latinoamericana, un aumento de la fiscalidad progresiva, la defensa
de la sanidad pública y programas educativos gratuitos y la propiedad pública
de la producción petrolera. En el otro extremo, Capriles representa a los
partidos y a la élite que apoyan la privatización de las empresas públicas, se
oponen a la sanidad y a los programas educativos y de prestaciones sociales
puestos en marcha por el actual gobierno y defienden las políticas neoliberales
favorables a ampliar el papel del capital privado, extranjero y local, y su
control de la economía. Aunque Capriles afirma ser partidario de lo que él
denomina "el modelo brasileño" de "mercados libres y bienestar
social", sus seguidores políticos y sociales son y han sido fuertes
defensores de los tratados de libre comercio con EE.UU., la restricción del
gasto social y una fiscalidad regresiva. A diferencia de lo que ocurre en
Estados Unidos, los electores venezolanos tienen en sus manos la posibilidad de
realizar una auténtica elección y no solo de tomar una decisión cosmética: los
dos candidatos representan clases sociales bien diferenciadas, poseen visiones
sociopolíticas divergentes y cuentan con distintos aliados internacionales.
Chávez está con América Latina, se opone al imperialismo norteamericano allá
donde se manifieste y es un defensor incondicional de la autodeterminación y de
la integración latinoamericana. Capriles Radonski está a favor de los tratados
de libre comercio con EE.UU., se opone a la integración regional, apoya las
intervenciones norteamericanas en Oriente Medio y es un defensor acérrimo de
Israel. Durante la campaña electoral, como era previsible, todos los medios de
comunicación norteamericanos han estado saturados de propaganda contraria a
Chávez y favorable a Capriles, llegando incluso a predecir una
"victoria" del protegido de Washington, o al menos un resultado
apretado.
Las
predicciones propagandísticas de los medios y de los expertos se basan
exclusivamente en fragmentos selectivos de encuestas de dudosa fiabilidad y en
comentarios vertidos durante la campaña. Pero lo peor de todo es la ausencia
absoluta de cualquier tipo de debate serio sobre el legado histórico y los
rasgos estructurales que forman el contexto esencial de esta elección
trascendental.
Legado
histórico
Cuando
se produjo la primera victoria electoral de Chávez en 1998, la economía y la
sociedad venezolanas llevaban casi un cuarto de siglo cayendo en picado, con
corrupción generalizada, inflación galopante, disminución de la riqueza y
aumento de la deuda, delincuencia, pobreza y desempleo.
Las
protestas masivas que se desarrollaron a finales de los ochenta y comienzos de
los noventa culminaron en la masacre de miles de habitantes de los suburbios,
un fallido golpe de Estado y una desilusión general con el sistema político
bipartidista. Se privatizó la industria petrolera; la riqueza del petróleo hizo
medrar a una élite empresarial que iba de compras a la "Quinta
Avenida", invertía en apartamentos en Miami, acudía a clínicas privadas
para estiramientos faciales e implantes mamarios y enviaba a sus hijos a
escuelas exclusivas para asegurar la transmisión intergeneracional del poder y
el privilegio. El país era un baluarte del proyecto norteamericano para el
Caribe, América Central y del Sur. Venezuela estaba polarizada socialmente pero
el poder político era monopolio de dos o tres partidos que competían por el
apoyo de las diversas facciones de la élite gobernante y de la embajada
norteamericana.
El
saqueo económico, la regresión social, el autoritarismo político y la
corrupción propiciaron la victoria electoral de Hugo Chávez en 1998 y con ella
todo un cambio gradual en las política públicas, favorable a la transparencia
política y las reformas institucionales, que marcó un giro hacia una mayor
equidad social.
El
fallido golpe de Estado militar-empresarial de abril de 2002, apoyado por
Estados Unidos, y el fracaso del cierre patronal de los directivos petroleros
de diciembre 2002 a febrero 2003 (el "paro petrolero") marcaron un
hito en la historia política y social de Venezuela. El asalto violento movilizó
y radicalizó a millones de trabajadores y habitantes de los suburbios que se
echaron a la calle a defender la democracia y que presionaron a Chávez para que
"girara hacia la izquierda". La derrota del golpe de Estado y del
cierre patronal capitalista (apoyado por EE.UU.) fue la primera de una serie de
victorias populares que abrieron la puerta a amplios programas sociales en el
ámbito de la salud, la vivienda y las necesidades educativas y alimentarias de
millones de venezolanos. Como consecuencia de su participación en el golpe de
Estado, la clase dirigente venezolana y norteamericana sufrió pérdidas
significativas de personal estratégico en el ejército, la burocracia de los
sindicatos y la industria del petróleo.
