Bitácora
Por: Ricardo
Silva Romero
Estamos hablando de Uribe y de Santos. Y de un país que no alcanza a
imaginar que en enero del 2013 se verá forzado a escoger entre esos dos que son
el mismo.
2013:
Una encuesta perversa pero realista pregunta cuál de los dos tiene toda la
razón: si el presidente de antes o el de ahora. Y entonces es claro que no hay
nada por hacer, que, aun cuando falten 480 y pico días para las elecciones,
dentro de muy poco habrá que estar con Uribe o con Santos, y que -ya que
ninguna voz nueva se abre paso, ya que ningún Antanas Mockus se ve en el
horizonte- las lejanas votaciones del próximo año serán una pesadilla grotesca
para los que no creemos en el uno ni en el otro. Científicos de Emory
University probaron la semana pasada que los chimpancés sí juegan limpio. Uribe
y Santos, en cambio, no. Uribe, supuestamente traicionado por el sucesor que
eligió en el 2010, reclama a punta de infamias su innegable derecho a hacer
política, y desde ya, ante la imposibilidad de volverse a lanzar a la
presidencia, amenaza con tomarse el Senado en el 2014. Santos aprovecha los
alaridos para convertir a su antecesor en el villano de su relato -y lo puya y
se declara el decente de la riña-, pues esta vez las Farc no andan disponibles.
Y no hay nadie más en Colombia. Y no es una campaña prematura sino un pulso
insoportable. Santos y Uribe, Uribe y Santos: eso es todo. Sus profundas
diferencias ideológicas son sus egos, pero la encuesta sugiere que pronto habrá
que tomar partido por alguno: y he ahí el tamaño de nuestra bobada.
2012:
Habrá que hacer el retrato de Santos. Pero antes será esencial saber quién es:
¿el “traidor de su clase” que iba a “hacer chillar a los ricos”, pero sacó
adelante en cambio una reforma tributaria que ni siquiera los roza?, ¿el líder
progresista que no es capaz de reconocer los fallos internacionales?, ¿el
liberal que se encoge de hombros ante la reelección de un procurador de
ultraderecha?, ¿el capitán de un gobierno pacifista que tiene el coraje para
sentarse a hablar con las Farc, pero no para pararse a discutir con los
estudiantes?, ¿el presidente digno que “asume la responsabilidad” como si no
fuera suya aquella nefasta reforma de la justicia?, ¿el sujeto o el predicado?
2011:
Parece que Santos no era aquel político oportunista con facha de estadista,
perverso pero realista, que se quedó con el paranoico país de Uribe, sino,
contra todos los pronósticos, un líder valiente que sabe que una guerra civil
que dure cincuenta años es en verdad una política de Estado. Parece que Santos
va a ser el hombre que no solo se atrevió a reparar a una nación hecha de
víctimas, sino que convenció de dar el salto a la justicia a una sociedad
acostumbrada a la venganza.
2010:
Por ley, el presidente Uribe, que cumple ocho ruidosos años en el poder, no
puede seguir arriando al país como querría. Y, porque finalmente lo único que
los separa son sus orígenes y sus egos, y todas las encuestas advierten que si
no se juega sucio ganará las elecciones un inédito movimiento de indignados
liderado por el justo Antanas Mockus, el carismático Uribe se ve obligado a
hacerle una campaña perversa pero realista a su desdibujado exministro de
Defensa: a Santos. Y después de conseguir que no solo Mockus, sino toda su ola
ciudadana se encoja de miedo convencida de que en verdad están saltando al
vacío, el paisa ladrador es reelegido por nueve millones de personas en el
cuerpo del frío camaleón bogotano. Y es desolador. Porque Colombia es de ellos
dos, sí, y no hay nadie más: solo su corte. Si fueran chimpancés, no habría
problema. Pero estamos hablando de Uribe y de Santos. Y de un país que tiende a
pasarse los cuatro años siguientes tratando de sobrevivir a la tontería y la
violencia y la sordidez de sus campañas.
Y que no alcanza a imaginar que apenas treinta
meses más tarde, en enero del 2013, se verá forzado a escoger entre esos dos
que son el mismo.
Fuente: EL tiempo
24.01. 2013