martes, 30 de octubre de 2012

La esquizofrenia uribista




Por Horacio Duque
Sigue su empuje mediático el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, arrastrando consigo la pesada carga de su regresivo repertorio narcofeudal.
H
a puesto en circulación el libraco “No hay causa perdida”, para ponderar y exaltar su vida y gestión gubernamental de muchos años, en los que se decantan episodios de sangre, fraude y mentiras para justificar las tropelías contra los derechos democráticos de la sociedad. La narración disfraza y desvía su autoría en los “falsos positivos”, en la parapolítica, en las chuzadas, en Agroingreso Seguro, en la muerte de sindicalistas, en el exterminio de la oposición, en la manipulación mediática, en la quiebra de la salud y en su agresión a la soberanía de otros estados, para solo mencionar lo más escandaloso de su forma/Estado fascista.
Dio un extenso discurso en la Asamblea del partido de la Unidad Nacional, donde convive con Juan Manuel Santos, el actual Presidente de Colombia, para formalizar la ruta política posterior de sabotaje, al frente de los grupos más retrógrados de la sociedad, contra el proceso de conversaciones de La Habana, entre el Estado y las Farc, para solucionar el conflicto social y armado colombiano y establecer la paz duradera que resuelva 50 años de guerra civil nacional.
Se siente fuerte este fanático de la política conservadora que inventó una fantasía para impedir el cambio democrático del Estado en los últimos 10 años.
Su retórica estridente pone de manifiesto la esquizofrenia de una personalidad escindida con trastornos mentales crónicos, caracterizada por radicales alteraciones en la percepción o la expresión de la realidad.
E
s la personalidad de un Yo esquizofrénico, dividido en un “otro”, que no es nada distinto que el paramilitarismo violento y feroz de quienes se consideran amos absolutos de la sociedad. Ruptura psicoanalítica que le permite simular de estadista, al tiempo que participa de la conformación de una franja de la sociedad articulada de hecho a la violencia del Estado, sin las formalidades del monopolio legitimo de la violencia, que lleva a caracterizarlo en la narrativa formal como un “no Estado”, aunque sea de pública aceptación su nexo histórico y estructural con las instituciones gubernamentales.
Es la bestia negra que regresa a la ronda oscura para bloquear los potenciales democráticos de la solución política de la guerra.