Adolf Hitler |
Por Miguel
Urbano Rodrigues
En Europa, las campañas de blanqueamiento del fascismo
ganaron amplitud en los últimos años. En libros, en televisión y en mesas
redondas, historiadores, politólogos y sociólogos se esfuerzan por negar, en
Portugal, España, Hungría, Rumanía que Salazar, Franco, Horthy y Antonesco
hayan sido dictadores y califican a sus regímenes de “autoritarios”, afirmando
que practicaron políticas endurecidas. La misma acción de las policías
políticas es minimizada. Los fascismos ibéricos, destacadamente, habrían sido
una invención de los comunistas.
En Italia los políticos de derecha van más lejos.
Partidos neofascistas han ejercido el poder y Mussolini es presentado por
destacados intelectuales como un estadista progresista, autor de una obra
revolucionaria.
Así se intenta apagar la memoria en agresión a la
Historia.
Releí hace días un libro que adquirí en la Unión
Soviética y que entonces me llevó a una profunda meditación sobre la “elite
nazi” responsable de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial: “El proceso de
Núremberg”, de Arkadi Poltorak, el juez que fue jefe del secretariado soviético
del Tribunal Internacional que juzgó a los grandes criminales de guerra nazis
en aquella ciudad alemana.*
Fueron 22 los militares y civiles entonces juzgados.
Once, entre ellos Goering, Keitel, Jodl, Ribbentrop, Rosenberg, Streicher,
Kaltenbrunner, Seyss Inquart, Sauckel, Frank y Frick fueron condenados a muerte
y ahorcados. **
Rudolf Hess fue condenado a cumplir prisión perpetua.
Los almirantes Raeder y Doenits, y Albert Speer,
Schirach y Neurath, condenados a penas pesadas, fueron más tarde amnistiados y
fallecieron en libertad.
Hitler, Goebbels, Himmler se suicidaron en los últimos
días de la guerra para escapar al castigo. Ley se suicidó en la cárcel en la
víspera de la audiencia. Bormann proscrito, fue también condenado a muerte.
Schacht, Von Papen, Fsitzche, fueron absueltos a pesar
de la oposición de los magistrados soviéticos.
Durante la audiencia, que duró 250 días, el Tribunal
examinó los originales de más de 3000 documentos, interrogó 200 testigos y
recibió 300 000 testimonios bajo juramento. Muchas de las pruebas eran
documentos confiscados por los ejércitos aliados en los estados mayores
alemanes, en oficinas públicas, y escondrijos en minas de sal, paredes falsas y
subterráneos. Los abogados de la defensa defendieron a los reos sin
restricciones, como en los tribunales occidentales.
El Procurador General norteamericano, Robert Jackson,
justificó el Tribunal Internacional con estas palabras:
“Lo que
confiere tanta importancia a esta audiencia es el hecho de que estos reos
representan influencias nefastas que, mucho tiempo después de que sus cuerpos
se hayan convertido en polvo, aún inquietaran al mundo. Ellos son el símbolo de
un nacionalismo y de un militarismo salvajes, de intriga, de voluntad de poder,
son los símbolos de un nacionalismo y de un militarismo salvajes, de intrigas y
preparativos para una guerra, en cuyo decurso generaciones enteras fueron en
Europa trasplantadas, en que hombres fueron exterminados, lugares destruidos y
toda la economía llevada al empobrecimiento”.
Roman Rudenko, el Procurador General soviético, señaló
en la caracterización del proceso que era la primera vez en la Historia de la
Humanidad que eran juzgados criminales que se habían apoyado en un Estado para
hacerlo instrumento de monstruosos crímenes.
En el veredicto emitido, el Tribunal Internacional
recordó que “los campos de concentración se habían convertido en lugares de
exterminio organizado y metódico”, recordando que los asesinos se complacían en
el refinamiento de la crueldad. Sometían con frecuencia a prisioneros torturas
monstruosas, incluyendo “diferentes experiencias sobre la reacción a grandes
altitudes, al tiempo de vida en el agua helada, al efecto de balas envenenadas
y a ciertas enfermedades contagiosas”.
En una inolvidable visita a Auschwitz en 1981 tuve la
oportunidad de ver pantallas para lámparas de piel humana, margarina y jabones
de grasa humana, y máquinas que transformaban huesos humanos en abono.
El libro de Poltorak llama la atención para una
realidad olvidada: Los magnates de la industria y de las finanzas del III
Reich, Krupp, Voegler, Lowenfeld, Schroeder, Tyssen, Schnitzler contribuyeron
activamente para el ascenso de Hitler al poder, apoyaron sus guerras de
agresión, algunos colaboraron en la estrategia de “solución final” cuyo
desenlace fueron las cámaras de gas y los hornos crematorios. Sólo uno de
ellos, Gustav Krupp compareció en Núremberg como reo, pero enfermó y no
fue allí juzgado. Los norteamericanos
acabaron, además, por devolver a la familia Krupp sus fabulosas industrias que durante la guerra
habían ganado millones utilizando el trabajo esclavo en las fábricas de
armamento.