Capriles
fue uno de los líderes del golpe, a la cabeza de una banda de matones que
asaltó la embajada cubana, y un colaborador activo del paro petrolero que
paralizó temporalmente toda la economía nacional.
Tras
el golpe y el paro petrolero se celebró un referéndum, financiado por Estados
Unidos, que pretendía la revocatoria de Chávez y tuvo un estrepitoso fracaso.
Las derrotas de la derecha reforzaron las tendencias socialistas del gobierno,
debilitaron la oposición de las élites y enviaron a los Estados Unidos de misión
a Colombia, gobernada por el presidente narcoterrorista Uribe, en busca de un
aliado militar para desestabilizar y derrocar al régimen desde el exterior.
Aumentó la tensión en la frontera, las bases norteamericanas se multiplicaron
hasta siete y los escuadrones de la muerte colombianos cruzaron la frontera.
Pero la región al completo cerró filas contra una invasión norteamericana, bien
por principios, o bien por miedo a que los conflictos armados pudieran salpicar
por encima de las fronteras.
Este
legado histórico de los gobiernos autoritarios y los triunfos de Chávez está
profundamente grabado en las mentes y las conciencias de todos los venezolanos
que se preparan para votar en las elecciones de este domingo. El historial de
hostilidad profunda de las élites ante cualquier resultado democrático que
favorezca a la mayoría popular y la defensa por parte de las masas de su
"presidente socialista" se ven reflejados en la profunda polarización
política del electorado y la mutua antipatía u "odio de clase" que se
filtra en la cobertura de la campaña electoral. Para las masas, se trata de
elegir entre los abusos del pasado y los avances actuales, la movilidad social
ascendente y las mejoras materiales en el nivel de vida; en las clases alta y
media adinerada reina un gran resentimiento por la pérdida relativa de poder,
privilegios, prestigio y preferencias personales. Las pérdidas relativas
sufridas por las élites derechistas han alimentado un resentimiento que
conlleva peligrosas connotaciones para la democracia en el caso de que
perdieran las elecciones y de políticas revanchistas en el caso de que las
ganaran.
Configuración institucional
Que
la élite derechista no controle el gobierno no quiere decir que carezca de una
fuerte base institucional de poder. El 80 por ciento del sector bancario y
financiero está en manos privadas, al igual que la mayor parte de la
manufactura de servicios y una proporción importante del comercio al por menor
y al por mayor. La oposición cuenta asimismo con ciertas simpatías dentro de la
burocracia pública, la Guardia Nacional y el ejército, y todos estos
funcionarios apoyan de forma activa o pasiva a los grupos políticos
derechistas. El núcleo social de la derecha se encuentra en las asociaciones
empresariales, financieras y de terratenientes, y la derecha controla
aproximadamente una tercera parte de los alcaldes y gobernadores y más del
cuarenta por ciento de los diputados nacionales. Las principales
multinacionales europeas y norteamericanas del petróleo tienen una cuota
minoritaria importante en el sector.
Asimismo,
la derecha mantiene el monopolio de los medios impresos y cuenta con una
audiencia mayoritaria en radio y televisión, a pesar de los avances
gubernamentales. El gobierno, por su parte, ha ganado influencia gracias a la
nacionalización de bancos (un 20 por ciento del sector), su cuota de la
industria minera y metalúrgica, unas cuantas plantas procesadoras de alimentos
y una base de apoyo sustancial en el sector agrícola, que le proporcionan los
beneficiarios de la reforma agraria.
El
gobierno ha ganado la confianza de los empleados del sector público y los
trabajadores de la industria petrolera, de los servicios sociales y del sector
de la vivienda y de la asistencia. Parece que goza de un fuerte apoyo en un
ejército y una policía constitucionalistas. Asimismo, ha creado medios de
comunicación de masas y ha promovido toda una red de emisoras de radio
comunitarias.
La
mayor parte de los sindicatos y asociaciones de campesinos respaldan al gobierno.
