Incluso desde el 2005, los territorios palestinos han sido reducidos. |
Por Eduardo
Galeano
Desde 1948, los palestinos
viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han
perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera
tienen derecho a elegir sus gobernantes Eduardo Galeano, escritor
latinoamericano.
Para justificarse, el
terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas.
Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar
con los terroristas, logrará multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos
viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han
perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera
tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar,
son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin
salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo
parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las
elecciones de El Salvador.
Bañados en sangre, los
salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a
dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen. Son hijos
de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados
en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido
palestinas y que la ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla
de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la
existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz
guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia
de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del
mapa.
Los colonos invaden, y tras
ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el
despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra
defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania.
Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus
guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los
almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos
mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan
los palestinos al acecho. Israel es el país que jamás cumple las
recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata
las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes
internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de
prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde
viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El
gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para
acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para
liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna
impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en
Israel al más incondicional de sus vasallos? El ejército israelí, el más
moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por
horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario
de otras guerras imperiales.En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son
niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento
humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación
de limpieza étnica. Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por
cada cien palestinos muertos, un israelí. Gente peligrosa, advierte el otro
bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a
creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios
también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas
de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló
Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad
internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y
guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen
cuando hacen teatro? Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce
una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las
declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas,
rinden tributo a la sagrada impunidad. Ante la tragedia de Gaza, los países
árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se
frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de
belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente
celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una
costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo
cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son,
antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta
ajena. (Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las
dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)