En el prefacio al libro de Poltorak, el procurador
soviético, Smirnov, Presidente del Supremo Tribunal de la URSS, cita los planes
de Hitler para eliminar millones de esclavos. La referencia es oportuna. El
genocidio de los judíos, ampliamente conocido, es justamente condenado por la
humanidad.
¿Pero cuantos norteamericanos o europeos leyeron algo
sobre el “Plan de despoblamiento” del que Hitler se enorgullecía? Pocos.
En conversación con Raushning, un familiar suyo, el Führer,
después de la invasión de la URSS, le
explicó “la técnica de despoblamiento”. El objetivo era exterminar 30 millones
de rusos y polacos, “seres de razas inferiores que se multiplican como larvas”
y abrir los territorios ocupados del Este a la colonización alemana.
LAGRIMAS POR NÚREMBERG
Juicio de Núremberg |
Transcurridos 66 años del veredicto de Núremberg, los
dirigentes de las grandes potencias occidentales e influyentes media internacionales evitan el tema. Se
tornó incómodo.
Alemania es actualmente el motor de la Comunidad
Europea. Sucesivos gobiernos de la CDU y del SPD amnistiaron a criminales de
guerra nazis. Decenas de millares nunca
pisaron la cárcel ni fueron juzgados y muchos ocuparon altos cargos en la
Administración, en el Ejército, en la Policía, inclusive en los tribunales de
la República Federal.
En Inglaterra y en los EEUU las críticas a Núremberg
no se hicieron esperar.
Lord Hankey, diplomático de prestigio, definió el
Proceso como “peligroso precedente para el futuro”. El periodista Belgion
Montgomery, comentando la audiencia, escribió: “si un simple mortal hubiese
caído de la luna en Núremberg... habría de pensar que estaba en el reino del
absurdo total”.
Influyentes media
occidentales, sobre todo en los EEUU, no escondieron a lo largo del Proceso su
simpatía por algunos de los reos.
Los Estados Unidos promovieron la salida clandestina
para su país de centenas de ex-nazis acusados de crímenes graves, incluyendo
científicos y militares que desempeñaron funciones importantes en universidades
y en la propia Administración.
En Núremberg, a lo largo de la audiencia, algunos de
los más destacados nazis, inicialmente arrogantes, cambiaron de actitud.
Goering, Keitel, Jodl, Doenitz, en la esperanza de salvar la piel atribuyeron
la mayoría de los crímenes de que eran acusados a otros reos, sobre todo a
Himler, a Kaltenbrunner y a Borman. Los aristócratas Von Papen y Neurath, y el
banquero Schacht, criticaron a Hitler y a las SS, elogiaron con frecuencia a
los EEUU y no dirigieron siquiera la palabra al SS Kaltenbrunner.
No obstante algunas insuficiencias del veredicto
–destacadamente las tres absoluciones- el Proceso de Núremberg fue un
acontecimiento histórico positivo. Conforme subraya Arkadi Poltorak en su
libro, “el peligro que amenazara a la humanidad unió en el seno del Tribunal
Internacional, como en los campos de batalla, hombres de diferentes países y
continentes, representantes de diferentes sistemas sociales”.
Las nubes de la guerra fría ya se formaban, en tanto,
en el horizonte. Fue durante el juicio que Churchill pronunció el famoso
discurso de Fulton, impregnado de anticomunismo.
Pero era entonces inimaginable que, transcurridas
menos de siete décadas, el capitalismo se implantaría en Rusia, después de la
disgregación de la unión Soviética, y que crímenes monstruosos contra la humanidad
volverían a cometerse, esta vez por las potencias que, aliadas a la URSS,
habían combatido y derrotado al Reich hitleriano.
El imperialismo contemporáneo se empeña en ocultar de
la Historia la memoria del fascismo.
De ahí la actualidad permanente del bello libro de
Arkadi Poltorak sobre el Proceso de Núremberg.
*O Processo de
Nuremberga, Arkadi Poltorak, Edições Progreso, Moscovo 1989
** Durante el Proceso de Núremberg fueron juzgados
solamente 22 grandes criminales de guerra. Posteriormente las cuatro potencias
aliadas –Inglaterra, EEUU, URSS y Francia- y los tribunales alemanes juzgaron
decenas de civiles y militares nazis. Las penas fueron, en la mayoría de los
casos , suaves.
Traducción:
Jazmín Padilla
El Original
portugués de este articulo se encuentra en