Pero su verdadera fuerza se encuentra en las organizaciones comunitarias
cuasi-institucionales enraizadas en los extensos asentamientos urbanos y
encuadradas en las diferentes "misiones sociales".
Desde
el punto de vista del poder monetario, el gobierno cuenta con las sustanciosas
ganancias del petróleo para financiar programas de impacto social a corto y
medio plazo, contrarrestando eficazmente las influencias del sector privado y
de los grupos "de base" que actúan de forma abierta o encubierta financiados
por fundaciones norteamericanas, ONG y "agencias de ayuda". En
resumen, a pesar de las enormes derrotas políticas del pasado y de décadas de
mal gobierno y corrupción, la derecha retiene una base institucional poderosa
para disputar los grandes avances socioeconómicos del gobierno de Chávez y
organizar una agresiva campaña electoral.
Las
dinámicas sociales y la campaña presidencial
La
clave para el triunfo en la reelección de Chávez es mantener la atención en los
temas socioeconómicos: los programas de sanidad y educación universal, el
enorme plan de viviendas públicas puesto en marcha, los supermercados
subvencionados por el Estado, la mejora del transporte público en las áreas más
densamente pobladas. Cuanto mayor sea la polarización social nacional entre la
élite empresarial y las masas, menos probable es que la derecha pueda
aprovechar la desafección popular hacia las autoridades locales corruptas e
ineficientes. Cuanto mayor sea el nivel de solidaridad social entre los
trabajadores asalariados y los informales, menos probable será que la derecha
pueda apelar a las aspiraciones de estatus de los trabajadores y empleados que
han visto mejorada su situación y han accedido a estilos de vida de clase
media, curiosamente durante el periodo de prosperidad inducido por Chávez.
La
campaña de Chávez se basa en la promesa de continuidad de la prosperidad
social, el mantenimiento de la movilidad social ascendente y de las
oportunidades, un llamamiento a mejorar la sensibilidad frente a la igualdad
social y la justicia... y cuenta con un sólido 40 por ciento del electorado
listo para ir a las barricadas por su Presidente. Capriles atrae a diversos
grupos contradictorios: un sólido núcleo del 20 por ciento del electorado,
compuesto por las élites bancaria, empresarial y, especialmente, la agraria,
junto con sus respectivos empleados, directivos y profesionales, que anhelan un
retorno al pasado neoliberal, a una época en que la policía, el ejército y las
agencias de inteligencia mantenían a los pobres confinados en sus barrios de
chabolas y el tesoro del petróleo fluía hasta sus cofres. El segundo de los
grupos que se ven atraídos por Capriles es el de los profesionales y los
pequeños empresarios temerosos de la expansión del sector público y de la "ideología
socialista" que, sin embargo, deben su prosperidad a los créditos baratos,
el aumento de la clientela y el gasto público. Los hijos e hijas de este sector
próspero son los "activistas" que ven en la caída del gobierno de
Chávez una oportunidad de retomar el poder y el prestigio que pretenden haber
tenido antes de la "revuelta de masas". La abierta adhesión de
Capriles al neoliberalismo y al golpe militar de 2002 y sus fuertes lazos con
la élite empresarial, Washington y sus homólogos derechistas de Colombia y
Argentina hacen confiar a la clase media en que su promesa de mantener las
misiones sociales de Chávez es pura demagogia por motivos tácticos electorales.
El
tercer grupo, con el que Capriles no cuenta pero que le resulta vital para
conseguir un resultado respetable, es de la clase media baja y los pobres
urbanos de las pequeñas ciudades de provincias. Ante ellos, Capriles se
presenta como un seguidor "progresista" de las misiones sociales de
Chávez, para poder atacar la ineficiencia y las irregularidades de los
funcionarios y administradores locales y la inseguridad pública. La
hiperactividad de Capriles, su demagogia populista y sus intentos de explotar
el descontento local le aseguran algunos votos de las clases bajas, pero sus
relaciones con la clase alta y su largo historial de agresivo apoyo al
autoritarismo de derechas ha impedido que las masas se pusieran de su lado.
Por
su parte, Chávez esta haciendo hincapié en sus enormes logros sociales, una
década espectacular de crecimiento elevado, disminución de las desigualdades
(el índice más bajo de América Latina) e índices muy elevados de satisfacción
popular con el gobierno. Los fondos para los programas sociales de Chávez han
sabido aprovechar un año de recuperación económica tras la recesión mundial (5
% de crecimiento previsto para 2012), precios del petróleo de tres dígitos y un
entorno político regional favorable, por lo general, que incluye una tremenda
mejora en las relaciones bilaterales con Colombia.
