Profundizando en el análisis de clases…
Colombia: Burguesía transnacionalizada y gran latifundismo
por Fernando Dorado
Popayán, 14 de enero de 2013
Hacer un análisis de clase de la
sociedad colombiana es como escribir su historia. En aras del debate que de
alguna manera se ha abierto[1]
frente a si existen dos sectores enfrentados al interior de la oligarquía
colombiana (expresión para identificar a la cúpula de las clases dominantes que
ejercen el poder monopólico del Estado), me voy a permitir exponer el siguiente
cuadro (sintético) de sectores y subsectores de esa clase dominante que hoy
conforma una parte mínima de la sociedad colombiana.
Antes de avanzar es muy importante
aclarar que no se puede hacer una fotografía plana y simple de la composición
de clases de Colombia ni de ninguna
sociedad y que por el contrario hay que ver ese cuadro en “movimiento”, con
unas clases y sectores de clase que se intrincan y superponen, por efecto de
que esos sectores de clase son producto de momentos determinados de desarrollo
económico y social de la sociedad. Muchos de esos sectores evolucionan y
algunos subsectores se mantienen con características del pasado. Además, de
acuerdo al impacto de nuevos fenómenos sobrevinientes, esas clases y sectores
de clase nuevamente son “movidas” (transformadas) por circunstancias
específicas como pueden ser la guerra o conflicto armado interno, la
intervención de la economía del narcotráfico, la presencia territorial de
transnacionales, las transformaciones estructurales del aparato productivo, las
mismas leyes gubernamentales, etc., etc.
Es decir, el cuadro es un esquema para
aproximarnos a la realidad a fin de hacer un análisis de un instante o momento,
que debe ser mirado a la luz de la complejidad y del desarrollo desigual y
combinado.
Las
clases dominantes
Las clases dominantes colombianas han
sido encabezadas históricamente por los grandes propietarios tradicionales de
latifundios, que hoy se han visto acompañados de grandes terratenientes
emergentes que han resultado de la apropiación – muchas veces “legal”, otras
ilegal, pero siempre forzada – de tierras despojadas a campesinos en las
últimas seis (6) décadas. Esos grandes latifundistas se dividieron desde
mediados del siglo XIX entre aquellos que entablaron grandes negocios con los
capitalistas ingleses en ascenso y aquellos que mantuvieron una economía de
subsistencia y servidumbre en sus grandes extensiones de tierra.
A lo largo de la historia surgieron
burguesías, una industrial durante el siglo XX al calor del desarrollo
industrial del mundo pero especialmente durante las décadas de los años 40s al
70s por efecto de la política de sustitución de importaciones. También, se
fortaleció una burguesía burocrática, intrincada con diferentes sectores de
clase, con base en la administración del precario “Estado del Bienestar” que se
alcanzó a desarrollar en los países latinoamericanos. Entrelazada con esas
burguesías crecía la burguesía bancaria que al fundirse en los años 80s y 90s
del siglo pasado (XX) con la burguesía industrial y agro-industrial – alimentada
también por los dineros provenientes del narcotráfico – se convierte en la
burguesía financiera transnacionalizada que hoy domina la nación, y que está
representada por unos cuantos grupos y conglomerados económicos que hoy se dan
el lujo de explayar sus inversiones a Centroamérica y las Antillas, a varios
países de Sudamérica y a los mismos EE.UU.
Todos estos subsectores, latifundistas
tradicionales y emergentes, burguesía industrial y agro-industrial, burguesía
burocrática, burguesía bancaria y financiera, son las clases dominantes en
Colombia que conforman una oligarquía reaccionaria y neoliberal. Todas ellas, hacen
parte de la oligarquía antinacional y entreguista de los intereses soberanos
del pueblo colombiano. En eso no puede haber la menor duda.
Sin embargo en aras de comprender el
momento político que se vive en Colombia, en aras de poder entender la
coyuntura actual, es necesario visualizar dos grandes bloques de esa
oligarquía, que se enfrentan básicamente por dos tipos de intereses: el valor
de la renta del suelo y la lealtad a la política ultraderechista de los EE.UU.
Esos dos bloques son: los latifundistas
tradicionales que se han puesto a la cabeza de terratenientes emergentes,
especuladores rentísticos[2]
y campesinos ricos re-convertidos en ganaderos extensivos, por un lado, y por
el otro, la burguesía transnacionalizada, que se ha puesto a la cabeza del
conjunto de la burguesía y de la pequeña burguesía alta, que aspira a
convertirse en burguesa con base en el aprovechamiento – iluso – de la
internacionalización de la economía (globalización neoliberal, TLCs. y otros
convenios comerciales).
