por Nechi Dorado
Hace unos meses comenzaron las llamados
Diálogos para la Paz en Colombia, desde cuyo espacio podrían haberse ido
trazando los caminos hacia una Nueva Colombia.
De más está decir que la Paz urge en ese país
del norte de nuestro continente. Décadas y décadas lleva el pueblo colombiano
llorando muertos, encarcelados, desaparecidos.
Varias veces hemos notado que cuando se habló,
por ejemplo, de liberación de prisioneros, dicha instancia se llevó a cabo de
manera unilateral. Paradójicamente son los llamados “terroristas” los que
liberaron a los prisioneros en su poder.
El estado se negó a liberar siquiera a algunos
de los que tiene hacinados en sus cárceles en condiciones de inhumanidad
extrema, careciendo desde el derecho a la alimentación y hasta a la salud.
En el marco de la misma unilateralidad fue que
la insurgencia declaró el cese de hostilidades cuando comenzaron los diálogos. ¡Es
que resulta tan lógico que para hablar de paz el primer paso a dar sea el de silenciar
las armas, dejarlas a un costado descansando el sueño de un mañana diferente
sustituyendo el rugido por la palabra!
No lo entendió así una parte de los actores
del conflicto. El esfuerzo volvió a ser unilateral.
Uno puede resultar reiterativo, pero sabemos
que muchas veces lo que abunda no daña, por eso seguimos insistiendo con esa
palabrita: unilateralidad, que por
otra parte indica gestos de buena voluntad.
El 20 de noviembre de 2012, la insurgencia
declaró un cese de hostilidades (unilateralmente)
que expira hoy 21 de enero (desdichadamente). Sin embargo no está todo dicho,
ya que el cese se levanta pero queda pendiente retomarlo si es que el gobierno
acata la bilateralidad, que por otra parte debería cumplirse a rajatablas.
Por ahí, con un poco de viento a favor, el
gobierno comprenda que no existe modo de hablar de paz si no da muestras de
buena voluntad.
(¡Aunque sea en algo, hermano!)
Es hasta grosero que en pleno diálogo en La
Habana sea solo una parte la que tenga un gesto noble y no hacia el gobierno
sino hacia el pueblo que ya no quiere más guerra.
Y mucho más grosero aún que no solo se haya
desoído esa propuesta, sino que continuaran las agresiones salvajes de las
fuerzas militares no contra la insurgencia en armas, sino contra el pueblo
desarmado.
Uno termina preguntándose, para el gobierno
colombiano:
- ¿Qué significa hablar de paz?
- ¿Es a tiro limpio que se puede pretender terminar con tanto dolor?
- ¿No se dieron cuenta que en 50 años no han podido “borrar del mapa” a la insurgencia organizada que propulsó la etapa de diálogos?
- ¿Hacen falta más muertos, más dolor, más espanto?
- ¿Se darán cuenta desde ese gobierno que en esta instancia de Diálogos han puesto su firma al documento de declaración (tácita) de continuidad de una guerra absurda?
Podrán aderezar con el condimento que más les
favorezca para continuar elaborando este plato de carne humana despedazada. Sobre
la Mesa de Negociaciones yace en la más impúdica desnudez la verdadera esencia
de un gobierno que cuando dice hablar de paz enciende los motores de sus
aviones pertrechados para la guerra.
Y ordena y ejecuta ataques contra la población civil.
Y compra aviones de última tecnología para
fortalecer esa guerra
Y exacerba el aparato de la muerte, como si fuera poco el impulso con que contó
hasta que se implementara la decisión u-ni-la-te-ral de iniciar Diálogos de Paz
para terminar con tanto espanto.
Hay un dicho popular que indica que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.
Tampoco hay en esta extraña danza en la que se revuelcan los destinos Colombia, peor irresponsable que el que ha hecho de la irresponsabilidad un modo de vida.