Correlación de fuerzas a escala
internacional, regional, nacional y local
El
gobierno de Chávez se ha visto enormemente beneficiado por unos precios
mundiales muy favorables para su principal producto de exportación: el
petróleo. Además, el Estado ha aumentado sus ingresos mediante oportunas
expropiaciones y subida de los royalties y de los impuestos, así como de nuevos
acuerdos de inversión con capital extranjero alternativo a pesar de la
oposición de algunas corporaciones multinacionales norteamericanas.
Washington,
involucrado hasta los huesos en los conflictos que mantiene en los países
musulmanes ricos en petróleo, no se encuentra en posición de organizar ningún
boicot contra Venezuela, uno de sus principales y más fiables proveedores. Su
última iniciativa importante para propiciar un "cambio de régimen"
fue el paro petrolero organizado por los directivos de PDVSA, la compañía
venezolana de petróleos, en 2002-2003, que fracasó estrepitosamente y provocó
el despido de casi todos los "asesores" norteamericanos y la
radicalización de una política nacionalista con el petróleo.
Las
iniciativas del gobierno norteamericano para aislar internacionalmente al
régimen de Chávez no han rendido frutos; Rusia y China han aumentado su
comercio y sus inversiones, al igual que otra docena de países europeos, de
Oriente Medio y Asia. La recesión que sufre la Unión Europea y la
desaceleración de la economía norteamericana y mundial no son un buen caldo de
cultivo para los sentimientos favorables a cualquier tipo de restricción de los
lazos económicos con Venezuela.
Especial
importancia ha tenido la llegada al poder de regímenes de centro-izquierda en
Sudamérica, el Caribe y América Central, favorables al aumento de los lazos
económicos y diplomáticos con Venezuela y a una mayor integración regional. Por
el contrario, el respaldo de la administración Obama a los golpes de Estado de
Honduras y Paraguay, así como las políticas neoliberales y los tratados de
libre comercio promovidos por Washington han perdido el apoyo en la región. En
resumen: la correlación de fuerzas internacional y regional ha sido muy
favorable al gobierno de Chávez y la influencia dominante de Washington ha
declinado.
Colombia,
uno de los últimos baluartes de las iniciativas norteamericanas para derrocar a
Chávez, ha dado un giro repentino a su política hacia Venezuela. Tras el cambio
de régimen, del presidente Uribe al presidente Santos, Colombia ha firmado
acuerdos de comercio y de inversiones con Venezuela por valor de miles de
millones de dólares, así como alianzas diplomáticas y militares, alcanzando una
especie de "coexistencia pacífica". A pesar del reciente tratado de
libre comercio firmado con EE.UU. y del mantenimiento de las bases
norteamericanas en el país, Colombia ha rechazado (al menos en la presente
coyuntura) participar conjuntamente en cualquier intervención militar o
política auspiciada por Estados Unidos o en cualquier campaña de
desestabilización.
La
influencia política norteamericana en Venezuela se basa fundamentalmente en la
canalización de recursos financieros y el asesoramiento de sus clientes
electorales. A causa de la disminución de aliados regionales externos y la
pérdida de influencia en el ejército venezolano y las fuerzas paramilitares
colombianas, Washington se ha centrado ahora en sus clientes electorales.
Mediante importantes transferencias financieras, ha conseguido imponer un
candidato único entre grupos opositores bien dispares, fabricando una ideología
de "centrismo" moderado para camuflar las tendencias neoliberales de
extrema derecha de Capriles, al tiempo que contrataba a cientos de agitadores y
organizadores "comunitarios" para explotar la sustancial brecha que
separa las promesas programáticas de Chávez de la aplicación incompetente e
ineficiente de dichas políticas que realizan los funcionarios locales.
