Envidia de la buena
Por Marta Ruiz
Pepe Mujica con su compañera Lucía Topolansky en una cafetería |
Tener un presidente
austero es un lujo que se dan pocos países. Pero tener uno coherente y auténtico
es realmente una noticia mundial.
Es Pepe Mujica, presidente de Uruguay, de
vacaciones en cualquier balneario de su país. No en New York, no en Londres, no
en Madrid. Sí, es el presidente más pobre del mundo, aunque él dice que pobre
es el que necesita mucho, y no el que vive con poco.
De su salario toma apenas algo más de dos mil
dólares, y dona el otro 90% a las cooperativas de su pueblo. Maneja un
Wolkswagen escarabajo modelo 87 y una moto. Renunció a vivir en el palacio
presidencial para quedarse en su finquita, donde cultiva habas. No tiene
servidumbre y redujo a la mínima expresión su escolta policial. En la foto
aparece con su compañera de toda la vida, Lucía Topolansky, que no es precisamente
una primera dama tipo florero. Es senadora de la izquierda de su país.
Sus opositores lo acusan de tomarse unas copas de
más, y de volverse un poco eufórico después de hacerlo. De ser muy desabrochado
para hablar. De haber ido recientemente a la posesión de Chávez sin Chávez, en
la plaza de Miraflores. Pero allí fue aclamado porque habló apenas 30 segundos
y les dijo a los venezolanos lo que tocaba: mantengan la unidad, la paz y
trabajen duro.
Sin mucha retórica, y bastante sentido común,
decidió que iba a legalizar la marihuana en su país, antes de que las mafias le
hagan mella a su sociedad. Echó para atrás la decisión, a pesar de tener los
votos parlamentarios para sacar la ley adelante, porque el pueblo, según las
encuestas, no aprueba la iniciativa. Dijo que se dedicaría a hacer pedagogía al
respecto durante este año.
Fue guerrillero y no precisamente de cafetería.
Tupamaro, nada más y nada menos, lo que en palabras de hoy sería un terrorista
urbano. Detenido en varias ocasiones, una de ellas durante un enfrentamiento
armado en el que recibió seis disparos. Pasó 15 años de su vida en la cárcel,
en condiciones brutales.
Cuando salió libre, en 1985, tuvo el valor de
reconocer que la lucha armada era un camino equivocado. Desde entonces hace
política. Y aunque tiene el poder, no ha cambiado su estilo de vida. Eso se llama
coherencia y es uno de los valores más escasos en el mundo. En la derecha y en
la izquierda.
A pesar de que fue torturado por los gendarmes de
la dictadura, y vivió parte de su presidio en una cloaca, se opuso hace un par
de años a revertir la amnistía para los militares de su país. Mira para el
futuro, más que para el pasado. No habla pendejadas sobre el amor, pero no
carga odios. Valora tanto la amistad, que siendo ateo consumadofue capaz de ir
a misa a rezar por Chávez.
Hizo historia el año pasado en Brasil con su
discurso en la cumbre Rio+20 porque nos recordó que el trabajo y el dinero
están en función de la felicidad y que el mundo va por un camino de consumismo
insaciable. Algunos criticaron su elogio de la austeridad como fruto de la edad
(tiene 77 años), de la experiencia en prisión o de su formación marxista.
Pero “El Pepe” no es un asceta. Por el contrario,
considera que uno trabaja para liberar tiempo y estar con los amigos, y tomarse
un mate o un café en la tardes, como se ve en la foto. Muchos dicen que en
Uruguay la vida es un poco aburrida. Por lo menos aél se le ve bastante
contento.
Tener un presidente austero es un lujo que se dan
pocos países. Pero tener uno coherente y auténtico es realmente una noticia
mundial.
Cada que veo a Pepe Mujica siento una gran envidia.
Y es que no pierdo la esperanza de que algún día Colombia, que tanto se precia
de su democracia, tenga un presidente como él: cuyas palabras revelen lo que
realmente piensa, y sus actos se correspondan con lo que pregona.
¿Será mucho pedir?