A la burguesía transnacionalizada –
comprometida en continuar con el proceso de reprimarización de la economía – le
interesa introducir una serie de cambios en el sector agropecuario, no para
beneficiar a los pequeños y medianos productores agropecuarios o para darle la
mano a los campesinos sin tierra (desplazados y no desplazados), sino
fundamentalmente para bajar el costo de la renta de la tierra, que se ha
convertido en un alto costo de la producción agropecuaria, especialmente la que
les interesa a ellos, o sea, la de agrocombustibles (caña de azúcar y palma
aceitera). Es más, posiblemente estén interesados en el mercado de alimentos
transgénicos para exportación (soya, maíz, otros), en los cultivos
agroforestales y en la producción de otros cafés (robustas) para competir en el
mercado mundial tomando como escenario las tierras de los Llanos Orientales.
Para poder hacerlo necesitan “modernizar
el mercado de tierras” y “pacificar” el campo. De allí la gran necesidad de
resolver el problema del “desarrollo agrario integral” y hacerlo a la par con
la terminación del conflicto armado interno. Tales políticas apuntarían a
disminuir o debilitar el poder del latifundismo ganadero, que más que basar sus
ganancias en los procesos productivos, viven y juegan con base en la renta del
suelo. Esa burguesía lo que necesita es hacer viable los “agro-negocios” y no
cualquier clase de agro-negocio, sino los vinculados al gran capital
internacional y a los mercados globales de la energía y los alimentos.
Por otro lado, esa burguesía
transnacionalizada tiene un nuevo pensamiento geopolítico que la aleja de las
posiciones ultraconservadoras del latifundismo ganadero. Es una burguesía que
en coordinación con las burguesías del resto de Latinoamérica – especialmente
las de Brasil y Argentina – ha adquirido conciencia de sus propios intereses
con respecto a los de la burguesía imperial estadounidense. De allí que hayan asimilado
(entendido a su manera) los esfuerzos de los gobiernos revolucionarios
(Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua. Cuba) y “progresistas” (Brasil,
Argentina, Uruguay) por la integración de un bloque latinoamericano, y que para
jugar en ese bloque han constituido su propio sub-bloque con México, Chile,
Perú y Colombia, jalonando a países de Centroamérica.
De allí podemos comprender el por qué la
política del gobierno colombiano – que representa en lo fundamental los
intereses de esa burguesía transnacionalizada – se ha distensionado frente a
los países del ALBA, no sólo pensando en los negocios comerciales puntuales que
se habían visto conmocionados y obstaculizados por la política de confrontación
de Uribe, sino pensando en el largo plazo frente a los bloques de poder
económico que es necesario consolidar a nivel global para poder jugar con
fuerza en los mercados internacionales de las materias primas y otros productos
(comodities).
Por otro lado, es importante tener en
cuenta que la burguesía transnacionalizada si bien es reaccionaria y nada
progresista, en la coyuntura actual debe posar de “progresista” para poder
apoyarse en amplios sectores populares para derrotar políticamente (y en parte
económicamente) al latifundismo ganadero. De allí los esfuerzos del gobierno de
Santos por impulsar la política de la restitución de tierras a los desplazados
y de reparación de las víctimas del conflicto, pero dichos esfuerzos los limita
a la legalidad institucional – y no a la movilización de los sectores sociales
comprometidos en dichos planes -, y por ello son políticas que se quedan a
medio camino, obstaculizadas por el aparato burocrático y las condiciones
reales de violencia y presión armada que existe en el territorio real y
concreto, por parte de los actores violentos que han despojado de la tierra a
los campesinos pobres.
Esa situación de relativa debilidad de
la burguesía transnacionalizada es la que hace posible que los sectores
democráticos y populares puedan diseñar una política de “alianza parcial” con
la burguesía transnacionalizada y de unidad de acción con su gobierno, siempre
sobre la base de empujar nuestras propias propuestas y garantizar nuestra
independencia y autonomía política. En la práctica, el sólo hecho de que la
insurgencia esté negociando en La Habana, crea condiciones para forzar al
gobierno a comprometerse en el terreno con las comunidades que logren organizarse
y movilizarse.
NOTA: En un próximo artículo analizaremos el
campo de las clases subordinadas – trabajadores, campesinos, pequeña burguesía
y sectores medios -.
[1]
Ver: Alberto Pinzón Sánchez. “Algo más sobre la oligarquía latifundista y
financiera trasnacionalizada”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162083&titular=algo-m%E1s-sobre-la-oligarqu%EDa-latifundista-y-financiera-trasnacionalizada-
[2] Es importante tener en cuenta que en los últimos años – por efecto
de la crisis capitalista mundial – está en operación un proceso de inversión
global en compra de tierras, que se ha convertido en un fenómeno especulativo de
acaparamiento de tierras de orden global.