La
debilidad estratégica del gobierno de Chávez se encuentra en el ámbito de lo
local, en la incapacidad de los administradores de mantener el suministro de
electricidad y de agua corriente. En el ámbito internacional, regional y
nacional, la correlación de fuerzas favorece a Chávez. Washington y Capriles
intentan compensar la fuerza regional de Chávez atacando sus programas
regionales de asistencia, afirmando que está desviando recursos al extranjero
en lugar de atender los problemas de casa. Pero Chávez ha asignado enormes
recursos a infraestructuras y gasto social; el problema no es el envío de
fondos al exterior, sino la mala administración de los funcionarios chavistas
locales, muchos de ellos acostumbrados al clientelismo de personalidades y
partidos del pasado. En cuanto al aumento de la delincuencia y la escasa
imposición de la ley, le costarían a Chávez algo más que unos cuantos votos si
no fuera porque los mismos índices de criminalidad están presentes en el estado
de Miranda, donde Capriles ha gobernado los últimos cuatro años.
El resultado electoral
A
pesar de las enormes mejoras que ha aportado el gobierno de Chávez a las clases
bajas y el sólido apoyo con que cuenta entre los pobres, la emergente clase
media producto de la era Chávez tiene expectativas de un mayor consumo y una
menor delincuencia e inseguridad; intentan distanciarse de los pobres y
aproximarse a los más acomodados: sus ojos miran hacia arriba y no hacia abajo.
El entusiasmo, tras doce años en el poder, se ha debilitado pero el temor de
las masas a una reversión neoliberal pone límites al electorado potencial que
Capriles pueda atraer. A pesar de la delincuencia y de la ineficacia y
corrupción de los funcionarios, la era Chávez ha sido un periodo extremadamente
favorable para la clase baja y los sectores empresarial, comercial y
financiero. Y este año, 2012, no es ninguna excepción. Según datos de la ONU,
el índice de crecimiento de Venezuela (5 %) es superior al de Argentina (2 %),
Brasil (1,5 %) y México (4 %). El consumo privado ha sido el principal promotor
del crecimiento gracias al incremento de los mercados de trabajo, del crédito y
de la inversión pública. La inmensa mayoría de los venezolanos, incluyendo a algunos
sectores empresariales, no votarán contra un gobierno en ejercicio que ha
generado una de las recuperaciones económicas más rápidas del hemisferio. El
pasado derechista radical de Capriles y su actual proyecto encubierto podría
generar conflictos de clase, inestabilidad política, deterioro económico y un
clima desfavorable para los inversores internacionales.
Probablemente
Washington no favorecería un golpe de Estado o una campaña de desestabilización
tras las elecciones si Capriles pierde por un margen significativo. La
popularidad de Chávez, las leyes sobre prestaciones sociales, las ganancias
materiales y el crecimiento dinámico de este año le aseguran una victoria por
un margen de 10 puntos. Chávez conseguirá el 55 % de los votos y Capriles el 45
%. Washington y sus acólitos derechistas planean consolidar su organización y
prepararse para las elecciones al Congreso del próximo diciembre. La idea es ir
"ocupando las instituciones" con el fin de paralizar las iniciativas
del ejecutivo y frustrar el intento de Chávez de seguir adelante con una
economía socializada. El talón de Aquiles del gobierno se encuentra
precisamente en el ámbito local y estatal. Los funcionarios incompetentes y
corruptos deberían ser sustituidos por dirigentes locales eficientes y
controlados por la comunidad, capaces de poner en marcha los programas
inmensamente populares de Chávez. Y Chávez debería prestar mucha más atención a
la política y la administración local para poder igualar allí sus éxitos en
política exterior. El hecho de que la derecha sea capaz de juntar medio millón
de manifestantes en Caracas no se basa en el atractivo ideológico de un pasado
ruinoso y golpista, sino en su habilidad para sacar partido de las quejas
crónicas de carácter local que no han sido solucionadas: delincuencia,
corrupción, apagones y cortes de agua.
En
la elección de octubre 2012 no solo está en juego el bienestar del pueblo
venezolano sino el futuro de la integración y la independencia latinoamericana
y la prosperidad de millones de personas que dependen de la ayuda y la
solidaridad de Venezuela.
Una
victoria de Chávez proporcionará una plataforma para la rectificación de un
proyecto social básicamente progresivo y la continuación de una política
exterior antiimperialista. Su derrota proporcionaría a Obama –o a Romney- un
trampolín para relanzar los programas neoliberales y militaristas existentes
antes de la era Chávez, durante la infame década Clinton (los noventa) de
expolio, saqueo, privatizaciones y pobreza.
Tomado
de Rebelión, traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo