Por: Iroel Sánchez.
17 Enero 2013.
En la izquierda nuestra hay cuestiones que permiten
separar el grano de la paja en lo que a las actitudes morales se refiere. Cuba
tiene esa capacidad. Su Revolución y como nos relacionamos con ella hace caer
muchas máscaras entre los que prefieren la actitud “progre” de lo políticamente
correcto a la defensa del básico antiimperialismo.
Hoy, la mayor de las Antillas comparte con Venezuela y los países del ALBA esa función tamizadora. Afortunadamente cada día está menos sola y parece que va ganando la batalla contra la inquina del mayor Imperio global conocido.
Con las nuevas guerras pasa lo mismo, asistimos a la fragmentación de la izquierda mundial con gravísimas diferencias. Una parte de la gente de izquierda, mucha buena gente, ha sucumbido al aplauso de las operaciones de cambio de gobierno desarrolladas por actores imperiales y neocoloniales utilizando y parasitando las legítimas aspiraciones de pueblos enteros.
Como se demostró en la agresión que destruyó la República Federal de Yugoslavia, no se pueden avalar intervenciones brutales que se enmascaran en la supuesta defensa de los Derechos Humanos por parte de los que no los cumplen jamás y cuyos pretextos, no pocas veces, son fabricados en operaciones de bandera falsa.
Apoyar aunque sea tácitamente el llamado “deber de injerencia” es no darse cuenta de que se está ayudando a romper la arquitectura básica emanada de los procesos descolonizadores, esa que dio carta de naturaleza al derecho de no intervención en los asuntos internos de los estados soberanos.
Hace 10 años estaba claro, la izquierda al unísono y un importante número de la población mundial nos manifestamos contra la agresión a Irak. No, no defendíamos a Sadam, el antiguo títere que se usó como ariete contra Irán, ese que hacía escala en Arabia Saudí para bombardear, ese que utilizaba la tortura y la persecución,… NO, ninguno lo defendíamos.
Estábamos contra el desmantelamiento de lo que quedaba de ese estado laico nacido del panarabismo socialista que se alzó contra el colonialismo en toda la región. Nos manifestábamos contra la destrucción de la sanidad pública, contra la privatización de la industria del petroleo, contra los bombardeos que sabíamos serían la puntilla de un embargo que había matado a cientos de miles de niñas y niños iraquís.
Por eso no entiendo la comprensión de parte de la izquierda ante el uso de las milicias integristas de la versión más reaccionaria del islam, el de las satrapías saudís y qatarís. A pesar de Gadafi, a pesar de Assad.
¿Dónde están ahora los que pedían una intervención en Libia? Los que espolearon y dieron pátina de moralidad a los bombardeos de antiguas potencias europeas con sueño de renovada grandeur, esos cínicos gobernantes occidentales que lanzaban a unos jóvenes contra otros como carne barata para el asador estratégico.
Ya no oígo hablar de Libia, ni de su desastre, ni de la vuelta al tribalismo, a la persecución, a los reinos de taifas en lo que antes era un estado laico, sí, gobernado como un cortijo, pero mejor que el caos de ahora donde siguen las torturas, las ejecuciones, los bombardeos con armas químicas, …
Es lo mismo que pasó en Irak tras la invasión. Yo lo vi con mis propios ojos, en 2004, en 2005 y en 2008. Vi una sociedad destruida, con dificultades en el acceso al agua potable, con cortes en la luz eléctrica, con mafias, con delincuencia, con trata de blancas, vi la vuelta de enfermedades erradicadas como el cólera. Escuché lo que me decían muchos iraquís: que los invasores habían hecho bueno a Sadam, que cualquier cosa era mejor que ese amenaza estadounidense, hoy cumplida, de hacer retroceder al país cientos de años.
En estos meses contemplo Siria con horror. Rastreo en las “informaciones” convertidas en propaganda. En nuestro lado, en nuestra prensa, esa que está de parte de los llamados rebeldes, que “informa” basándose en fuentes que están en Londres y que no son verificables. Del otro lado, busco a Sana, RT o TeleSur. Intento desgranar la realidad que se nos escapa en medio de tantas operaciones psicológicas que son propias de cualquier guerra.
Trato de ver los vídeos del denominado Ejército Libre Sirio y me espeluzno. Es su propio material y no dejo de ver a salafistas y a gentes del takfir. Los aspirantes al califato islámico, perfectos peones usados para desestabilizar. A veces veo también gente que parece estar luchando de buena fe, pero son los menos y la verdad, no percibo que tengan el peso protagónico.
También veo vídeos del Ejército Árabe Sirio, imágenes que se me hurtan en la inmensa mayoría de los informativos. Veo las miserias bélicas, pero también soldados de extracción popular combatiendo calle a calle y como son recibidos por miles en barrios de diferentes ciudades. Y otra vez me digo, no es tan fácil.
Lo que me sorprende es la inopia de algunos que parecen no ver la mano negra del Golfo, de Turquía, de Francia,… en su batalla contra Irán y contra la resistencia libanesa o en la pretensión de cortar la salida al mar Mediterráneo de Rusia. Todo, intereses geopolíticos que sustituyeron hace tiempo cualquier aspiración popular.
Y tiemblo, no por Assad, no por su cortijo de mierda, sino por el estado árabe laico donde conviven distintas etnias y religiones, mal que bien, pero conviven. Y me viene otra vez a la cabeza Irak, su desastre, la división confesional y sectaria de un tablero desmembrado y desestabilizado, como le gustaba al Imperio Británico, como le gusta a sus herederos.
Por eso, no contéis conmigo. No quiero formar parte de la coartada supuestamente humanitaria de las grandes potencias para decidir quien es el malvado de turno, ni ser parte de esa izquierda que tolera las nuevas formas de intervención del imperialismo, del viejo colonialismo de siempre.
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Publicado por cambio total en CambioTotalRevista el 1/17/2013 01:19:00 a.m.