Este periodismo falto de ética es el que le hace daño a la información |
/ Viernes 25 de enero de 2013
Tenían hambre y no lo pensaron dos veces.
Allí estaba el pastel que siempre se les ha antojado. Poco les importaba
averiguar quién lo había preparado o quién lo había servido. Se lo comieron de
Prisa. Cuando se dieron cuenta que el pastel estaba envenenado ya era demasiado
tarde y el antídoto no pudo contrarestar los efectos.
El miércoles 24 de enero de 2013 han
circulado en Madrid dos versiones de un mismo periódico. Los que madrugaron a
comprar el diario El País fueron estafados porque les vendieron gato por
liebre. En la primera página del tabloide hay una foto a cuatro columnas del
presidente venezolano, Hugo Chávez, boquiabierto y sometido al imperio de los
cirujanos, que resultó espuria pues se trataba de otra persona y en otro
tiempo. En la segunda versión del periódico del grupo Prisa desapareció la foto
de marras y el tema de Cataluña copó la portada. Una situación cómica, como
salida de una película de Louis de Funès, fue la que vivieron los empleados
encargados de distribuir los periódicos y quienes los expenden en los kioscos.
Lleve, recoja y vuelva a llevar, les dijeron sus jefes.
Aquí vinieron esta mañana y se llevaron
los periódicos con la foto de Chávez, me dice un uruguayo que administra un
kiosco en la barriada de La
Barceloneta. El problema es que el grupo Prisa no está para
comedias sino para negocios y no sabe como deshacerse de varios líderes
latinoamericanos que tiene entre cejas y, vaya coincidencia, los escogidos
piensan y actúan como políticos de izquierda. De manera simplista el grupo
Prisa ha dividido a los líderes latinoamericanos en ángeles y demonios. Para
los primeros no hay más que lisonjas y buena prensa y para los segundos se
valen de un cuarto bate o un bateador emergente para darles garrote. Entre sus
víctimas están los presidentes de Bolivia, Argentina, Ecuador, Cuba, Nicaragua,
Uruguay y por supuesto, el presidente Chávez, a quien ven como la quintaesencia
del mal.
En uno de los primeros números de la
revista Semana luego de su refundación en 1982 se planteó el tema del “Cuarto
Poder”. Un asunto que ahora se mira como prehistórico pero en realidad no lo
es. En efecto, en la edición número 17 de agosto de ese mismo año, aparecen en
portada dos de los más emblemáticos periodistas colombianos que andaban
escudriñando sobre el papel de los medios: Daniel Samper y Alberto Donadio. Un
par de chismosos, decía una tía que ya murió, que andan metiéndose con todo el
mundo. Si, estamos hablando de periodistas que no se estaban quietos y les
fascinaba escarbar en las alturas del poder y luego contarle a los lectores, a
la gente común y corriente, acerca de los negocios raros de fulanito o las
maromas que hizo menganito para quedarse con el poder.
Eran otros tiempos, aducen los
periodistas de hoy día cuando les reclaman más investigación y menos
lambonería. De qué vamos a comer si nos ponemos a criticar a quienes nos pagan,
dicen otros con justificada razón. Y si hablamos más de la cuenta nos cierran
el pico a plomo como en Colombia y México, comentan sotto voce alguna joven promesa
del periodismo atormentada por sus dilemas casuísticos. No la tienen fácil las
nuevas generaciones de periodistas y hasta cierto punto hay que entenderlos
pues no todos tienen pedigrí para decir o escribir lo que les viene en gana o
el coraje de los corresponsales del semanario Voz para escribir desde el filo
de una navaja.
Cuando los negocios van por delante del
periodismo se vuelve cada vez más complicado escribir con independencia en los
grandes medios, salvo que se tenga la mística y el arrojo de Rodolfo Walsh,
desaparecido por los dictadores argentinos, para atreverse a publicar en
cuartillas o medios alternativos, reportajes que tengan la objetividad y la
estatura literaria de “Operación Masacre” o “Quién mató a Rosendo”. ¿Periodismo
o negocios? ¡Averígüelo Vargas!