Horacio Duque
Han pasado mas de 10 años de una guerra fallida contra la insurgencia
campesina revolucionaria en la que se usaron de manera intensa todos los
recursos posibles: forma/Estado fascista, guerra sucia, manipulación
ideológica, populismo ultraderechista, cárcel, desapariciones, parapolítica,
tecnología aérea, bases militares gringas, Plan Colombia, chuzadas.
Sin embargo, una facción de la clase dominante, la de supuestos buenos
y aristocráticos modales, replanteo la estrategia y regreso a la Mesa de
conversaciones con las Farc. Dados los previsibles niveles de ruptura
intraclase, transitó el camino de la discreción y formalizó un Acuerdo para la
superación de la violencia y la construcción de una paz estable y duradera en
Colombia, después de más de medio siglo de guerra de exterminio
contra el movimiento popular nacional y sus potente resistencia contra el poder
oligarquico pro gringo.
Vista la globalización de la actual sociedad y observados los efectos
de la descomunal crisis financiera del sistema/mundo capitalista, los riesgos
del contagio de la prolongada resistencia revolucionaria colombiana hacia el
resto de la inconformidad popular internacional son reales. La guerra civil
colombiana cobro dimensiones geopolítica no sólo en el entorno
regional sino en un espacio de mayores dimensiones. Por eso el apoyo a Santos
desde la Unión Europea, Washington, Roma, Brasil, Chile, Naciones Unidas y
otros centros importantes de poder mundial. Por eso el apoyo de los “cacaos”
latinoamericanos desde Cartagena, en reciente Convención liderada por Slim.
El nuevo pacto del Estado colombiano con las Farc ya tiene un camino
recorrido, materializado en el Acuerdo general de La Habana para las
conversaciones. Es un convenio entre plenipotenciarios que apertura una etapa
de transición desde la guerra civil hacia la democracia moderna, que garantice
los derechos fundamentales de los ciudadanos y permita la participación
política plena de todos los sujetos y subjetividades políticas que emerjan en
esta coyuntura histórica.
En América Latina han ocurrido, desde los años 70 del siglo XX,
transiciones desde las violentas dictaduras militares terroristas hacia
formas/estado relativamente democráticas. Ocurrió en Brasil, donde las
gigantescas movilizaciones populares de los obreros de la industria automotriz
y la presión de la iglesia progresista, dieron al traste con el dominio
castrense. Igual en Uruguay. En Argentina el levantamiento popular derribo la
sangrienta cúpula de los gorilas. En Chile la acción de masas acorraló a
Pinochet. En Bolivia, la nación indígena fue contundente en su marcha
hacia la libertad. Chávez simboliza la ruptura radical con el obsoleto poder
oligarquico y la mirada hacia el Socialismo.
La Mesa de conversaciones de La Habana es el eje de la inflexión
historica colombiana. Derriba el muro del bipartidismo y del poder oligarquico
despótico y excluyente. Es lo que no podemos perder de vista y dejar de
capturar en el análisis.
Tenemos el desafío de pensar la transición. Una transición hacia la
democracia en la que coexistan las partes acordadas, una transición en la que
se construya una nueva institucionalidad para la paz, la justicia y la
libertad. No una truculenta Justicia Transicional que deje en la
impunidad las atrocidades de las élites sangrientas responsables del
genocidio de la Unión Patriotica, del desplazamiento de 6 millones de
colombianos, del despojo de millones de campesinos, de las desapariciones
forzadas, de los falsos positivos, de las torturas y el
exterminio biopolitico de los liderazgos populares.
Estamos en la paz con transición democrática, no en la supuesta
rendición de la heroica resistencia campesina