“José Félix Lafaurie,
el retardatario y delincuencial jefe de los ganaderos que acaparan
casi 40 millones de hectáreas en pastos y actividades improductivas por todo el país”, escribe el columnista. |
Por Horacio Duque
La paz para superar el atroz conflicto social y
armado que afecta a la sociedad colombiana desde hace ya casi 50 años es una
utopía de la nación entera. Todos queremos un país sin muerte, sin masacres, ni
paramilitares, ni bacrims (“bandas criminales”, es el término
del régimen por el neoparamilitarismo, nota anncol), ni desplazamientos, ni despojos de los campesinos y los pobres del
campo, ni violación de los derechos humanos.
La Mesa de
conversaciones que funciona en la actualidad en La Habana, entre gobierno del
Presidente Santos y las Farc es parte fundamental de una estrategia para poner
fin a la guerra civil.
La misma es
fruto de unos diálogos y acuerdos que han cristalizado en un escenario que
tiene la garantía y el acompañamiento de la comunidad internacional.
Las
conversaciones adelantadas sobre la Agenda de seis temas tienen una enorme
influencia en el discurrir de la vida pública nacional, incidiendo en diversos
campos de la formación social y el Estado.
El tratamiento ordenado y metódico de los referentes indicados en el
Acuerdo especial arroja unos resultados que, naturalmente avivan el debate y
la controversia pública entre diversos actores de la esfera
democrática. Igualmente las decisiones unilaterales de las delegaciones
plenipotenciarias, como el cese unilateral al fuego declarado por 60 días,
propician puntos de vista encontrados.
Al avanzar las
conversaciones sobre el tema agrario y registrarse el debate de los diversos
segmentos de la sociedad civil en el Foro realizado en diciembre en Bogotá, las
propuestas para resolver los problemas del campo han adquirido precisión. Esta
visto, por las tesis esbozadas, que no es imposible acercarse a momentos que
tengan “consensos suficientes, la forma de los acuerdos que se pueden ir
tejiendo en esta segunda fase del proceso de diálogos e intercambios
entre los delegados de las partes y sus asesores. Pactos parciales que deben
esperar hasta que se agoten las conversaciones sobre los otros temas como el
fin del conflicto, la democracia política, los cultivos ilícitos y las
víctimas, porque “nada está acordado hasta que todo este acordado”. Acuerdos
que se deben dar a conocer a la nación mediante informes y avances de la Mesa,
que refrendan ambas delegaciones.
Obviamente lo
que está ocurriendo no es del gusto de ciertos grupos sociales y políticos,
partidarios de mantener el conflicto. Son los “enemigos de la paz”, los que se
favorecen con la muerte y la sangre derramada. Es la extrema derecha feudal
militarista que se opone a cualquier clase de reforma y cambió que implique la
democratización del campo colombiano, atrapado por un latifundio absurdo que
estorba, fundamentalmente, la expansión de las relaciones capitalista de
producción en las zonas rurales.
Pero el
problema con el latifundio colonial no es tanto su mayor o menor peso económico
en el PIB nacional, que desde luego es un elemento para abordar, tal como
ocurre en el actual debate. Lo es, más por ser el foco de una matriz política
autoritaria y violenta que persiste desde hace 400 años. En realidad, los
actuales defensores de la forma existente de propiedad rural son los que
prolongan, en pleno siglo XXI, el pensamiento de la escuela francesa de los fisiócratas,
cuyos partidarios en el Virreinato de la Nueva Granada, organizaron desde
finales del siglo XVIII en Mompox y Bogota, las Sociedades de Amigos del país
para promover la intervención del Estado y sus instituciones legales, en favor
de los terratenientes por ser la tierra la principal fuente de riqueza,, según
ellos, desdeñando la manufactura y el comercio que impulsaba la revolución
industrial inglesa.
Uno de esos fisiócratas del siglo XXI es el señor José Félix Lafaurie,
el retardatario y delincuencial jefe de los ganaderos que acaparan casi 40
millones de hectáreas en pastos y actividades improductivas por todo el país.
Su Dios es el latifundio y la hacienda vacuna del Caribe, del Magdalena,
Córdoba, Sucre, Cesar y Bolívar, por donde se pasea soberano dándose ínfulas
de literato clásico español y de filosofo barato que descresta, con frases de
efecto inmediato, entre la masa de campesinos humillados y entre
vulgares déspotas y patrones costeños, peritos en vacas y toretes de
semental.
Lafaurie, como
todos los gamonales experimentados, encontró en la coyuntura la oportunidad
perfecta para hacerse su campaña presidencial. Su actividad pública reciente no
es más que una banal y nauseabunda propaganda politiquera para demeritar el
proceso de paz, que estigmatizan y descalifica con sofismas y falacias de
estirpe reaccionaria y mentirosa.
Ahora funge de
candidato nacional, dizque costeño, con el apoyo de los más connotados ganaderos
y latifundistas del norte. Los políticos
de Córdoba y Montería ya expresaron, con su tradicional zalamería
semántica, su irrestricto acompañamiento a este cruzado de los valores de la
cultura oscurantista de los señores feudales que nos quieren mantener en otros
cien años de violencia y destrucción.
Lo mínimo que
hay que pedirle a este caballero es que deje la politiquería contra
la paz, pues esta es un bien público que reúne el consenso popular y
nacional.