lunes, 21 de enero de 2013

La sordera de un Estado Genocida






por Nechi Dorado

Hace unos meses comenzaron las llamados Diálogos para la Paz en Colombia, desde cuyo espacio podrían haberse ido trazando los caminos hacia una Nueva Colombia.

De más está decir que la Paz urge en ese país del norte de nuestro continente. Décadas y décadas lleva el pueblo colombiano llorando muertos, encarcelados, desaparecidos.

Varias veces hemos notado que cuando se habló, por ejemplo, de liberación de prisioneros, dicha instancia se llevó a cabo de manera unilateral. Paradójicamente son los llamados “terroristas” los que liberaron a  los prisioneros en su poder.

El estado se negó a liberar  siquiera a algunos de los que tiene hacinados en sus cárceles en condiciones de inhumanidad extrema, careciendo desde el derecho a la  alimentación y hasta a la salud.

En el marco de la misma unilateralidad fue que la insurgencia declaró el cese de hostilidades cuando comenzaron los diálogos. ¡Es que resulta tan lógico que para hablar de paz el primer paso a dar sea el de silenciar las armas, dejarlas a un costado descansando el sueño de un mañana diferente sustituyendo el rugido por la palabra!

No lo entendió así una parte de los actores del conflicto. El esfuerzo volvió a ser unilateral.

Uno puede resultar reiterativo, pero sabemos que muchas veces lo que abunda no daña, por eso seguimos insistiendo con esa palabrita: unilateralidad, que por otra parte indica gestos de buena voluntad.

El 20 de noviembre de 2012, la insurgencia declaró un cese de hostilidades (unilateralmente) que expira hoy 21 de enero (desdichadamente). Sin embargo no está todo dicho, ya que el cese se levanta pero queda pendiente retomarlo si es que el gobierno acata la bilateralidad, que por otra parte debería cumplirse a rajatablas.

Por ahí, con un poco de viento a favor, el gobierno comprenda que no existe modo de hablar de paz si no da muestras de buena voluntad.
(¡Aunque sea en algo, hermano!)

Es hasta grosero que en pleno diálogo en La Habana sea solo una parte la que tenga un gesto noble y no hacia el gobierno sino hacia el pueblo que ya no quiere más guerra.

Y mucho más grosero aún que no solo se haya desoído esa propuesta, sino que continuaran las agresiones salvajes de las fuerzas militares no contra la insurgencia en armas, sino contra el pueblo desarmado.

Uno termina preguntándose, para el gobierno colombiano:

  • ¿Qué significa hablar de  paz?
  • ¿Es a tiro limpio que se puede pretender terminar con tanto dolor?
  • ¿No se dieron cuenta que en 50 años no han podido “borrar del mapa” a la insurgencia organizada que propulsó la etapa de diálogos?
  • ¿Hacen falta más muertos, más dolor, más espanto?
  • ¿Se darán cuenta desde ese  gobierno que en esta instancia de Diálogos han puesto su firma al documento de  declaración (tácita) de continuidad de una guerra absurda?
Podrán aderezar con el condimento que más les favorezca para continuar elaborando este plato de carne humana despedazada. Sobre la Mesa de Negociaciones yace en la más impúdica desnudez la verdadera esencia de un gobierno que cuando dice hablar de paz enciende los motores de sus aviones pertrechados para la guerra.

Y ordena y ejecuta ataques contra la población civil.
Y compra aviones de última tecnología para fortalecer esa guerra
Y exacerba el aparato de la muerte,  como si fuera poco el impulso con que contó hasta que se implementara la decisión u-ni-la-te-ral de iniciar Diálogos de Paz para terminar con tanto espanto.

Hay un dicho popular que indica que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.

Tampoco hay en esta extraña danza en la que se revuelcan los destinos Colombia, peor irresponsable que el que ha hecho de la irresponsabilidad un modo de vida.